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La nochera

Continuamos, en Con Fervor, revisitando aquellas canciones de la música popular argentina que se han incorporado al inconsciente colectivo a fuerza de belleza, creatividad y, sobre todo, una enorme conexión con La Cultura Nacional y Popular. Hoy, recordamos La nochera, hermosa zamba que conocimos por Los Chalchaleros.

 

En los años ’60, el folclore estaba a pleno. El tango parecía en retirada dando la impresión de que no se adaptaba a los nuevos tiempos, mientras los ortodoxos se dedicaban a crucificar a Piazzolla. La música llamada “Nueva ola” arrasó un par de años en las ventas, apoyada desde los medios masivos, pero, luego se fue apagando dado su escasa creatividad. En la ciudad de Buenos Aires y alrededores, una legión de gente llegada de las provincias imponía su marca en la Cultura y la mayoría le abría la puerta al folclore. El lenguaje era diferente. En mi caso me sonaba lejano, pero, daba curiosidad oír esos términos inexistentes en la ciudad. La música sonaba muy alegre, como en el caso del enérgico chamamé o con la vivacidad campera de la chacarera, pero, el asunto fue que el folclore ganaba espacios a pura creatividad, melodía y anecdotario sabiondo.

En mi casa, el tango reinaba casi tranquilo, se escuchaba, se lo comentaba, había diversas reflexiones en torno a su letrística y, fundamentalmente, estaba vivito y coleando en el idioma de mi viejo, sus amigos y vecinos/as del barrio. Nosotros ya no lo hablábamos, pero, entendíamos su significado.

No teníamos televisor, entonces la radio era mucho más que una compañía, traía noticias del mundo y músicas de todo tipo. El folclore sonaba y mucho. Varios programas lo difundían y no eran pocos los que comentaban historias de los conjuntos y sus canciones. Hasta empecé a escuchar hablar de una rivalidad: Los Chalchaleros vs. Los Fronterizos, un antiguo vicio argentino.

Los Chalchaleros nacen en 1947 en la ciudad de Salta. Debutan en 1948 en el Teatro Alberdi, cantando Zamba del grillo.

En 1953, se incorpora Ernesto Cabeza. Un rionegrino que, por ese entonces, por ser hijo de ferroviario, se traslada a Salta. Nacido en 1923 en Huahuel Niyeo (hoy Ingeniero Jacobacci), Territorio Nacional de Río Negro -por ese entonces no era una provincia.

En Salta abunda el zorzal, que se alimenta del chalchal, un arbusto nativo de esa zona, por eso, el lenguaje popular lo denomina chalchalero. También, suelen llamar chalchalero al tipo fanfarrón, de porte erguido y que ante cualquier situación infla el pecho. El nombre fue elegido con una carga de ironía de parte de los fundadores, que no se sentían profesionales.

La poesía que envuelve a esta bellísima melodía pertenece a un gran personaje salteño: Jaime Dávalos. Era hijo de un escritor y, también, fue ceramista y titiritero. Una amiga me contó que fue a visitar su tumba y, en ella, estaba escrita una frase que lo pinta: “Le puso palabras al silencio de su pueblo”.

Recuerdo que, en varios programas televisivos, vi a Dávalos charlar animadamente. Sus relatos sonaban poéticos más allá de lo que cuenten, conversaba poniendo un tono grave, intimista, como al borde de revelar algo profundo, dando muestras de haber pasado un rato antes en algún bodegón, lo cual lo tornaba más creíble.

De chico escuchaba esta zamba y me quedaba pensando en la letra, cuando para un pibe una mujer, el amor, la pasión son cosas lejanas que acercan las películas o lo mirábamos de reojo en una plaza del barrio. Siempre es extraño ver a la gente hacer cosas que uno desconoce. Percibía que el beso era un mundo, ese abrazo de las parejas que se apretaban como en un gol.

Pertenezco a un bando que mira las letras románticas con una lupa exagerada, es que nos espantaron los caretas que hablan de amores porque el banco luego les da altos intereses. Pero, tenemos excepciones, algunos boleros, tangos, zambas. Acá estamos frente a algo extremadamente genuino.

“Ahora que estás ausente, mi canto en la noche te lleva, tu pelo tiene el aroma de la lluvia sobre la tierra…”. Qué cosa tan despiadada la ausencia, se ve que Jaime quedó cara a cara varias veces con uno de los motores de la vida. “Y tu presencia en las viñas, doradas de luna se aleja hacia el corazón del vino donde nace la primavera…”.  Ah, bueno, acá Dávalos quedó consagrado para todo el campeonato. Los poetas y el vino, un romance de milenios.

