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¿Qué es la literatura latinoamericana?

Otro modo de exclusión cultural de los pueblos originarios

A los pueblos originarios y africanos que fueron esclavizados en este viejo continente americano.

 

Latinoamérica es una palabra confusa y plena de colonialismo. Por ambos lados, desborda el imperialismo europeo que invadió este viejo continente y masacró vidas humanas con una impiedad nunca vista antes. Las dos palabras que forman este vocablo compuesto dejan afuera a los pueblos originarios, legítimos propietarios de estas tierras e injusta y cruelmente despojados de las mismas. La primera de las palabras nos habla de las lenguas de los invasores europeos. Son lenguas latinas, por tener un origen común: el latín, idioma del imperio romano. No es nada inocente que se aúnen, aquí, una lengua (y sus hijas) con un imperio. Ya lo ha expresado, con total claridad, el gramático Antonio de Nebrija, al referirse al imperio español que invadió nuestro continente en 1492, a través de un genovés y tres carabelas, según narran sus leyendas tradicionales: “Siempre la lengua fue compañera del imperio”. Dejémosle al menos el mérito de la sinceridad.

La segunda de las palabras es el nombre que el invasor europeo colocó a esta parte de la tierra, América, en honor al navegante italiano Amerigo Vespucci, amigo y continuador del camino colonialista abierto por Colón a los depredadores imperios europeos. Este nombre es un símbolo del colonialismo europeo que produjo uno de los genocidios más terribles y masivos de la historia humana e intentó, sin conseguirlo, destruir un sinnúmero de civilizaciones, matando a quienes se encargaban de transmitir las tradiciones, quemando códices y quipus, demoliendo templos y otros edificios para colocar en su lugar los suyos, persiguiendo, esclavizando y asesinando a cualquiera que pugnara por conservar su cultura mancillada y oprimida por el vil invasor europeo.

Esta es la insigne y honorífica etimología de esta palabra, nada inocente, y que, aún, continúa dando nombre a una parte de nuestro continente, una palabra tallada con sangre humana: Latinoamérica.

Más allá  de estas breves elucubraciones, que, quizá, sólo importen a algunos académicos, investigadores, intelectuales, etc., la palabra Latinoamérica, al igual que la expresión Patria grande (utilizada para referirse a la unidad de todas las naciones latinoamericanas en pos de la liberación de cualquier tipo de imperialismo, tanto de adentro como de afuera) se han convertido en los símbolos y los nombres de la integración y la lucha por la liberación de los pueblos que ocupan esta parte del continente, del río Bravo hacia abajo.

Luego de estas breves aclaraciones, podemos centrarnos en nuestro tema: la literatura latinoamericana. Aunque, la palabra literatura, etimológicamente, se aplica a la escritura, para referirnos a la literatura que se ha venido produciendo en esta parte del continente antes mencionada debemos tomar en cuenta la oralidad, ya que, de otro modo, estaríamos dejando de lado a todas las tradiciones orales de los pueblos originarios y de la denominada literatura popular, creada, muchas veces, por autores ágrafos. De este modo, el pequeño mundo que llamamos literatura latinoamericana se ampliaría muchísimo más y se acercaría, también, mucho más, a la realidad de nuestro continente, al incorporar a estas dos corrientes de literatura oral.

Por eso, dentro de la literatura latinoamericana, debemos incluir a las grandes tradiciones orales de los pueblos originarios en sus propias lenguas: quechua, maya quiché, náhuatl, aymara, guaraní, mapudungun, zapoteca, wichi, etc. Dichas tradiciones, han pasado por grandes trastornos histórico-políticos muy violentos, que, aún hoy, están en curso y no han sido superados en su totalidad: la conquista, el colonialismo, el neocolonialismo, el neoliberalismo y la globalización. Dichos procesos han producido una enorme mestizaje y un profundo proceso de transculturación con idas y vueltas, de una a otra cultura y viceversa, que no nos es posible soslayar.

