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Enrique Santos Discépolo, a 70 años de su muerte sigue vigente
Historia oficial
Enrique Santos Discépolo fue dramaturgo, comediante, autor, compositor (tiene más de 40 obras registradas en SADAIC), músico, cineasta, actor y director teatral. Nació en el seno de una familia de artistas en la ciudad de Buenos Aires el 27 de marzo de 1901. Hijo del músico Santo Discépolo y de Luisa Deluchi, actriz de teatro. Recién nacido, Enrique vivió en la calle Pasco 113, junto a sus hermanos Amalia, Armando, Rodolfo y Otilia. Un par de meses después, se mudaron a la calle México, entre Saavedra y Jujuy.
La muerte de sus padres, a los nueve años de edad, acentuó la angustia y la soledad de Enrique. Una hermana de su madre se hizo cargo de él. Dirá, años más tarde: “Fui a vivir a la casa de unos parientes ricos, desbordante de desdicha y sintiéndome sólo un intruso… (…) Aprendí a dormir sin moverme en la cama para evitar cualquier ruido que pudiera molestar a aquella gente”.
En el libro Discepolín, Horacio Ferrer y Luís Sierra cuentan que toda esta etapa sufrida, áspera se cerró con el broche de otro dolor en la prematura sensación de la muerte total nacida en el anhelo de no existir. “Recuerdo que entre los útiles tenía un pequeño globo terráqueo. Lo cubrí con un paño negro. Me parecía que el mundo debía quedar así para siempre”.
Su hermano mayor, Armando, se casó y alquiló una casa en la calle Pasteur (en aquel tiempo se llamaba Ombú), entre Tucumán y Lavalle, llevándose a Enrique a vivir con ellos.
Armando lo acompañó y lo inició en el camino del arte. Tanto es así, que Enrique realizó su primer trabajo como actor a los 16 años. En 1918, escribió sus primeras obras de teatro, El señor cura, El hombre solo y Día feriado. Fue el inicio de una carrera artística que sólo cesó con su muerte. Anteriormente, Los duendes había sido muy maltratada por la crítica. Le fue mejor a El organito, un feroz juicio a la sociedad de los años veinte en tándem con su hermano Armando. Celebrada por los cronistas teatrales, fue estrenada en 1925. Allí, mostraron a una sociedad en crisis y expusieron la desesperante situación del período inmigratorio en la Argentina.
La vida, la muerte
Eugenio Mandrini nos interpela por el origen de una voz como la de Enrique Santos Discépolo. Tan resistente a la banalidad, al tiempo que tan atraída por la narración de historias con contenidos hondamente dramáticos.
Tal vez, todo empezó con un sueño.
Tal vez, Discépolo soñó (o imaginó) esperar a la Vida agazapado sobre un árbol y al pasar poder saltar sobre ella. Echarle las manos al cuello y, con el mejor de sus aullidos a la luna, preguntarle, gritarle, exigirle: ¿me querés decir por qué me duele tanto respirar? ¿Me querés decir por qué me diste un oído tan malditamente humano que no sólo escucho las quejas del mundo, sino, que escucho, también, los gritos de auxilio que da el silencio? Y, además, ¿me querés decir por qué me hacés creer que estoy ciego cada vez que voy a mirarme al espejo y sólo veo una gran mancha negra? ¡Dale, vamos, Vida, respondeme pronto o te mato! ¡Sí, te mato a palos, a tiros o a besos, pero te mato!
[…]Fue así, quién sabe, como Discépolo supo que no es la Muerte el animal furioso de dentellada insalvable. Que la Muerte, en el fondo, no existe. Es sólo una profecía, una enfermedad del futuro. Y que la gran bestia con selva y todo es la Vida. La única que, realmente, mata es la Vida. En cada uno de sus destinos, de sus ramalazos y arrebatos, de sus bocanadas de aire prestado, la Vida mata.
[…]Es posible entonces que Discépolo, en el límite de los límites, haya pensado: “Si no me queda otra cosa más que vivir, aún al precio de desvivir, viviré como me lo pide mi esqueleto. Que está hecho de fósforo puro y me exige, a cada rato, que lo encienda para alumbrar a alguien o consumirme en mi propia hoguera”.
