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¿Borges o Cortázar?

Hay una dualidad visceral que pertenece al ADN de los argentinos desde tiempos inmemoriales. Consiste en tomar partido eligiendo, por descarte o en ejercicio de preferencias que siempre excluyen. La confrontación, supuestamente, serviría para saber si es Boca o es River el equipo de fútbol más importante del país, si Charly o Spinetta es el músico más notable del Rock Nacional, si son los Redondos o Sumo la banda más emblemática de la Argentina, si los peronistas o los radicales son mejores, incluso, si unitarios o federales han sido, en tiempos pretéritos, más eficientes en sus divergentes propuestas para construir identidad nacional.

Esa toma de partido fundacional, quizás, heredada del enfrentamiento de las tribus originarias y, luego, profundizada con la llegada de los conquistadores españoles, ha sido una dicotomía nunca resuelta, que dividió en dos bandos irreconciliables a nuestros ancestros. Heridas nunca cicatrizadas, ideas que jamás hallaron su síntesis, preferencias que nunca convergen y enfrentamientos en los que, lamentablemente, se ha derramado demasiada sangre. Hoy, llamamos a este fenómeno: la grieta.

En literatura, cada cual tiene sus preferencias y se llega, incluso, al acaloramiento en las discusiones. Pero, ciertamente, hay divisiones en este campo de la actividad artística. Me propongo revisarlas. Jorge Luis Borges y Julio Cortázar no fueron afines en lo político, ni en su abordaje del hecho literario, pero, sus vidas se cruzaron notablemente y pertenecen a una misma corriente de literatura fantástica latinoamericana. Ambos fueron amantes del relato breve, exponentes privilegiados de las letras argentinas, sus abismos políticos fueron sólo comparables al generacional.

 

Hablando acerca de Cortázar

 

Para perfilar personalidades conviene comenzar por un recuento de características. En el caso de Julio Cortázar (1914-1984), su contenido suele partir de sucesos cotidianos para hallar un quiebre en esa realidad, capaz de llevar el relato a una frontera insólita, recurso que fue, sin duda, su marca registrada.

Los juegos con el lenguaje caracterizan la literatura de Cortázar, lúdica expresión en los límites de las reglas del idioma, los fonemas inventados, la jitanjáfora -heredada de los movimientos vanguardistas de principios del siglo XX- y una especial predilección poética, que valora la liberación de la imaginación al punto de crear palabras inexistentes, que fue otra de sus muchas características de estilo.

Él se manifestó en una entrevista concedida a Omar Prego Gadea, echando luz acerca de su fascinación por el género fantástico: “Desde muy pequeño, hay ese sentimiento de que la realidad, para mí, era no solamente lo que me enseñaban la maestra y mi madre y lo que yo podía verificar tocando y oliendo, sino, además, continuas interferencias de elementos que no correspondían, en mi sentimiento, a ese tipo de cosas.
Esa ha sido la iniciación de mi sentimiento de lo fantástico, lo que tal vez Alazraki llama neofantástico. Es decir, no es un fantástico fabricado, como el fantástico de la literatura llamada gótica, en que se inventa todo un aparato de fantasmas, de aparecidos, toda una máquina de terror que se opone a las leyes naturales, que influye en el destino de los personajes. No, claro, lo fantástico moderno es muy diferente…”.

Cortázar nos ubica en la cotidianidad para proyectar su alquimia verbal y proyectar las circunstancias de los personajes, desde lo narrativo y fáctico de su maravillosa realidad inventada, hacia una frontera indudablemente insólita. En Casa tomada, por tomar un ejemplo emblemático, dos seres se ven acorralados dentro del caserón heredado, que, habitación por habitación, va siendo ocupado por entidades o personas, dato a esclarecer por cada lector, y es esa intrusión lo que incorpora el elemento distorsivo, aquello que invade lo doméstico y genera espanto. Allí, justamente, está la quintaescencia de lo siniestro, que, por definición, es aquello que irrumpe en lo cotidiano produciendo horror.

