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Cuando el chajá canta las horas: tragedia rural (y a veces también urbana)

En el Teatro del Pueblo (es decir “nuestro” teatro) se presenta en un marco más que propicio y cuidado esta obra. Escrita y dirigida por Merceditas Elordi es encarnada por cinco personajes que se sitúa a comienzos del siglo XIX, en el ámbito de alguna zona rural de la provincia de Buenos Aires, en territorio cercano a la “frontera con el indio”.

Aquí se nos muestra la situación de las mujeres en el campo y también la de los peones pobres, de los hogares humildes y sin nada. La mayoría de las veces casi sin ninguna posibilidad de salir de un destino de sumisión, de abuso, de injusticia. Se vivía bajo el ala y mando autoritario de un patrón que no solo era dueño de hacienda sino de vidas. La sumisión era casi un destino fatal y resignado. La mujer como propiedad privada, la perpetuación de la ignorancia y del abuso era la moneda habitual. En muchos lugares además se aplicaba el “derecho de pernada”, costumbre medieval que perviven aún en algunas sociedades.

Con crudeza se muestran las condiciones de todo tipo de precariedad que vive una madre, con dos hijos jóvenes, un peón guacho y el patrón que quiere sumar a sus tierras y animales una muchacha joven bella, dócil y virginal para aumentar sus posesiones y propiedad con un hijo propio.

A medida que transcurren las escenas, no es difícil aplicar la crítica, el juicio y la censura a esa madre que “cede” a su hija. Pero más allá de esto vamos comprendiendo la complejidad y falacia de un juicio apurado… La verdadera esencia de la esclavitud no había cambiado a pesar de las disposiciones políticas de la Asamblea del año 1813. Nada había cambiado para esos destinos condenados a la sumisión y a la violencia.

Claro que este tema sigue siendo universal: el sometimiento obligadamente brutal de la mujer a través de distintas instituciones sociales muy consolidadas hasta ahora, como los matrimonios arreglados, la falta de todo derecho civil o el sistema de la dote, que convierten a la mujer en un objeto o posesión de propiedad privada de su cuerpo y de su vida, de un escaso valor.

Aún hoy, que mucho se ha avanzado, en algunas sociedades –incluso la nuestra- hay una “nostalgia” de lo más retrógrado de la mentalidad patriarcal que quiere intentar volver a imponerse.

Dentro de esas circunstancias, aparentemente deterministas, surgen otras alternativas de gran osadía y riesgo que se animan a asumir dentro del miserable rancho… La madre de la joven insiste permanentemente en que aprenda a leer o al menos a firmar: esto –aparentemente sencillo- podría marcar una gran diferencia y un gran salto en sus condiciones de vida en la hacienda. También el patrón, de modo complejo, está atrapado en un marco de relaciones que lo condicionan detentando un poder supremo que finalmente lo convierte en víctima.

Vamos viendo, como en un calidoscopio, que los pliegues y los matices nos alejan de conclusiones apuradas. Escuchamos lo que allí se dice y se vive, y en nuestro interior aparecen otras aristas que enriquecen el prisma original del argumento.

Todos los actores convencen con pasión de su compromiso con el texto y la dirección de la obra. Uno de los rasgos más destacables es que todos interpretan su personaje con gran entrega y consustanciación emocional. Quizás esto no sea tan frecuente ni evidente en otras obras como lo es en este caso de Cuando el chajá canta las horas. El tiempo es marcado no por una invención mecánica sino por canto natural y periódico del ave de campo.

No solo es bello el texto, sino el elenco donde cada personaje es protagonista de este drama rural. La resolución de la trama es sorprendente y trágica. La muerte y el desamparo, la victimización y la soledad parecen ser el destino de esos seres que no tienen nada, pero que asumen con valentía la necesidad de rebelarse, aún a un costo altísimo.

La puesta en escena desde las luces, la sonorización y el vestuario es cuidadísima. Hay un acento más que destacable: la música en vivo interpretada por uno de los personajes, con guitarra y coplas muy elocuentes nos ponen siempre en clima… la payada final es acompañada con un entusiasta aplauso de la platea.

Merceditas Elordi, una vez más, siempre, nos sorprende con sus trabajos, de tanto cuidado y profundidad… En sus obras e interpretaciones encontramos “algo más” que lo que el texto nos dice. Y siempre lo dice de un modo bello, comprometido.

 

Ficha artístico-técnica:

Elenco: Juli De Moura (Amalia, hija de Ema), Mauricio Méndez (Mateo, enamorado de Amalia), Pablo Paillaman (hijo de Ema), Edgardo Rosini (Beltrán, dueño de estancia) y Mariel Rueda (Ema, puestera)

Guitarra: Pablo Paillaman

Percusión: Bruno Lo Bianco

Escenografía e iluminación: Edgardo Aguilar

Diseño y realización de vestuario: Mariana Carranza

Diseño gráfico: Artio Estudio Silvia Cantero

Fotografía y video: Cristian Holzmann

Prensa: Valeria Franchi

Redes sociales: Georgy Burgos Funes

Producción ejecutiva: Emilio Zinerón

Asistencia de dirección: Facundo Darío Altonaga

dramaturgia y dirección: Merceditas Elordi

 

Cuando el chajá canta las horas puede verse los sábados a las 20hs. en el Teatro del Pueblo, ubicado en Lavalle 3636, CABA.


Adriana Prado es licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades. Actualmente, realiza periodismo cultural por radio y por redes sociales en Voces y contexto. Vive en Parque Chacabuco, Comuna 7, CABA.

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