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¿Democracia o capitalismo?

Nota en homenaje al gran poeta Rodolfo Alonso

(Publicamos esta nota que nos envió Rodolfo Alonso en diciembre de 2020 como colaboración para nuestra revista Con Fervor. Y lo queremos hacer, especialmente, como un homenaje post mortem al gran poeta, traductor y ensayista que fuera colaborador de nuestra revista desde su inicio).

 

“Tendremos que resignarnos, por lo visto, a la idea de que la democracia contemporánea no es íntegramente democrática, sino, un sistema mixto entre dos elementos democráticos: el voto formal y las encuestas; y un elemento oligárquico: el poder económico”. Estas palabras, que parecen de absoluta y perentoria actualidad, como estrechamente ligadas a los arduos momentos económico-financieros que se nos obligó a vivir, no son, sin embargo, de un pensador actual. Son un documento y, es más, una evidencia. Ya que, quien las escribió, en su columna dominical del diario La Nación, el 29 de octubre del año 2000, fue, nada menos, que Mariano Grondona. Me produjeron tal impacto que nunca pude olvidarlas. Y, tampoco, pude nunca responderme qué lo había inclinado a desnudarse así, públicamente. No fue, sin duda, por inocencia. Y, mucho menos, por descuido. Más me inclino a pensar que fue por sentirse tan seguro: “A confesión de parte, relevo de prueba”.

Suelo leer, cada vez, con mayor atención los atinados y justos enfoques con que Mónica Peralta Ramos suele pedirnos, sabiamente, que, en puntuales momentos de difíciles circunstancias económico-sociales, tengamos claro el panorama completo: el hecho histórico, fundacional de la consolidación creciente del poder y la riqueza que, en las últimas décadas del siglo pasado, culminó (después del Rodrigazo, Martínez de Hoz y la no menos siniestra dupla Menem-Cavallo) concretando una concentración al máximo de los resortes clave de nuestra economía en muy pocas manos, por lo general, multinacionales.

A lo cual, los siniestros cuatro años del macrismo agregaron, por desgracia, algunas novedades. La primera, es que, y por primera vez en nuestra historia, este ancestral flagelo no necesitó golpes, sino, que pudo ganar elecciones (claro que, con el apoyo habitual de sus medios hegemónicos, pero, además, con su eficaz y

no menos deshonesta manipulación de las mal llamadas redes sociales). La segunda novedad es que consiguió ser más capaz de daño, mentira e infamia que sus similares anteriores.

Ese poder no se limitó, muy por el contrario, no sólo se extendió, casi, hasta lo totalitario, sino que, desembozada o clandestinamente, tanto se apoyó en dictaduras militares como debilitó y tumbó a los gobiernos democráticamente elegidos que le disgustaban. Los nombres de todos estos últimos están en la memoria nacional, pero, en lo íntimo, me dolió profundamente su despiadada inquina contra el honesto, corajudo y eficaz presidente Arturo Illia (radical, de los de antes), capaz de enfrentarse no ya con las multinacionales petroleras, sino, también, con otras, similares, pero, no menos feroces: las de medicamentos.

Para seguir recurriendo a nombres caros a los seudo-liberales que se cuidan muy bien de este tipo de citas, voy a recordar que, el gran ensayista mexicano Octavio Paz, durante un reportaje para Le Nouvel Observateur, poco antes de morir, pudo afirmarle a Jacques Julliard: “Tocqueville vio eso bien. Habla de una vulgarización de la vida democrática y hasta de una incompatibilidad entre la poesía y la democracia moderna. La cuestión subsiste. Se habló del desastre del autoritarismo, sería preciso hablar del desastre del capitalismo liberal y democrático, en el dominio del pensamiento como en el de la vida cotidiana; la idolatría del dinero, el mercado transformado en valor único que expulsa a todos los otros”.

Por eso, sentí, hace ya ciertos años, que coincidía y sigo coincidiendo, cada vez más ahora, con la afirmación de Gilles Martinet (un socialista de los de antes) en la televisión francesa: “La democracia es incompatible con el capitalismo”. ¿Qué nos queda para oponer a esa tensión, para desequilibrarla a favor de los valores democráticos? Más democracia, por supuesto. Es decir, cada vez más ciudadanos que no se limiten a ser consumidores pasivos, algo así como siervos serviles que consienten, sino, demócratas concientes de sus derechos y de sus riesgos, capaces de ampliar, con su participación siempre más activa e informada, los límites reales y sociales de la democracia que, indudablemente, ellos, los ciudadanos, constituyen, implican y son.

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