Por otro lado, es preciso afirmar que no existe la pureza entre los seres humanos, ni genética ni culturalmente. Somos mezclas, mescolanzas, intercambios, más o menos violentos o pacíficos, pero, siempre, con intereses económicos, sociales, políticos y culturales. En este sentido, podemos pensar a la historia de la humanidad como un sinnúmero de choques culturales. Uno de ellos empezó en 1492 y aún está en curso.

Dentro de la historia de la literatura latinoamericana, encontramos un quiebre que es el producto de la invasión europea al continente y la ulterior conquista y colonización de los pueblos originarios. Lo cual dio lugar a uno de los mestizajes más cruentos y devastadores de la historia humana. En el cual, grandes civilizaciones, muchas veces tan imperialistas como las que se han dado en otros continentes, fueron derrocadas, masacradas y, en gran medida, silenciadas por los imperios europeos que las invadieron. A pesar de ello, textos muy importantes de estas culturas han sobrevivido al exterminio, a través de diversos procesos de mestizaje y transculturación, en textos escritos con el alfabeto latino del invasor. Nombremos, como ejemplos, los siguientes: el Popol Vuh o Pop Wuj, de los maya quiché; los textos náhuatl de autores como Nezahualcóyotl; los textos quechuas Atau wallpaj p’uchukakuy ninpa wankan, Ollanta y Apu Inca Atawallpaman; el Rabinal Achí y el Libro de los libros de Chilam Balam. También, han sobrevivido unos pocos códices mayas y aztecas y hasta algunos quipus incas. Pero, al ser asesinadas aquellas personas capaces de leerlos, hemos perdido la posibilidad de interpretarlos. A pesar de esto, debemos señalar que dichas culturas y otras más, que no hemos nombrado, no han perecido completamente, ni tampoco sus lenguas, sino, que han continuado en las tradiciones orales que dichos pueblos han ido transmitiendo, de los modos más disímiles y, muchas veces, poniendo en peligro sus vidas, de abuelos y abuelas, padres y madres a nietos y nietas, hijos e hijas.

Muchas de estas tradiciones orales han sido llevadas a la escritura alfabética en lenguas europeas, pasando por un violento y tormentoso proceso de mestizaje y transculturación, en diversos ensayos realizados, principalmente, por autores no pertenecientes a los pueblos originarios y, en menor medida, por autores que sí pertenecían a los mismos.

Otro fenómeno que se ha producido es aquel por el cual, autores pertenecientes a pueblos originarios, han aprendido la escritura alfabética europea y han producido textos escritos en sus lenguas originarias, pero, utilizando dicha escritura. Claro que, dichos autores, han vivido siglos en contacto con las culturas europeas que los invadieron y colonizaron, con todas las consecuencias de mestizaje y transculturación que ello implica. Este es el caso de autores como Juan Wallparrimachi Mayta, en quechua, en el siglo XIX; los autores y autoras mapuche del siglo XX y XXI: Graciela Huinao, Elicura Chihuailaf, Leonel Lienlaf, David Aniñir, Liliana Ancalao, etc.; la escritora zapoteca Irma Pineda; y el escritor maya quiché Humberto Ak’abal; entre muchos otros. Estos autores suelen acompañar sus textos en su lengua con una traducción de los mismos a una lengua europea.

También, se ha dado el fenómeno de escritores que no pertenecen a los pueblos originarios, pero, que han adoptado una de sus lenguas para escribir. Es el caso de los poemas de José María Arguedas y Kilku Warak’a, ambos en quechua y ambos autores peruanos del siglo XX.

Por todo esto, es urgente declarar que no incluir a los textos de los pueblos originarios dentro de la literatura latinoamericana es un modo más de excluir, marginalizar y colonizar nuestras culturas. Cuando, más bien, el proceso a seguir es el contrario: descolonizar a la literatura latinoamericana, tarea ardua e imprescindible en el proceso de emancipación de los pueblos latinoamericanos.


Santiago J. Alonso es artista plástico, escritor, licenciado en Letras (UBA) y periodista.

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