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Malena, como ninguna
En la revista Con Fervor, seguimos revisitando algunas canciones memorables del riquísimo cancionero de la música popular argentina. Hoy, es el turno de un clásico del tango: Malena, una obra sublime. Analizaré, humildemente, la histórica versión de la orquesta de Aníbal Troilo.
En esta oportunidad, sacamos a la cancha nuestro costado tanguero, algo que infla el pecho de varios integrantes de la barra, ¡eso sí que somos nosotros! Cada tango es un pasaje de ida y vuelta a nuestra infancia, a nuestro viejo, emocionado, acodado en la mesa de la cocina, a la vieja, que se daba vuelta para escuchar más concentrada cantando por lo bajo. Y la voz del viejo que insistía: “escuchá, nene, escuchá…” y nosotros entendíamos el mensaje, nos íbamos atrás de esas palabras y, hasta por ahí, lo íbamos cantando yendo al colegio.
Hace unos días, fue el 6 de marzo -y SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores, la entidad que agrupa a quienes tenemos el hermoso trabajo de escribir canciones) lo conmemora- de 1941 cuando Homero Manzi y Lucio Demare fueron hasta allí para registrarla, ignorando que inscribían un nuevo himno.
La canción fue estrenada en la película El viejo Hucha, el 29 de abril de 1942. Allí, un personaje encarnado por el enorme Osvaldo Miranda la canta en un club, aunque en verdad, sólo hace la mímica. El 8 de enero de 1942, es llevada al disco en los estudios del sello RCA Víctor con la colosal orquesta de Aníbal “Pichuco” Troilo y la voz del Tano Fiorentino, uno de nuestros más grandes cantantes. Para muchos, me incluyo, esta es la mejor versión de uno de los más bellos tangos de todos los tiempos.
Una vez, escuché en una reunión contar una historia a la cantante Adriana Varela, me pongo de pie al nombrarla. Ella recordó que debía actuar en la Casa Argentina de Tokio, en una fiesta de Estado. Le pidieron que elija un tema para presentarse. No supo cuál y preguntó. Un alma solidaria le confesó, por lo bajo: “ojo, mirá que si cantás el tango Malena el lugar se viene abajo, para los ponjas es un himno”. Así lo hizo y, tal cual fue vaticinado, el lugar estalló de emoción, los aplausos la cubrieron de gloria y Adriana vio, al finalizar, a los ponjas ponerse de pie como en un rito pagano.
“Malena canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón, a yuyo del suburbio, su voz perfuma, Malena tiene pena de bandoneón”. Arrancar una letra así, loco, es para cerrar todo e irse a casa a festejar. Probablemente, el quemero mayor, Homero Manzi, se haya dado cuenta de su pluma extraordinaria para pintar épocas, amores, barrios y su versión poética de la melancolía. Los psicoanalistas acusan a la melancolía de enfermar, pero, bueno, es una teoría eurocentrista, no tuvieron contacto con el tango y lo pagan caro. Freud decía que un análisis debe tener un precio alto para que el paciente lo valore, creo que su deuda con el tango es irreparable.
“Tal vez allá en la infancia, su voz de alondra, tomó ese tono oscuro de callejón…”. Acá, Homero, en tres renglones, resume los años de la niñez de Malena.
“O acaso aquel romance, que sólo nombra, cuando se pone triste con el alcohol…”, otros tres renglones para relatar la dura adolescencia y el primer amor ¿Querían poder de síntesis?
“Malena canta el tango con voz de sombra, Malena tiene pena de bandoneón…”. Acá, creo que se pone en claro qué condiciones se debe tener para cantar tango, no creo que sea cosa para los superficiales, esos que trabajan de venderse como divertidos, emocionados y sensibles, pero, enseguida relojean si les llegó la transferencia a su cuenta en el banco.
“Tu canción tiene el frío del último encuentro, tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo. Yo no sé si tu voz es la flor de una pena, sólo sé que al rumor de tus tangos, Malena, te siento más buena, más buena que yo”.
La ley de las canciones dice que en el estribillo hay que subir el clima. Acá, entre esta tremenda poesía y con la melodía que asciende sin freno, uno viaja por entre las sensaciones de aquella mujer inolvidable. El autor logra que sea la propia Malena quien nos envuelva, sin preguntar, entre notas, rumores y bondades no confesadas por temor. La melodía de Demare para acompañar el relato es de una belleza tan descomunal como constante, va de nota en nota poniéndole a cada palabra una alfombra roja.
Luego del sentido estribillo, hay un solo de bandoneón que, a mi gusto, es de lo mejor de la historia de la música. El Gordo lleva como concepto la línea melódica del tema, la va cruzando con sus propios dibujos. Arranca como desde el subsuelo ¡Pichuco para climatizar era el mejor! Ataca, deja que las notas se duerman, las engancha en hermosas ligaduras, las suelta, pero no tanto, dándole a la melodía más belleza aún.