Los personajes cortazarianos son semejantes a nuestros parientes, vecinos y amigos. La particular imaginación verbal del autor abunda en juegos lingüísticos. También, nos acerca sensiblemente a estos seres. Lo camaleónico es una de sus prerrogativas, tornándose diferente en cada relato. La invención llega a limites antológicos con los Cronopios y los Famas, personajes que poseen su propio universo, delicioso trasvasamiento de retazos de otras cosas, también inventadas, que constituyen un sistema de signos en sí mismo. Evidencia de la esclarecida creatividad que los ha creado, dotándolos de características singulares. Incluso, describiendo los posibles escenarios de interacción, con respecto a ambas castas, de cada personaje, con sus dones y privaciones, siendo este sistema de signos, incluso, transitado por otros autores, según los cánones impuestos por Cortázar.

El cuento Continuidad en los parques inicia con un hombre sentado en un sofá, que lee una novela. Pero, sus protagonistas son dos amantes que, hartos de su condición de tales, traman el asesinato del marido de la mujer. En un giro extraordinario del breve relato, el lector infiere que el marido termina siendo el hombre que lee la novela. Esta supresión de la realidad, donde dos planos aparentes se confunden, crea una secuencia de realidad alterada que es ciertamente perturbadora ¿Cuál es la realidad y cuál la ficción?, ¿quién es el que será asesinado? Finalmente, el lugar físico del relato se atomiza, siendo dos posibles lugares al mismo tiempo.

Un dato no menor es que Julio Cortázar reconoce a Borges como una de sus influencias.

 

 

Hablando acerca de Borges

 

Como contrapartida, en este enfrentamiento ficcional que propongo, Borges halló, siempre, el adjetivo certero en la frase quimérica, breve, muy trabajada y destiló síntesis literaria. Eligió la connotación erudita, con profusión de citas, muchas veces, tramposamente inventadas. Asombra, además, la vastedad de autores que revisó, citó y antologizó de manera casi constante. Responsable de su erudición fue la biblioteca de su padre, Jorge Guillermo, escritor, profesor, filósofo, abogado y traductor. Aquella que Georgie describiera: “…como una especie de paraíso…”. Borges, en una entrevista, declaró que su padre tenía: “…una biblioteca de libros ingleses, porque su madre era inglesa…”. Y, en el epílogo de Historia de la noche, agregó que esa biblioteca había sido: “…el hecho capital de su vida…”.

Según su propio relato, Frances Anne Haslam (1842-1935), madre de Jorge Guillermo Borges, su abuela, era una gran lectora. Como nunca había aprendido bien el castellano, ella leía en voz alta, en inglés, a sus nietos que, indistintamente, manejaban ambos idiomas. La iglesia metodista, a la que pertenecía la familia Haslam, fue un desprendimiento de la iglesia anglicana. Las lecturas dominicales y los sermones, también, formaron parte de ese imaginario literario. Sin embargo, el abuelo y el padre de Borges se reconocieron como agnósticos, corriente a la que él mismo adscribió públicamente. Aunque acompañaba a su madre Leonor Acevedo a las misas católicas. En adición a esto, la temprana viudez de Fanny, tal el apodo de la abuela de Borges, determinó una influencia solar en los gustos y preferencias del autor de Ficciones.

De allí parte su fascinación por la literatura anglosajona, el gusto por la metafísica, su mencionado agnosticismo, lecturas y posteriores citas que incluirán a autores como StevensonHawthorneWellsColeridgeKiplingDe QuinceyPoeMelville. Las temáticas recurrentes, que incluyeron la mitología, la matemática, la teología y la filosofía, incluyendo nociones cardinales y elementos de la novela negra y del género policial.

Pero, a su regreso, en 1921, procedente de Ginebra, cuidad Suiza donde residió toda la familia entre 1914 y 1918, buscando cura para la progresiva ceguera de su padre, Borges se reconoció como profundamente argentino. Así lo atestiguan sus tres primeros poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), donde abrazará, indistintamente, el lenguaje gauchesco o campero, muy de moda en la literatura de entonces, alternando con la jerga orillera de los compadritos y malevos de los suburbios del sur.

Borges apela a lo prodigioso, a espacios multiformes, como los laberintos, a la compleja matemática que implica el ajedrez, considerado un juego de suma cero y, a la vez, una aplicación práctica del teorema de Pitágoras. Él se regodea citando libros apócrifos o Las mil y una noches, se nutre de la Cábala, concurre a lo sagrado en términos astrológicos, a la filosofía o a la más impune autorreferencialidad, donde no estamos exentos de la pícara falsedad y la encantadora manipulación de datos, que tomaremos como ciertos, pero que, en sus citas, entrañan un nuevo círculo de engaño.