Enrique Cadícamo, Discepolín y la fe
“Un día le pregunté a Discepolín qué opinaba sobre la fe y me dijo, ‘es como el motor de mi Ford 40 comprado de segunda mano. Había que echarle 20 litros al tanque para que anduviera’. A lo que le repliqué, ‘pero lo que yo quiero saber es qué es la fe para vos, no cómo hay que hacer para que el motor de tu Ford 40 funcione’. ‘Ah… Eso es muy largo de analizar’, me respondió sonriendo. Siempre le gustaba especular humorísticamente con su extrema delgadez (yo le decía, festivamente, 45 kilos con equipo y todo). Era la máscara fea de una hermosa persona. Alguna vez, supo decirme sobre la honradez: ‘Vivan los honrados que todavía son menos canallas que los otros’”.
Historia no oficial
En 1944, por razones de convenio de derechos de autor entre la argentina SADAIC y la mexicana SACM, llega una delegación encabezada por Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi y Mario Bernard a la ciudad de México.
Entre las reuniones y cenas protocolares, conoce, allí, a Raquel Díaz De León, incipiente actriz mexicana de 18 años de edad. Cuenta la propia Raquel que el enamoramiento fue inmediato y mutuo, “no dejábamos de mirarnos”. Ella acababa de ganar el concurso de Los ojos más bellos de México, que, más tarde, le permitió tener un pequeño papel en una película de aquellos años.
Enrique continuó con su representación de la sociedad de autores argentinos por La Habana, en Cuba, y por Cali, en Colombia. De todos modos, era permanente el ida y vuelta de correspondencia donde Raquel y Enrique se declaraban su amor. “Alma, estoy solo. Tania partió por fin. Espero salir esta madrugada lleno de ti ¡La luna! Bendita luna que te pone a mi lado desde que dejé de besarte. Un río junto a mi ventana que canta entre piedras tu recuerdo… ¡Cómo te quiero..! ¡Cómo te he querido..! ¡Cómo te querré..! Bésame como te beso. Mucho. Mucho. Enrique”.
Las cartas fueron muchas. A través de ellas afianzaron una relación que pudo cristalizarse luego de un tiempo, en 1946. Discépolo volvió a México ese mismo año.
Enrique pasó varios meses en convivencia con Raquel en México. Ella, en su libro Uno lo recuerda en detalle: “¿Cómo podré olvidar que cuando yo venía de mi clase de esgrima -quería conservarme delgada y bella para ti- no desatendía mis deberes de ama de casa y, antes de llegar a nuestro refugio de amor, pasaba por el mercado a por los comestibles y prepararte algunos alimentos que yo te obligaba a comer hasta dártelos como a un chico en trocitos y en la boca?”.
Fue en aquel entonces, cuando Raquel quedó embarazada y la pareja disfrutó de esa maravillosa etapa: “Tú nunca habías sido padre y esta novedad era un tema en nuestra intimidad de especiales arrumacos. Idealizábamos a nuestro hijo… ¿Qué sería, hombre o mujer? Se lo preguntabas, acercando tu oído a mi ombligo, del que decías que era su micrófono. Inventabas contestaciones de él, que me hacían reír y en las que tu ingenio destilaba una ternura inaudita, de esperanza por la vida. Cualquier movimiento de la criatura te causaba asombro. Esta ancla que nos uniría para siempre… Lo decíamos, lo sentíamos, lo soñábamos”.
Tania se enteró que Raquel esperaba un hijo y fue en busca de Enrique. Amenazó con tirarse por la ventana del departamento si él no accedía a regresar a Buenos Aires con ella.
Discépolo dejó México. Nunca más iba a volver.
El 21 de abril de 1947 nació Enrique Luis Discépolo. Los padrinos de bautismo fueron los actores Luis Sandrini y Tita Merello, quienes, en esa época, eran pareja y vivían en México. Pero, hicieron algo más que comprometerse con el recién nacido ante la pila bautismal. Ellos, y varios de los artistas argentinos que habían frecuentado el hogar de Raquel y Enrique, se presentaron ante la justicia mexicana y testificaron para acreditar la filiación del niño.
