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Lo público y lo privado en la era digital

Casiopea: vivir en las redes, de Alicia Poderti (Argus-a Editorial, 2019)

El año pasado, cuando ya la pandemia nos había confinado en el seno de nuestros hogares, se produjo una encendida discusión entre usuarios de una página de Facebook, de la que se podían descargar, de forma gratuita, textos de todo tipo. La contienda, que duró semanas, comenzó cuando un grupo de escritoras/es denunció que dicha página estaba divulgando sus libros sin el debido permiso.

Del otro lado de la grieta virtual, se encontraban quienes -no sólo usuarios, sino, también, autoras/es- pregonaban que, en una época como aquella, en la que la gente perdía sus trabajos, estaba encerrada y se encontraba -¿quién puede decir lo contrario?- vulnerable, el acceso libre a la lectura era un merecido derecho. En suma, la eterna sentencia de Sartre, “mi libertad se termina cuando empieza la de los demás”, estaba puesta en el tapete nuevamente.

El ejemplo anterior ilustra, a las claras, una cuestión que, difícilmente, pueda zanjarse de momento: ¿cuáles son, en la era del dominio absoluto de internet y las nuevas tecnologías, los límites entre lo público y lo privado?

Casiopea: vivir en las redes, escrito en 2019 por la Dra. Alicia Poderti, directora del Laboratorio de Historia Global y Ciberespacio (UBA), echa luz sobre lo antedicho y abre, como no podía ser de otra manera, nuevos interrogantes al respecto.

Partiendo del análisis de la resemantización de muchos de los vocablos que circulan en la “constelación digital” o “Edén cibernético” -como es el caso del verbo “navegar”, término ligado, inmediatamente, al comercio que los antiguos mantenían a través de los mares-, el ensayo atraviesa gran variedad de tópicos, siempre, anclados en referencias históricas y literarias.

Dividido en 10 capítulos, Casiopea pone el foco en las nuevas maneras de dominio que los países más ricos ejercen sobre las sociedades más pobres -a través del negociado multimillonario que los primeros establecen con “empresas internacionales de hardware que reciclan, en las naciones más pobres, su equipamiento desactualizado”- por un lado. Pero, también, en las vastas tecnologías de control y disciplinamiento de las que nadie, ni de un lado de la grieta ni del otro, puede salvarse: “La disciplina en el panóptico-networking está pautada por poderosos algoritmos. Google y las redes controlan la información y tienen infinito poder. Cámaras que se activan desde la Deep Web, teléfonos hackeados”.

Otro de los temas que se desarrollan, ampliamente, es el de la post-verdad y las fake news, a las que estamos expuestos, de forma permanente. A partir de la proliferación de voces –poco importa cuán autorizadas sean estas- que se multiplican ad infinitum, los cibernautas alimentan sus prejuicios, seleccionando de lo que escuchan/lee/ven, aquello que concuerde con su propio marco teórico.

Mención aparte merece el análisis sobre la “sociedad líquida”, en la que estamos inmersos, y la manera en que (no) sostenemos los proyectos -personales, laborales y de todo tipo- y los vínculos afectivos, subyugados, como estamos, por un reloj que nos persigue en todo momento y nos conduce, inevitablemente, a un profundo individualismo.

En definitiva, parece que las nuevas tecnologías y, especialmente, las redes sociales están cumpliendo, con creces, cual Genio salido de la lámpara de Aladino, el anhelo humano de ubicuidad: podemos estar en todos lados al mismo tiempo, siempre que tengamos un dispositivo tecnológico al alcance de la mano.

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