Lo mítico de Borges es herencia directa de la biblioteca de su padre, lugar de ensueños y magia. Alejarse de la realidad fue entonces placer y diversión. Y esa lejanía de lo cotidiano fue predominante en el abordaje de los temas que, luego, contendría en su literatura. Evitando toda pretensión de realismo, elevó los contenidos a universos inventados y mitos fundacionales, la cita tramposa y la referencia que direccionaba la atención hacia lo excepcional. De este modo, la realidad quedaba muy lejos de su literatura.

Borges se mira, a sí mismo, reflejado en los espejos enfrentados del hotel La Delicia, de Adrogué, está presente en la bifurcación y la repetición ¿A otro autor le toleramos la reiteración como a Borges? Su lista enumerativa es, siempre, sorprendente. Son destacables las muchas cualidades que adquiere el lenguaje a partir de la anáfora, que ha sido un territorio largamente transitado por el autor de Ficciones ¿Todo hombre es otro, todo hombre es ninguno, finalmente? La negación de realidades, asimismo, contribuye a la tan deseada nebulosa borgenana, donde perderse, en su mejor acepción de laberinto, es un placer inmenso.

La noción de laberinto es, además, otra de las obsesiones de Borges que tienen un origen cierto en la ciudad de las diagonales. Los Borges–Acevedo jugaban a perderse en Adrogué, salían, simplemente, a caminar, perdiendo aviesamente el rumbo para, luego, preguntar a un vecino cómo retornar a Plaza Brown 301, actual Casa Borges. Única casa museo del autor en el mundo que tuve el privilegio de inaugurar y funcionalizar como museo. O a la demolida quinta La Rosalinda, enfrentada a lo que, hoy, es el Adrogué Tennis Club, que los padres de Borges alquilaban, cuando ya el declinar del Hotel La Delicia se hizo ostensible. Dicho hotel fue una verdadera Meca de visitantes, ya que, el fundador del pueblo, Esteban Adrogué, participaba de una moda del siglo XIX, sembrando eucaliptos a mansalva, por que, supuestamente, esos aromas balsámicos, en la creencia de la época, ayudaban a curar afecciones respiratorias. Desde estos tres sitios que describo, Borges caminaba sin dirección en el laberinto de las diagonales o le proponía matrimonio en inglés a Estela Canto, en un banco que ya no existe, cercano a la estación ferroviaria de José Mármol.

Los jardines de esa localidad del sur son, también, todos los jardines de su literatura. Y la estatua de Guillermo Brown estuvo rodeada de anclas y cadenas que describían senderos por los que transitar, obligadamente. Entonces, aquello que era cotidiano en una ciudad del sur de Buenos Aires, tomó dimensión mítica, elevándose, gracias a la genialidad de Jorge Luis Borges.

 

Borges y la física cuántica

 

En palabras de Donald Yates, traductor al inglés y amigo personal de Borges: “Borges se ocupó reiteradamente de lo que podríamos llamar ‘lo inconmensurable’, es decir, la eternidad, lo infinito, la identidad, cuestiones metafísicas que lo conducen a una búsqueda, la de Dios, quizá…”.

Hay todo un imaginario alrededor de la literatura borgeana. Su fascinación por la física cuántica, de la cual es precursor en el ámbito de la imaginación, volcando a lo ficcional escenarios irreales donde el cruce de realidades y la bifurcación del tiempo eran, siempre, perturbadoras posibilidades. Por estas connotaciones, Borges fue citado en numerosos libros específicos del tema. Como, por ejemplo, por el físico Hugh Everett III, quien publicó, en 1957 (con seudónimo), una teoría enunciando que, en el momento de la medición del universo, éste se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible.

Pero, el primero en concebir universos paralelos que se multiplicaban no fue Everett, sino Borges. En El jardín de senderos que se bifurcan, publicado en 1942, propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en lugar de elegir una y eliminar las otras, opta, simultáneamente, por todas. Creando así diversos porvenires y tiempos, que, a su vez, proliferan y se bifurcan. La similitud entre el cuento de Borges y el trabajo de Everett incluye, llamativamente, la noción de un jardín en Borges y en Everett la de un árbol ramificado. Jorge Luis Borges es, por lejos, el poeta más citado y revisado por científicos.