Es así que el fruto de aquel amor tuvo, desde entonces, el apellido Discépolo. Así constaba en su partida de nacimiento y en todos los documentos personales posteriores.
En agosto de 1947, Enrique le escribe a Raquel: “nunca tendrán nada que temer. Tú y mi hijo pueden vivir tranquilos que, mientras yo viva y aún después de muerto, tú y mi hijo serán felices y yo de saberlo”.
En varias de sus cartas, Discépolo agregaba un pedido final que traslucía su conflicto íntimo: “Escríbeme a Lavalle 1547 (SADAIC), Buenos Aires. No escribas a mi casa”.
En 1950, Raquel le escribe a Enrique: “han pasado cuatro años… Y todavía seguimos existiendo. Nuestro hijo crece; mi savia le dio la vida, tu recuerdo le ha dado un yo… Te tiene un gran cariño. Habla de ti como algo lejano… pero con vida. Le pongo tu música y la distingue de otros tangos. Le preguntan por su papá y él dice que está en la Argentina, pero, que pronto volverá”.
Y, en otro párrafo, le pide: “Te escribo con un solo deseo: que reconozcas oficialmente la paternidad de nuestro hijo”.
Discépolo, conmovido, tomó una decisión. Durante el brindis de Navidad de ese mismo año en SADAIC, le comunicó a Luis Luciano, quien era su secretario e hijo de una hermana de Tania, “yo aquí festejando y el chico allá… Solo”.
Luciano reveló, en conversaciones con Norberto Galasso y Jorge Dimov, que, “en una oportunidad, me llama José María ‘Katunga’ Contursi para mostrarme una foto del pibe que le había dado Enrique, para que se la guardara. Entonces, quiere decir que a Tania le tenía miedo. Terror. Y, además, él le permitió a ella cosas que ningún hombre le permitiría a una mujer. Era una relación de odio y temor”.
Con rigor científico, el psicoanalista Jorge Dimov asegura: “Discépolo fue un melancólico grave que se despojó de todo lo mejor que tenía. En cierto modo, se suicidó porque, cuando una persona pierde la capacidad de reconocer su paternidad, está dañando algo propio. Lo mismo le había pasado con su hermano Armando, con quien tenía un gran sometimiento. El que escribía las obras de teatro era Enrique, pero, las firmaba Armando, quien quedó como el precursor del grotesco en la Argentina… Yo sé que, cuando digo esto, la gente del teatro me quiere asesinar. Pero, en el mismo momento que Enrique se pasó al tango, su hermano Armando dejó de escribir teatro. No escribió nunca más. Abandonó a los 47 años ¡Y vivió hasta los 71! ¿Me vas a decir que un tipo que dicen que inventó un género deja de escribir?”.
Agrega Dimov: “el sometimiento que tenía Enrique Santos Discépolo con su hermano lo trasladó a Tania. Además, a Discepolín, su padre biológico lo abandonó y su padre legal murió prematuramente, luego de padecer una profunda decadencia moral y psicológica. Allí está la génesis de la enfermedad melancólica, que comienza a desarrollarse cuando Discepolín debió enfrentarse al nacimiento de su propio hijo. Nosotros enfermamos porque los modelos infantiles pesan en nuestra cabeza”.
30 vidas de artistas argentinos
En una entrevista con Andrés Muñoz, en los años 40, el periodista le preguntó a Discépolo qué tan cerca se sentía del protagonista de la obra Wunder Bar, de Geza Herczeg y Karl Farkas, la cual protagonizó en distintas temporadas, desde 1933. Respondió: “lo que debe ocurrir es que los dos hemos sintonizado. Él me entiende a mí y yo lo entiendo a él. Si mi Wunder escribiera tangos, los haría muy parecidos a los míos, sobre todo, a los ‘grotescos’, en que la risa y la mueca se confunden; y si yo fuese dueño de un ‘dancing’ lo manejaría de acuerdo con su filosofía. Porque míster Wunder tiene una filosofía. Es una filosofía pesimista que adquiere, sin embargo, una expresión optimista y alegre. Wunder no es ningún tonto de circo, de esos que quieren hacer reír vaciándose el cerebro para que suene bien a hueco. Tampoco, es un avestruz que esconde la cabeza para no ver el peligro, creyendo así eludirlo. Wunder es un hombre inteligente que quiere curar la tristeza con conocimiento de causa. Él sabe que la vida es horrible y trata de superar esa realidad volviéndola alegre, pero, sin ignorarla. Recomienda el olvido, pero, no la ignorancia.” Muñoz le re pregunta a Discépolo si no tiene nada sin estrenar. Y éste contesta: “Inédito no tengo nada. Todo lo que yo he escrito ha sido estrenado, aunque, no siempre con mi nombre”.
