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Continúa El organito, de Armando y Enrique Santos Discépolo, en Andamio 90

El organito, escrita por Armando y Enrique Santos Discépolo, se presenta en una ya inolvidable versión, con adaptación y dirección de Rubén Pires. A casi cien años de su estreno, en el año 1925, puede considerársela como un clásico de lo mejor de nuestra dramaturgia nacional.

 

Escrita en el período de entreguerras, momento de grandes turbulencias, rupturas y expectativas en todo el mundo. La humanidad se acercaba, sin saberlo, luego de la secuela dejada por la Gran Guerra, a otro período de radicales cambios políticos y sociales y a una nueva guerra mundial, que implicaría una transformación irreversible.

En la Argentina, a comienzo del siglo XX, los contrastes eran profundos y la inmigración, sobre todo europea, conformaba un porcentaje elevado de la población. El “cocoliche”, con esa mezcla de idioma español e italiano, daba una pintoresca sonoridad a las calles y a los vecindarios populares. También, era habitual el hacinamiento y la precariedad de muchas familias que trataban de conseguir ese “mango” para la subsistencia diaria. La ilusión de “hacer la América” se desvanecía poco tiempo después de haber llegado el barco al puerto de Buenos Aires. Pero, a todas/os o a casi todas/os, les esperaba una época aún más sombría: la crisis económica mundial de los años ‘30. Entonces sí no había ni pan ni trabajo y la mano de obra se había depreciado hasta los límites de la indigencia. Hombrear bolsas, cavar zangas por sólo unos centavos al día era el magro recurso para llevar el pan a una mesa, por lo general, numerosa y flaca.

El organito refleja, con una elocuencia indudable y con una estética perfecta, esta pintura social. Claro que no sólo esto nos cuenta. También, nos habla a través de este padre de familia, Saverio, despótico y cruel, atravesado por el rencor, el resentimiento y la brutalidad su propia desazón. Es un personaje de una profunda y descarnada humanidad, que ya no tiene una moral o una fe donde cobijarse y todo en él es brutal, violento, amargo, hosco. La miseria hace que se revele en él lo más primitivo de su condición.

Marcelo Bucossi realiza versiones e interpretaciones canónicas de los personajes que encarna: durante 70 minutos él “es” Saverio y lo seguirá siendo cada vez que recordemos esta obra. Nos presenta un hombre donde se entremezclan la maldad y la intemperie de sus pasiones. Domina, maltrata y se abusa de todos sin piedad en su codiciosa avaricia.

Anyulina -interpretada por la dúctil Elida Schinocca con una riqueza de notables y profundos recursos escénicos- representa a una mujer de su época y condición: sometida, maltratada y, fundamentalmente, resignada. Va a acompañar a su marido hasta el final de su vida, como mandato inexorable, como designio inapelable. Calla, sufre, se sacrifica, pero ve. Ve, con gran claridad, el horror en el que convive toda la familia. Está condicionada, pero, sabe y asume su destino. Con decisión, alienta a sus hijos a que salgan de ese círculo, que dejen la pieza donde viven y hagan otra vida.

El cuñado de Saverio; “Mammamia” interpretado por el siempre excelente Marcelo Rodríguez, es un contrahecho y enfermo mendigo que, durante años, fue sometido al látigo implacable de su cuñado. Ahora, es raleado y excluido del “negocio” por la llegada de otro payasesco hombre orquesta, que, en busca de la ilusión de su enamoramiento de la joven Florinda, se someterá al rigor de su mandante.

Los tres hijos de Saverio: Nico, Florinda y Payasito y el hombre orquesta, Felipe, los personajes más jóvenes tienen un destacado rol interpretativo: Gonzalo Álvarez, Lucía Palacios, Facundo Pérez y Emanuel Cacace, todos hacen un aporte muy lúcido y valioso en este grotesco que conmueve profundamente al espectador.

Pero, esta historia de lúmpenes, que reflejan casi como un testimonio documental de esa época, tiene una vigencia que duele. A casi a cien años de su estreno, después de los arrolladores cambios que trajo el transcurrir del siglo XX y el convulsionado XXI, nos habla no sólo de ese pasado. Nos habla del presente: de la exclusión, de la pobreza extrema, de la miseria, de la violencia y del desplazamiento de los seres humanos. Los inmigrantes buscando en otras tierras, a veces, muy lejanas, un sitio donde poder vivir, no sabemos si mejor, pero, vivir. La inmigración es otra forma de contar la historia de la humanidad. El abandono del propio suelo, siempre abonado con sufrimiento, teje la historia coral de los pueblos.

 

Esta versión de El organito tiene el sello característico que le imprime Rubén Pires a sus trabajos e, intuimos, a la selección de las obras que elige dirigir. Siempre, sólidas e intensas y con la tensión equilibrada que mantiene al/la espectador/a en un estado de alerta y de escucha activa que nunca nos deja indiferentes.

Cuando la obra termina nos la llevamos, la seguimos sintiendo, pensando durante mucho tiempo. La reverberancia de este “organito”, seguirá hablando de una marginalidad que ya (como oxímoron) está incluida en nuestro paisaje humano cotidiano.

En mi caso personal, sé que volveré, una y otra vez, a rememorar las escenas, el organito, la cotorra Juanita, el cinturón usado como látigo, el plato único en la mesa, el catre destartalado, la bolsa de dinero, el escaso mendrugo, las ilusiones de brillar de la muchacha, el aro en la oreja del pendenciero padre, la botella de caña de Anyulina, que la ayuda a existir, el jorobado, el tonto, los hermanos unidos en la “mishiadura” y los tristes recuerdos de lo que fue y su eco injusto y abyecto en el presente.

Es una obra que, también, pone en escena otras escenas. Diría el maestro Jorge Dubatti, una especie de liminaridad que se despliega en las calles con sus trágicas imágenes grotescas y desoladas en el escenario del mundo, mendigando: los cristos rotos que gritan a oídos indiferentes pidiendo una moneda. A lo sumo, es lo que apenas le dan, una moneda, como dice Saverio, no por caridad, sino, por desprecio.

Excelente e inolvidable quedará en el archivo de las mejores obras y puestas de este tiempo.

 

 

Ficha artístico-técnica:

Autoría: Armando DiscépoloEnrique Santos Discépolo

Adaptación y dirección: Rubén Pires

Actúan: Gonzalo ÁlvarezMarcelo BucossiEmanuel CacaceLucía PalaciosFacundo PérezMarcelo RodríguezElida Schinocca Ilustraciones: Nahuel Lamoglia

Diseño de maquillaje: Analía Arcas

Diseño de vestuario: Nélida BellomoRubén Pires

Diseño de escenografía: Rubén Pires

Diseño de objetos: Silvia DottaLeonardo Evrard

Diseño de luces: Rubén Pires

Realización de vestuario: Nelly BellomoRubén Pires

Realización de objetos: Myriam ManelliGustavo Reverdito

Música original: Guillermo FernándezSergio Vainikoff

Diseño de iluminación: Rubén Pires

Fotografía: Fiorella Romay

Diseño gráfico: Nahuel LamogliaFiorella Romay

Asistencia de  dirección: Gerardo Dispenza

Coach vocal: Marina Tamar

Puesta en escena: Rubén Pires

Director asistente: Orlando Santos

Dirección: Rubén Pires  

 

El organito puede verse los domingos a las 17.30hs. en Andamio 90, ubicado en Paraná 662, CABA.


Adriana Prado es licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades. Actualmente, realiza periodismo cultural por radio y por redes sociales en Voces y contexto. Vive en Parque Chacabuco, Comuna 7, CABA.

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