El físico argentino Alberto Rojo, profesor de la Universidad de Michigan, cita sus cuentos: El Aleph, Veinticinco de agosto, 1983, La biblioteca de Babel o Las ruinas circulares, haciendo referencia a que juegan con la teoría cuántica, siendo escritos con décadas de antelación a la enunciación de la teoría. El eterno retorno, los viajes en el tiempo y el cruce de realidades son piezas literarias que han planteado el mundo de lo onírico como una existencia paralela. Esto concurre a la teoría de los mundos paralelos, zonas de realidad separadas por una barrera dimensional que podría tener sus fisuras y corrimientos. Interesante por demás este tipo de disquisiciones, donde la ciencia y el arte dialogan, por citar ejemplos y a estos exponentes del estudio de la física cuántica como sobresalientes, entre muchos otros.

Estos singulares ejemplos, como la teoría del eterno retorno, lo onírico trasvasado a literatura, la enumeración como decisión estética, sus palabras predilectas tantas veces reiteradas, la trilogía eterna de espejos, jardines y laberintos, sin duda, distinguen un abordaje en Borges. La recurrencia de estas temáticas se convierte, entonces, en notas de estilo y elección de subgéneros. Por otra parte, el tiempo y la eternidad son obsesiones enunciadas de múltiples maneras en la vasta obra borgeana e, indudablemente, construyen identidad literaria. Borges narra, muchas veces, desde el punto de vista tramposo del que no lo sabe todo, del que duda y hasta se equivoca, en un juego perverso de citas falsas y aseveraciones a medias, aviesamente administradas.

Borges declara, para el diario El País de España: “No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados…. (…) Quizá me hubiera gustado ser mi padre, que escribió y tuvo la decencia de no publicar. (…) Nada, nada, amigo mío; lo que le he dicho: no estoy seguro de nada, no sé nada. Imagínese que ni siquiera sé la fecha de mi muerte…”.

 

Cortázar habla de Borges

 

“Borges pronunció una conferencia en Córdoba sobre literatura contemporánea en la América Latina. Habló de mí como un gran escritor y agregó: ‘Desgraciadamente, nunca podré tener una relación amistosa con él porque es comunista’. Cuando leí la noticia en los diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en La vuelta al día… (…) Porque yo, aunque él esté más que ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas. Me temo que esa posición no sea entendida por los que cada vez pretenden más que el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo para hacer paredes, me gustan más echadas abajo…”.

(Extracto de una carta a Fernández Retamar del 20 de octubre de 1968).

 

“…En principio soy -y creo que lo soy cada vez más- muy severo, muy riguroso frente a las palabras. Lo he dicho, porque es una deuda que no me cansaré nunca de pagar, que eso se lo debo a Borges. Mis lecturas de los cuentos y de los ensayos de Borges, en la época en que publicó El jardín de senderos que se bifurcan, me mostraron un lenguaje del que yo no tenía idea (…) Lo primero que me sorprendió leyendo los cuentos de Borges fue una impresión de sequedad. Yo me preguntaba: ¿Qué pasa aquí? Esto está admirablemente dicho, pero parecería que más que una adición de cosas se trata de una continua sustracción. Y, efectivamente, me di cuenta de que Borges, si podía no poner ningún adjetivo y al mismo tiempo calificar lo que quería, lo iba a hacer. O, en todo caso, iba a poner un adjetivo, el único, pero no iba a caer en ese tipo de enumeración que lleva fácilmente al floripondio…”.

(De Los cuentos: un juego mágico, entrevista de Omar Prego Gadea).

 

“…El humor de Bioy, por ejemplo, me gusta mucho porque, al igual que el humor de Borges, es de directa raíz anglosajona (…) Bioy y Borges, rechazando como rechacé yo eso que los españoles llaman humor y que no es nada más que el chiste macabro y, en general, de muy mala calidad, han sabido meterlo en la estructura mental y lingüística del español y darle una especie de derecho de ciudad que le quita, digamos, el fondo anglosajón y lo vuelve perfectamente argentino y latinoamericano. En ese sentido yo encuentro una gran afinidad de mi propio humor con el de Bioy y con el de Borges…”.