En su audición radial de 1943, llamada El país de las sonrisas (también conocida como Kolynolandia), Discépolo decía: “Escuche este consejo de un cínico que parece seis: piense en su porvenir. Ha trabajado toda una vida sin descanso. Le ha exigido usted a su físico un rendimiento superior al que podía dar, empeñado en la tarea de mantenerse y mantener a los suyos. Ha trabajado usted sin descanso. Pero, la salud no perdona y usted merece una vejez tranquila y un bienestar absoluto. Decídase hoy mismo. Envenene a toda su familia”.
Fratelanza: una polémica pendiente
A partir del testimonio de Enrique Santos Discépolo al periodista Andrés Muñoz: “inédito no tengo nada. Todo ha sido estrenado, aunque no siempre con mi nombre”, Norberto Galasso comenzó a buscar testimonios de época. Uno de ellos fue el de Marta, hija de Mariano Sozio, conocido autor teatral con el seudónimo de Mario Folco y que fuera colaborador, en varias obras, con Armando Discépolo y Rafael De Rosa. Marta le dijo a Galasso que, una noche, Enrique le llevó a su padre una obra teatral escrita en su totalidad y se la leyó. Folco, inmediatamente, le dijo, “muy bien pibe, si querés, la podemos hacer”. Al cabo de un tiempo, esa pieza apareció en escena bajo el nombre de Mateo y estaba firmada, únicamente, por Armando Discépolo.
Galasso agrega que, en el otoño de 1965, visitó a Julio De Caro para hablar de la poesía y la vida de Enrique Santos Discépolo. De Caro afirmó conocer muy poco sobre Enrique. De todos modos, le pidió unos días, pues era su intención ayudarlo. Pasaron un par de semanas hasta que De Caro lo llamó a Galasso para que fuera a su departamento. Al llegar, se encontró con un hombre de gesto adusto sentado en el sillón del comedor. Era Armado Discépolo. Este fue el diálogo que mantuvieron:
Norberto Galasso: Estoy trabajando en una biografía de Enrique Santos Discépolo. Me interesaría que usted me aportase recuerdos o cartas…, lo que pueda servir para mi biografía.
Armando Discépolo: No tengo documentación, porque nunca guardo nada. Recuerdos, sí, por supuesto ¿Usted conoce las andanzas de Enrique por la calle Rioja con el grupo de pintores?
NG: Sí. Estuve últimamente con el grabador Adolfo Bellocq.
AD: Entonces, eso ya lo sabe. Bueno, él era un creador. Hay creadores mediocres, pero, creadores al fin. Fracasó en la vida, porque tenía una psicología poco masculina. Yo lo conduje de partequino a actor. Hay una biografía del Dr. Sierra –Discepolín– muy buena. Ahí me acarician mucho. Como actor, lo mejor que él hizo fue el gallego de la obra Babilonia. Y, en 1930, en Invitación al viaje. También, hizo un papel en Fábrica de juventud, de Alejo Tolstoi, donde componía un personaje que era una especie de Lenin.
NG: Entre las cosas por leer me faltan las obras de teatro ¿Usted me las podría facilitar? Por ejemplo, Wunder Bar.
AD: Wunder Bar la hice yo (se refiere a la adaptación, aunque, esta lleva la firma de ambos hermanos. N.G.).
NG: Me gustaría, para interiorizarme del personaje que encarnó su hermano, pero, en Argentores sólo encontré Blum. Las demás (me refería a El organito y Wunder Bar. N.G.) no están.
AD: Las obras de teatro no interesan cuando se habla de Enrique ¡Las obras de teatro son mías! Yo tengo cuarenta obras de teatro y, de ellas, doce han sobresalido y todavía se siguen dando.