El vino y su magia es uno de los elementos que más nos une. Tomarse un vino acerca a los afectos, el vino nos conduce a tantas cosas, para bien y para mal, muestra en carne viva lo que existe en verdad. Da vida o, a veces, la devuelve y, si no, pregúntenle a Ulises y su gente. Si no fuera por el vino que emborrachó a Polifemo, el cíclope más famoso, se los hubiera tragado a todos y no tendríamos las más bellas historias de aventuras. Ni se hubiera reencontrado la pareja que inventó el amor bajo el cielo de Ítaca, aquella que les enseñó a los humanos a esperar a pesar de todo. La espera es una creación griega, como casi todo.

“Mojada de luz, en mi guitarra nochera, ciñendo voy tu cintura encendida por las estrellas…”. Tremendo estribillo, de los mejores que conozco. Los cuatro renglones corren una carrera a ver quién tiene más poesía y todos ganan por goleada. Gracias a esta canción, empecé a mirar con detenimiento la cintura de las mujeres, uno de los paisajes naturales más profundos, casi interminable, que hace sonrojar a las agencias de turismo, que lloran porque ningún paquete de ellos incluye el recorrido por una mujer. Por eso, jamás voy a ingresar a una de ellas.

En la introducción del rionegrino Ernesto Cabeza, el encargado de elegir repertorio y hacer los arreglos, hay un hallazgo. El tema arranca en Si, va al Fa#, hace un pasaje por un Sol y vuelve al Si, sorprendente ese Sol sacado de la galera. En su primera parte, el truco de ir en el tercer verso al acorde relativo menor es de una dulzura llamativa. Los fills de guitarra de Cabeza son una exquisitez y bien del palo, este tipo sí que la tenía. O los rasgueos repiqueteados al ingresar al bis del estribillo, que lo cargan de una polenta inusitada.

Una mención que no puedo saltear, el modo tan particular en que está cantada, en ese sentido Saravia, quizá, sea el cantante de folclore más reconocible, baja y sube como quiere, arma un clima suavísimo y, de golpe, arranca con un ataque casi histérico. El famoso estilo chalcha, tan característico que lo hemos escuchado tantas veces con sorna, pero, todos quisieran haberlo inventado.

Alguna vez, me di un enorme lujo como músico, lo cual, fue casi una actitud kamikaze: cantar en la afamada peña salteña El Molino, junto a un bombisto extraordinario, bañado en vino, una versión porteña de La nochera. Al finalizar, una gran amiga pidió un aplauso para un porteño valiente.

“Quisiera volver a verte, mirarme en tus ojos, quisiera robarte guitarra adentro, hacia el tiempo de la madera…”. Esta alusión al mundo de la guitarra a los guitarristas nos pega en el cuore. Llevar a una mujer hacia el tiempo de la madera es el mejor de los rumbos, vuelvo a pedir la clausura de las agencias de turismo por incompetentes.

La nochera fue grabada por primera vez en 1953 por el enorme Eduardo Falú, quizá, nuestro mejor guitarrista. Meses después, la registraron Los Chalchaleros. Tiene muchas versiones, pero, la de los Chalchas es un clásico, ese modo de cantar con más climas que la Argentina estremece, hay que reconocerlo.

No sé a quién fue dedicada esta poesía, pero, seguro que esa mujer fue feliz toda su vida. No es para menos, su magia quedó eternizada en una canción, uno de los más grandes lujos. Si tengo que armar una lista de grandes canciones pongo esta zamba de una y sin dudar, me parece una obra redonda, sin fisuras, no le hace falta nada, por algo es un tema fogonero inoxidable. La letra quedó impregnada en mi mente, me parece de lo mejor. Lo tengo a Jaime Dávalos entre uno de nuestros grandes poetas. Me encantaba escucharlo contar anécdotas, aunque era chico y no comprendía esa cosmovisión de la que hablaba para hacerse dueño.

Ernesto Cabeza fue uno de los más grandes compositores y guitarristas de nuestra música popular. Cuando veía a Los Chalchaleros, enseguida, lo miraba a él. Me gustaba lo que hacía con la guitarra, hasta su modo de apretarla contra el pecho, seguramente iba “hacia el tiempo de la madera”.

A no dudarlo, debemos reconocer que el rock argentino, también, es una consecuencia de estas canciones folclóricas. Brindaron una verdadera cátedra de música y letra consubstanciadas y fuimos aprendiendo a componer canciones.

Alguna vez, yendo en un micro por las rutas del país escuché esta zamba, cerré los ojos, los volví a abrir y todo estaba intacto, se juntaban paisaje y música, imágenes y palabras, era un sinfín de sensaciones internas, el mejor pretexto para dar por tierra con la dicotomía porteños-provincianos, si todos y todas vamos detrás de la emoción cuando una buena canción va ciñendo nuestra cintura encendida por las estrellas.


Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.

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