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El cuerpo subversivo de la comicidad
El cuerpo es el lugar donde confluyen lo público y lo privado. Al cuerpo se lo socializa. Esto es la internalización de las normas sociales. Éticas y estéticas. Una de las principales características es que al cuerpo se lo reprime para hacerlo entrar en lo social. Es sabido el menosprecio de lo corporal sobre la razón. En la vida cotidiana se le pide al cuerpo que no se haga presente, que sea discreto.
En la interacción con el otro es cuando se actualizan las normas sociales adquiridas, esa segunda naturaleza. Y se produce una ritualización de los gestos, de las posturas, las miradas y los ritmos corporales, a tal punto, que el cuerpo desaparece. En esa especie de danza se vuelve transparente. Es que estamos, todo el tiempo, controlando el cuerpo. Evitamos generar malos entendidos. Por eso, todo nuestro cuerpo, en una conversación, se vuelve redundante. Apoyamos nuestro discurso con gestos, tonos, posturas, volumen de la voz, pausas, etc. Tenemos un cuerpo y lo autocontrolamos. También, el control puede venir desde afuera.
En el caso de la risa, podríamos decir que es uno de los mecanismos de control. Para Henri Bergson, la risa es un castigo social, aparece cuando alguien se corre de lo establecido. Actúa como un mecanismo coercitivo. Si no se quiere seguir siendo víctima de la burla se autocorrige. Otro mecanismo de autocontrol es la verguenza. Karl Marx dijo que la vergüenza es ira contra uno mismo. Sentimos vergüenza cuando nos juzgamos en forma negativa. O cuando juzgamos que los otros tienen una valoración negativa de nosotros. Esto funciona muy bien, porque logra que dejemos de hacer algo no permitido socialmente.
En la comicidad, el cuerpo del personaje cómico, si bien pasó por la socialización, produce quiebres en la transparencia de la interacción con el otro o con los objetos. Es decir, hace aparecer el cuerpo, lo pone en primer plano. Lo muestra, al romper las convenciones sociales. Al no poder controlarlo del todo, al producir fallas en la comunicación con el otro. Se desterritorializa. El personaje cómico hace evidente la domesticación de la cultura. Atenta contra la ley, las costumbres, lo solemne, el comportamiento hegemónico funcional y ordenado. Sobre todo, contra la moral que, justamente, viene del latín moralis y es relativo a costumbres. Hace aparecer lo obsceno. Aquello que debería quedar en la esfera íntima se hace presente. Payasos, clowns y bufones ponen en jaque los buenos modales. Se ríen de las costumbres de clase y género. Rompen con los automatismos de la vida cotidiana.
En la mitología griega, Apolo es el dios del sol, de la lógica y la razón, de la belleza y de la armonía y se contrapone con Dionisio. Este último, es el dios del vino, de la orgía y el descontrol que genera el vino.
En el proceso de socialización se tratará de que triunfe Apolo sobre Dionisio. El yo sobre el ello. Lo racional sobre lo instintivo. Los malos modales sobre los modales burgueses. En la comicidad, siempre, se encuentran en tensión Apolo y Dionisio. El personaje cómico aparece, en principio, tratándose de comportar de forma apolínea, pero, de a poco, le va ganado lo dionisíaco. Lo apolíneo es cuidar y controlar el cuerpo. Lo dionisíaco es, justamente, lo contrario. Pero, en el contrato social, no hay demasiado lugar para lo espontáneo. Los impulsos individuales tienen que pasar por el filtro de la moralidad. Por eso, la comicidad es un espacio para romper con la alienación del cuerpo.
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