NG: El éxito lo alcanzaron, especialmente, los grotescos.
AD: Efectivamente, Mateo, Mustafá, (¿?) El movimiento continuo (¿?) y otras.
NG: Se considera que, en ellos, hay influencia de Pirandello.
AD: De ninguna manera. Pirandello no tiene nada que ver, ni yo lo había leído cuando hice esas obras.
Aquel atardecer, Norberto Galasso se retiró de la casa de Julio De Caro reflexionando acerca de los explícitos e implícitos de la entrevista.
Cabe aclarar que Wunder bar es una pieza que pertenece a Herzoc y Farkas y la adaptación pertenece a Enrique y Armando Discépolo. El supuesto creador del grotesco confunde a Mateo con otras dos piezas, que nada tienen que ver con el grotesco. Galasso concluye: “Estimo que el lector tendrá ya suficiente información acerca de la discutida paternidad del grotesco”.
Año 1951
Desde los partidos políticos tradicionales, pasando por el stalinismo y hasta por los conservadores, llegan los ataques hacia el gobierno nacional de Juan Perón en nombre de la democracia. Entre ellos, también, se ven envueltos amplios sectores de la clase media.
La debilidad ideológica del peronismo, según Galasso, es su talón de Aquiles. Dentro de esa debilidad se encuentran las audiciones de Pienso y digo lo que pienso. En ellas, sus autores, Abel Santa Cruz y Julio Porter, articulaban una débil e insistente defensa con forma de propaganda conformista y poco ingeniosa.
Pasaron por ese ciclo Luís Sandrini, Lola Membribes, Pierina Dealessi, Tita Merello, Juan José Míguez, entre otros.
A la clase obrera, que vive en forma directa las transformaciones peronistas, no le hacía falta ese sonsonete. La clase media, en tanto, rechazó esa chatura.
Discépolo, un peronista convencido por las realidades palpables, recibió en su domicilio una llamada del subsecretario de Prensa del gobierno, Raúl Alejandro Apold, para ofrecerle los micros radiales de Pienso y digo lo que pienso.
Enrique dudó, pretextó que, a esa hora, terminaba de representar en el teatro Blum. Apold lo interpeló diciendo, “mirá, te mando un auto para que te recoja y te lleve a la radio, o armamos un estudio en el camarín”. Discépolo respondió: “¡Ahí me jodiste! Acepto”.
A la noche, se encontró con el director de orquesta Francisco Canaro y le comentó la propuesta, mientras tomaban un café en el Politeama de la avenida Corrientes. Canaro fue tajante: “no te metas Chachi, no te metas…”.
Según lo convenido, Enrique se juntó con Apold la siguiente semana y le presentaron los libretos que debía leer. Discépolo le sugirió al subsecretario de Prensa y Comunicación que convocara a Santa Cruz y a Porter a su departamento en Callao y Córdoba para intercambiar ideas. Estaba claro que la redacción final de los monólogos debía quedar a cargo del mismísimo Enrique. Así fue como, el 11 de julio de 1951, se emitió el primer micro programa de Pienso y digo lo que pienso con la voz de Enrique Santos Discépolo hacia toda la república Argentina.
La audición interpeló a la sociedad incisiva y políticamente. Enrique echó una mirada hacia atrás. Fue a los años de ignominia. Recordó a la década infame y la comparó con el jubiloso presente. Revistó hechos concretos y evidentes. De esta manera, dio vida al personaje del antangonista. Creó a Mordisquito, al contrera. Al tipo con el que Enrique debatió las ideas y los hechos de aquella actualidad. A veces, con recriminaciones, otras, con ironías cargadas de fino humor. Sin perder su eterna melancolía y su dulzura. Jamás. “Sí… son muchas las cartas que recibo… Y tanto o más que las otras me interesan las que me reprochan algo… Por eso, me interesó la tuya Mordisquito (así firmabas, ¿verdad?… ¡Mordisquito!). Y bueno, Mordisquito. Discutamos…”.
Su Mordisquito duele, molesta. Pero, nada más alejado de Enrique que el odio.
Para algunos, Discépolo se ha vendido. Para otros, ha sucumbido por cobardía. Para otros, es el que no sabe hacer nada que no sea exitoso. De todos modos, Enrique no afloja. Continúa presionando con su tono polémico.
