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Un cordero de mi estilo…

En el año 1994, Los Redondos publicaron un álbum doble, Lobo suelto, cordero atado, algo poco común en la Argentina y más en la discografía rockera. Desde ese trabajo, voy a rescatar una canción que creo que es una pintura de época. No sé si el tema fue pensado en ese momento, pero, su letra se puede arrojar en cualquier tiempo argentino que no va a desentonar, lamentablemente. La poesía del Indio Solari sabe muy bien meterse en lo social sin caer en lo literal, ni en lo panfletario y estoy seguro de que, desde esas canciones, se fue forjando un mito cultural que abrió muchas cabezas.

 

Hoy voy con un tema bien rockero, dirían en el barrio. Para eso nada mejor que citar a Los Redondos, su mito, ese extraño misterio que los envuelve, que ya forma parte de la Cultura Popular Argentina, de una épica que excede al rock, musicalizando los barrios.

Finalizaba el frívolo año 1994, con el menemismo a pleno, haciendo alarde de sus miserias más desafortunadas, con un coro de chupamedias especialista en desafinar. Emborrachado de champagne, empachado de pizza grasosa, mientras la lista de desocupadas/os comenzaba a hacer las veces de ejército de reserva del sistema, como diría el viejo Marx. El país se revolcaba en la roña de una “cultura frita” y esta banda le daba al sistema para que tenga. Es que venían en esa desde fines de los ‘70, pero, eran la consecuencia de una movida muy sofisticada de los ‘60 en la ciudad de La Plata, cuna de varios mitos y luchadoras/es ejemplares.

Inolvidable aquella noche en el Palacio Ducó, la cancha del porteñísimo club Huracán, con todas/os esas/os pibas/es saltando sabiamente, moviéndose de un lado a otro, agitando, agitándose, mientras estallaba este tema. La maravillosa coreografía que nos enseñan las murgas y las hinchadas de fútbol, en donde lo único que hace falta es tener buenos sentimientos, donde no importa la forma o el tamaño de los culos, porque allí sí que son felices.

En Huracán se escuchaba música rockera, pero, si uno observaba bien lo que percibía era una actuación magistral de la resistencia. Los saltos de toda esa juventud parecían una danza de guerra, mientras, afuera, la patronal nos quería hacer creer que ser boludo es ser divertido, que repetir pelotudeces nos da el salvoconducto para que las puertas se abran. Hay que reconocer que el trabajo de muchos medios y comunicadoras/es exhibía una prolijidad alarmante. Faenaban la estupidez a los gritos, repartían consignas idiotizantes a la misma hora y desde varios puntos, sin duda, que la coordinación era parte de un plan orquestado simulando espontaneidad.

Esa noche, en Huracán se vio a mucha gente cantando esta letra genial, que es una colección de metáforas que funcionan como refugio, algo así como el espejismo que regala el rock como para poder seguir.

“No se entiende el menú, pero la salsa abunda”, el recuerdo de Hobbes y su “el hombre es el lobo del hombre” y la sangre ahí, agazapada detrás de la estupidez transmitida a chorros. Las imágenes gastronómicas se atan una tras otra y el canibalismo asoma. “Se amasan las fortunas, se cargan los bolsillos”, el capitalismo salvaje a pleno, festejado por las/os traidoras/es de siempre, explicado hasta el hartazgo por las/os maestras/os de la confusión. “Me acaban el cerebro a mordiscos, bebiendo el jugo de mi corazón “, entre el neoliberalismo reinante y la tinellización de la cultura, arrasaban con todo lo racional disfrazados de Drácula. Tiempos pseudofelices, en los que había que agacharse a cada rato por el tráfico incesante de vampiros. Uno rogaba frente a los semáforos que la luz roja se clave de una puta vez, que nos ayude a que ese tráfico se detenga y nos de respiro.

Recuerdo ir a casa de amigas/os temporarias/os que llenaban sus casas de objetos innecesarios, nos invitaban a comer transformadas/os en berretas sibaritas, bebiendo vinos importados, decorando salchichas alemanas con aderezos franceses. Cómo le gusta a mucha gente salir corriendo detrás de la moda infame, mirarte como si uno viniera de una caverna, porque no estaba vestido con marcas de onda. O esas reuniones en donde alguien que había viajado, con el único motivo de reunir espectadoras/es de ocasión para poder relatarlo, mostrara un souvenir de freeshop, oliendo a perfume de ascensor de la Recoleta y toda esa colección de superficialidades que el menemismo aplaudía y premiaba.