(De Julio Cortázar, lector, entrevista realizada por Sara Castro-Klaren, 1976).

 

“…En la actualidad, cada vez que se menciona a Borges inmediatamente la gente se divide en bandos perfectamente diferenciados… En América Latina, diría yo. En otros lugares se lo conoce como escritor; y lo que pasa en América Latina es que, en estos últimos años, además de su trabajo como escritor, hemos conocido los puntos de vista geopolíticos de Borges. Esto ha creado con respecto a él un antagonismo manifiesto de parte de mucha gente que no puede aceptar cierto tipo de declaraciones hechas por alguien cuya palabra tiene tanta repercusión en el interior y en el extranjero. Yo personalmente no puedo aceptar que diga, por ejemplo, que el único defecto de Estados Unidos es haberle dado educación a los negros. Sin embargo, Jorge Luis Borges ha escrito algunos de los mejores cuentos de la historia universal de la literatura. El escribió también una Historia Universal de la Infamia”.

(De La vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas, entrevista por Hugo Guerrero Marthineitz, 1973).

 

“…La gran lección de Borges no fue una lección temática, ni de contenidos, ni de mecánicas. Fue una lección de escritura. La actitud de un hombre que, frente a cada frase, ha pensado cuidadosamente, no qué adjetivo ponía, sino qué adjetivo sacaba. Cayendo después en cierto exceso que era el de poner un único adjetivo de tal manera que usted se caiga un poco de espaldas. Lo que a veces puede ser un defecto…”.

(De Cita 4, en Revista La Maga, edición especial Homenaje a Cortázar, noviembre de 1994).

 

“…Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo: “Ah, sí, claro… Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa…”.

(Julio Cortázar, Carta a Francisco Porrúa, París, 30 de noviembre de 1964).

 

Borges habla de Cortázar

 

Entre las referencias orales de Borges al imaginario de Cortázar, ésta me es especialmente grata: “…Muy poco sé de las letras contemporáneas. Creo que podemos conocer el pasado, siquiera de un modo simbólico, y que podemos imaginar el futuro, según el temor o la fe; en el presente hay demasiadas cosas para que nos sea dado descifrarlas. El porvenir sabrá lo que hoy no sabemos y cursará las páginas que merecen ser releídas. Schopenhauer aconsejaba que, para no exponernos al azar; sólo leyéramos los libros que ya hubieran cumplido cien años. No siempre he sido fiel a ese cauteloso dictamen; he leído con singular agrado Las armas secretas de Julio Cortázar y sus cuentos, como aquel que publiqué en la década del cuarenta, me han parecido magníficos. Cartas de mamá, el primero del volumen, me ha impresionado hondamente.

Una historia fantástica, según Wells, debe admitir un solo hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo diecinueve, no al tiempo que soñó las cosmogonías o el libro de las Mil y Una Noches. En Cartas de Mamá, lo trivial, lo necesariamente trivial, está en el título, en el proceder de los personajes y en la mención continua de marcas de cigarrillos o de estaciones del subterráneo. El prodigio requiere esos pormenores…”.

La preclara inteligencia del ciego genial, también, instruye en tolerancia al disenso:

“…Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras…”.

(Extractos tomados del libro de Fernando Sorrentino: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges).

 

Prólogo de Cuentos, de Julio Cortázar, por Jorge Luis Borges: “Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde Casa Tomada, con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.

El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas, Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y, por ende, más eficaz.

Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres Borrascosas, le escribió a un amigo: ‘La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses’. Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer, al principio, que se trata de meras crónicas. Poco a poco, sentimos que no es así. Muy sutilmente, el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También, se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales.

El estilo no parece cuidado, pero, cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”.

 

Relativo al famosísimo cuento Casa tomada, el mismo Georgie relata y es compilado en el libro Siete conversaciones con J. L. Borges, de Fernando Sorrentino, del cual extracto el siguiente fragmento:

“Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: ‘¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?’. No, le dije yo. Entonces él me dijo: ‘Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito’. Yo dirigía entonces una revista, Los Anales de Buenos Aires (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, Casa tomada; al cabo de una semana, volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah. Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo: ‘Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía’. Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar. Y luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja. Él está casado -o estaba casado- con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez. Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida, y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires; creo que profesamos credos políticos bastante distintos: pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien; y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan…”.