Le enviaron cartas a la radio, a SADAIC y, también, a su domicilio. El teléfono no paró de sonar. Fue insultado y agredido. La correspondencia llegaba con sus discos rotos y las encomiendas con excrementos. Una vez, se cruzó en la calle con un actor amigo. Enrique abrió sus brazos para saludarlo y un escupitajo le cruzó la cara. Organizaron un banquete para agasajarlo y mucha gente de teatro compró las invitaciones para no ir. Para hacerle el vacío. Incluso, le dijo a Tania: “si esto sigue así, me voy a hacer malo”.
Su salud empezó a doblegarse.
El 28 de septiembre de 1951, una asonada militar a cargo del general Benjamín Menéndez puso en vilo al gobierno de Juan Perón. La CGT declaró la huelga nacional. El pueblo salió a las calles y también Enrique, quien, en la Plaza de Mayo, se encontró con Hugo Del Carril. Ambos desandaron la Plaza y fueron directamente al despacho del presidente para ponerse a disposición. La “revolución” en ciernes fue detenida.
En octubre de 1951, Perón dio un discurso en una cena con las Fuerzas Armadas. Allí, expresó: “Hay quienes critican todo, pero, hemos pagado la deuda externa y consolidado el sistema previsional. Pero, nos dicen que hay desequilibrio. Bueno, díganme cómo se hace todo esto sin que haya algún tipo de desequilibrio. Pregunto: ¿qué país tiene equilibrada la economía en este momento? Esto me hace acordar a algo que me contaba, hace unos días, Enrique Santos Discépolo. Él dice que fue con un amigo al circo y que el equilibrista puso una silla en la cuerda, sobre la silla posó un vaso, luego, él se subió, apoyó la cabeza sobre el vaso, tomó un arpa, mientras realizaba equilibrio tocaba el arpa. Discépolo le dijo, maravillado, a su amigo ‘esto es magnífico’ y su amigo, que tiene por costumbre encontrar el pelo en el huevo, le dijo, ‘Sí. Pero desafina tocando el arpa…’”.
En el cierre de la campaña electoral del Partido Radical de ese año, llevada a cabo en la Plaza Constitución, el candidato Ricardo Balbín le habló a la concurrencia y dijo: “Hay un autor de tangos que, un día, escribió: ‘Quien más, quien menos, pá malcomer/somos la mueca de lo que soñamos ser’. Estos versos son, hoy, su condena. Hoy, que se ha vendido a la dictadura convirtiéndose en su vocero”. Al otro día, Enrique le contestó: “reuniste a un pueblo para hablarle de mí. No tenías otra cosa mejor que decir… A Perón no lo inventé yo. Lo inventaron ustedes. Lo inventó el hambre, la enfermedad, la miseria… ¿Vendido yo? ¡Inocente! Si sabés que comprarme a mí es un mal negocio. Desde que nací hasta ahora vivo de mí y de mis obras. Por fortuna o por desgracia, no hay nadie que pueda ayudarme. Sólo mis obras y el pueblo… No hay gobierno que pueda darle más éxito o menos éxito a una canción mía, a una obra mía, a una película mía. Tengo el orgullo de mi independencia… Lo que yo le debo a este gobierno es mucho más de lo que vos te crees. Le debo, desde mi soledad, la enorme dicha que goza el pueblo, el rumbo firme que lleva y el porvenir…”.
El 11 de noviembre, una abrumadora avalancha de votos se impuso en las elecciones. El Partido Peronista alcanzó 4.618.988 votos, mientras que el Partido Radical consiguió 2.237.310 sufragios. Dos días después, Enrique visitó a Perón y le comentó que se iba del país. Que quería alejarse de todo esto y que haría un viaje en barco. Carguero de ser posible. Para no tener que socializar con nadie. Perón intentó retenerlo y le ofreció algún alto cargo en cuestiones culturales o educativas. Quedaron en que pasaría la Navidad en la quinta de San Vicente, tal cual lo hicieron en otras oportunidades. Enrique Santos Discépolo falleció el 23 de diciembre de 1951. Perón acudió al velatorio que se realizó en la sede de SADAIC, en la calle Lavalle, entre Montevideo y Paraná. Las bailarinas de todos los cabarets de la ciudad hicieron cerrar en su honor los locales y fueron a despedirlo. El Teatro Presidente Alvear pasó a llamarse Enrique Santos Discépolo, por decisión de Juan Domingo Perón. Al día siguiente, fue enterrado en el cementerio de la Chacarita.