No vi fotos de esta grabación, pero imagino, en ese momento, a los músicos de la orquesta tocando suavemente, acostados en el piso, con el whisky casi inundando las orillas de los pentagramas, lo noto, sobre todo, en los violines, que respiran como dormidos. Atenti con el cierre de este maravilloso solo, porque hay una nota extraída desde el fondo de todo, pero, el Gordo sabe cómo traerla, es una nota inventada por él mismo. Sí, ya sé, es un Fa sostenido, pero no es el mismo que tocamos nosotros/as.
“Cuando todas las puertas están cerradas y ladran los fantasmas de la canción…”. ¡Quién pudiera describir una imagen semejante de la soledad con tanta crudeza!
Allá por 1997, una tarde, Silvana, la madre de mi hija, dijo que el análisis quería vernos sonreír y gritó que éramos afortunados mostrando el test de embarazo. Ella estaba muy feliz, yo también, pero, lo mío era un regreso tan deseado, luego de largas temporadas en la “B”. Cuando uno ve pasar los campeonatos y no festeja casi nunca y los partidos son eternos. Cuando suena el silbato y sabemos que vamos a salir a la calle mojados en tristezas, caminaremos calles sin mirar, casi, sin hablar y despidiéndonos hasta la próxima derrota. Pero, acá, estaba la revancha y, encima, ganando una final y por goleada.
Enseguida, pensamos en el nombre. Yo me hice el gil y propuse algo que tenía calculado. Ella, metida en su emoción, creyó que yo improvisaba, pero no. Propuse que si era varón la madre elegía, pero, si una nena se adueñaba del plan, entonces, la tarea me pertenecía. Fui el dueño de la corazonada, sabía que venía una nena, ni siquiera me puse a pensar el por qué, entonces, el pasaje de ida diría Malena.
Cuando hay un embarazo aparecen varios quehaceres, pero, el de buscar un nombre creo es un asunto aparte. Ahí se empiezan a mezclar homenajes adeudados, recuerdos, tradiciones. Yo no tenía un compromiso con esas nimiedades, pero sí con la idea de llamarla con el nombre de una canción. Seguramente, cuando uno crece, al enterarse que su nombre es por una canción, por un personaje de un libro o algo ligado a una obra de arte pareciera ser sublime. Creo que quien así bautiza imagina que al llamarla así, en verdad, está convocando a una fila de fantasmas amigos, si es que existen fantasmas amigos y si no serán inventados de inmediato.
Como casi todas las obras históricas, Malena cuenta con su propia mitología. En este caso, la pregunta obliga: ¿quién es Malena, a quién está dedicado? Son varias las voces que apuntan a Nelly Omar, gran cantante popular recordada como “la Gardel con pollera”. Se dice que fue amante de Homero Manzi y que lo acompañó hasta en sus últimos instantes. Un amor clandestino.
El nombre Malena, durante muchos años, estuvo prohibido por la iglesia, cuando no los muchachos de sotana metiéndose donde no corresponde, bueno, de eso trabajan ¿no? Se ligaba este apócope de Magdalena a la vida nocturna, los prostíbulos, los cabarets, el ámbito de las putas, entonces, a nadie se le ocurría utilizarlo en niñas. A raíz de este tango, el nombre gana fama y, con el tiempo, logra imponerse.
Al nacer mi hija, fui a la obra social de SADAIC a anotarla. Allí, un empleado me dice que como entre los socios que registran a sus hijas el nombre más utilizado era Malena la entidad decide instaurar un día de las Malenas y se elige el 6 de marzo.
Acá vuelvo a mi lado de músico queriendo reivindicar el trabajo del arreglador. Intenté investigar, en estos días, quién hizo este arreglo y no conseguí la certeza, vaya novedad, hasta que me acordé de un tanguero de fuste: Pepo Ogivieki, eximio pianista, amigo de años y compañero de grabaciones tangueras. Lo consulté y me sacó de la duda: el autor de este formidable arreglo fue el oriental Héctor María Artola, autor de arreglos memorables. Elevo una puteada dirigida a quienes, injustamente, ningunean el laburo del arreglador, gran responsable de lo bello que oímos. Si uno escucha atentamente Malena percibe que, detrás de la voz de Fiorentino, se cruzan melodías, exquisitos desarrollos dentro de los acordes, bases rítmicas y dibujos que dejan en el centro de una confluencia de exquisiteces a una voz que va contando la historia. Ese es precisamente el gran trabajo del arreglador, transmitir y, a través de esa organización instrumental, traer toda la esencia oculta de la canción. Nada sencillo y, quizá, sea la gran ayuda para conseguir que el tema se embellezca y tenga un más certero ingreso al alma del oyente.
Ahora, estoy recordando una mañana de invierno. Llevaba en el auto a Malena rumbo a su escuela. De pronto, desde el stereo, sonó el tango y le conté lo que significaba para mí. Después de admirar eternamente el tema, haber propuesto ese nombre para ella, disfrutarla llamándola así, saber que mi hija es una canción, finalmente, fui un chabón feliz. Vi en sus ojos esas lágrimas de la emoción que bajaban como milongueando, agarré más fuerte el volante, clavé la mirada adelante y sentí que timoneaba un barco lento rumbo al mejor de los siempres.
Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.
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