 

Algunas coincidencias

 

En el juego de coincidencias y divergencias que propongo es un dato de color, simplemente, que Borges nació un 24 de agosto y Julio Cortázar un 26 del mismo mes, con quince años de diferencia. Ambos pertenecían al signo de Virgo, identificado por los astrólogos como el determinante de una personalidad práctica, una mezcla de nitidez intelectual y de solidez terrestre. A los del signo de Virgo les enferma la estupidez, la ignorancia y la vulgaridad. Y aceptan su sino con integridad.

Entre ambos, el nexo, entre muchas divergencias, es, sin duda, el abordaje del género fantástico. Claro que Julio Cortázar apostó por el acontecer fantástico desde lo cotidiano y Jorge Luis Borges lo hizo desde lo mítico. El hecho sobresaliente que cruzaría sus vidas y los vincularía para siempre fue que Jorge Luis Borges publicó, por primera vez, un texto que un tímido y flacucho joven le acercó a la redacción de la revista Los Anales de Buenos Aires. El texto era, ni más ni menos, que Casa tomada, anteriormente citado en palabras y recuerdos del mismo Borges.

Consistentes en la mutua aversión por el peronismo, otra similitud notable fue que la madre y la hermana de Borges sufrieron encarcelamiento por manifestarse contrarias a la modificación de la letra del Himno Nacional Argentino, en tiempos de Perón. Mientras que Julio Cortázar participó, por la misma época, en manifestaciones de oposición al peronismo. En 1946, cuando Juan Domingo Perón ganó las elecciones presidenciales, Cortázar presentó su renuncia: “Preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a sacarme el saco, como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos”.

En el caso de Borges, nunca se cansó de manifestarse opositor a la figura paternalista de Juan Domingo Perón y su modelo colectivista. Lo que le valió, en aquellos tiempos, ser designado “inspector de aves de corral”, en el mercado municipal, y derivó en su renuncia a la Biblioteca Municipal Miguel Cané, luego de estar diez años desempeñándose como bibliotecario.

Julio Cortázar, desde fines de los años cuarenta hasta 1953, colaboró en la revista Sur, fundada y dirigida por Victoria Ocampo. Su primer trabajo fue un artículo con motivo del fallecimiento de Antonin Artaud. Sur adquirió relevancia histórica por la publicación de un importante grupo de escritores, que, luego, quedaría en la historia con el nombre Grupo de Florida, con escritores como Borges o la misma Victoria Ocampo. Quienes paraban en las inmediaciones de la oficina de la revista, sita en Viamonte 482,  y las confiterías aledañas. En contraposición dialéctica e ideológica con el Grupo de Boedo, con distinto perfil ideológico y una marcada extracción popular, que publicaba la Editorial Claridad y se reunía en el histórico Café El Japonés.

Ambos autores se casaron dos veces y murieron con dos años de diferencia, ambos, víctimas del cáncer: Cortázar en París, en 1984, a causa de leucemia, y Borges eligió Ginebra, en 1986, padeciendo cáncer hepático.

Saúl Yurkievich, íntimo amigo y albacea de Cortázar, refiere, desde las páginas de su libro Julio Cortázar: mundos y mitos, esta estupenda definición semiótica de los universos de ambos autores:

“Borges se remite a los arquetipos de la fantasía, al acervo universal de leyendas, a las fábulas fundadores de todo relato, al gran museo de los modelos del cuento literario. (…) Cortázar representa lo fantástico psicológico, las fisuras de lo normal /natural que permiten dimensiones ocultas…”.

¿Será necesario señalar, a esta altura de la nota, que no es preciso elegir? No es uno u otro, son cultural y patrimonialmente indispensables ambos autores para componer el rompecabezas de la argentinidad. En términos de literatura doy por abolida, oficialmente, la grieta. Sumar es siempre más saludable.


Fernando González Oubiña es actor, autor, docente teatral y gestor cultural. Ha sido galardonado con importantes premios y distinciones internacionales. Vive en Quilmes, provincia de Buenos Aires.

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