Pienso y digo lo que pienso. Programa Nº 1
Un malestar, una enfermedad resultan de pronto un balance de cariño, un inventario de ternura, cuya medida uno creía capaz de sospechar y que, de pronto, lo sorprende desbordando, colmando la aspiración más vanidosa. A tal punto que, sin la oportunidad de este micrófono, me hubiera sido imposible expresar mi conmovida gratitud a uno por uno de todos los que se han interesado por mí. Lo peor de la enfermedad no es la enfermedad misma ¡Qué esperanza! Es tener que explicarla. Contársela, minuciosamente, a uno por uno, a todos los que tienen la cordialidad de venir a visitarte. Vienen las tías que uno no vio desde la enfermedad pasada y hay que contarles. Si es un resfrío o una gripe, la pregunta de práctica es, inevitablemente: ¿Cómo te la agarraste?
Yo no me la agarré. Es la gripe la que me agarró a mí. Vienen los amigos, que ayer estuvieron al lado, y te reprochan: ¿Pero, cómo fue? Si ayer estabas lo más bien. Sí, ayer sí, pero, hoy no. Hoy estoy lo más mal ¿Acaso no puede ser? ¡Comprenderán que no ha sido por gusto!
¿Cómo me va a gustar a mí, que tengo apenas para defenderme dos docenas de glóbulos rojos, perder la mitad?
No. Pero me ofrecieron la posibilidad de discutir desde este micrófono y yo soy capaz de discutir hasta con un glóbulo solo, porque, para tener razones no hace falta más que un glóbulo en las venas, pero lleno de convicciones ¡Porque, a mí no me la van a contar! ¿A mí, que tengo cincuenta años de estatura, cincuenta años de los cuales los primeros cuarenta y cinco me los he pasado acumulando, soportando promesas que nunca se cumplieron? Pero, ¿me la quieren discutir? ¡Y bueno! Yo comprendo que, físicamente, no puedo pelearme con nadie, porque no soy ningún suicida, ¡pero discutir!…
¡Claro que vamos a discutir! No es que ser porteño signifique, obligatoriamente, ser descreído o ser escéptico ¡No! Pero, nos tuvieron tan acostumbrados, durante tanto tiempo, a prometernos la chancha, los veinte, el rengo, el organito y la pata de goma sin darnos siquiera la mitad de los veinte que, lógicamente, ya no creíamos más nada y frente a cualquier plataforma contestábamos: ¡Bah, promesas! ¡Pero, eso de seguir negando las cosas por inercia o como postura, no! Sobre todo, que lo que ellos nos prometieron ayer sin dárnoslo, se cumple hoy: llega un Gobierno que toma las promesas en serio y las realiza. Pero, mientras se construye, vos seguís negando y amenazando con: el año que viene me la vas a decir.
¿Y qué te tengo que decir? ¿Que el año que viene vas a estar mejor?… ¿y el otro?… ¿y el que sigue? ¿Que hay conquistas que ya son de hierro y no se pueden perder, que no se van a perder? ¿Eso querés que te diga? Y bueno: vos querés discutir. Yo también. Te espero mañana, porque, yo estuve enfermo estos días. Pero, eso de que vos vivías antes mejor con 120 pesos que ahora con 1.500, no, no… ¡Ésa, a mí no me la vas a contar! ¡No!
Bibliografía
Discepolín (Horacio Ferrer – Luis Sierra).
Discépolo. La desesperación y Dios (Eugenio Mandrini).
Uno, biografía íntima de Enrique Santos Discépolo (Raquel Díaz De León).
30 Vidas de artistas argentinos (Andrés Muñoz).
Romance a la distancia, cartas de amor y secretos (Julio Lagos) Infobae.
Fratelanza (Norberto Galasso – Jorge Dimov).
Discépolo y su época (Norberto Galasso).
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