“Y me cuentan cuentos al ir a dormir”, cruel imagen para recordar a las/os anestesistas disparando desde los medios la mentira y las giladas que promueven. En la Argentina, el tecnicismo de la boludez produce ocupando los tres turnos. “Voy al Coliseo a prenderme fuego”, qué bueno ese cuadro de la Nueva Roma. “Por favor, que el adiós no se alargue, me cansé de tanto esperar… cuando el fuego crezca quiero estar allí”. Cuando el fuego crezca La Barra, también, quiere estar allí, saltando en la multitud, haciendo temblar a la cancha de Huracán, como si fuera una final entre rockeras/os y caretas. Esas dos frases, que se clavan en la sien como en un ejercicio literario: “un cordero de mi estilo, un caníbal de mi estilo”, me hacen acordar a Dr. Jekill y Mr. Hyde, la víctima en su doble rol de ser víctima y criminal, rodeada de un público sediento de morbosidad.

Recuerdo que me retumbaban esas palabras, mientras veía a miles de personas echadas de sus trabajos, aquellas/os que, con los pesos de una indemnización injusta, se subían a un remise, ponían un kiosko pobre, un parripollo con olor a desesperación, entre un par de socios en la desgracia armaban una cancha de pádel para alquilar, hasta que se encimaban, se chocaban unas/os y otras/os. Entonces, empezaban a cerrar, porque todas/os competían con todas/os, mientras, todas/os se enfrentaban con todas/os y no había vencedoras/es. Uno atravesaba las calles rodeado de vencidas/os y lo peor es que esas/os mismas/os vencidas/os se sentían responsables de su derrota, se las/os convencía, día tras día, de su vagancia, su inoperancia, la pesada edad. Si habremos escuchado a las/os eternas/os turras/os ensayar todo tipo de explicaciones para justificar las humillaciones, sus abandonos, el eterno malestar por la solidaridad que los ofende.

“Viejas compotas que no dan respiro al caníbal que hay en mí, que no es bien recibido en un banquete así”. Era una crueldad quedarse afuera del banquete, no poner cara de turrito, pero, con falsa mirada ingenua. Hablar prolongando las vocales finales como con una tara, saludar con abrazos y acariciarle la espalda al/la otro/a, como si fueran sentimentales, las/os mismas/os que caminarán las calles con la indiferencia de las/os psicópatas, aquellas/os que, siempre, leerán las condenas a las víctimas, el club de fans del verdugo.

Por esos años, yo daba clases de guitarra a domicilio en barrios de ricachones de Buenos Aires, amantes de Menem y su troupe, que estaban de fiesta por el modelo económico impuesto desde los sectores más retrógrados. En sus livings, era infaltable la revista Caras, en sus mesas ratonas las revistas de arquitectura, en donde podíamos mirar en detalle las casas que jamás íbamos a habitar. Tiempos en los que un periodista político que era feliz en cada dictadura militar incitaba a cambiar una frase de la Marcha Peronista, ya no se debía cantar, de modo agreta, “combatiendo al capital”, ahora, había que modernizarse y entonar “seduciendo al capital”.

Muchas letras de Don Patricio Rey le ponían una irónica cortina musical a una temporada trágica, que, todos los días, era maquillada y disfrazada, mientras, se vendía, por metro, la ya oxidada hipocresía argentina.

Estoy convencido de que una de las explicaciones del fenómeno ricotero tiene que ver con el contexto que fue rodeando a la banda y las respuestas que fue dando, siempre, teñida de coherencia y compromiso. En una época donde la ética tiene un precio, en donde se hace cualquier cosa por tener 5 minutos de pantalla para hacer cualquier cosa, así sea un papelón, es más que respetable que un grupo de músicos haya decidido mantenerse por afuera de semejante circo romano. Por supuesto, que todo eso se fue dando alrededor de muy buenas canciones, ahí yace el poder de grupos que, con una llegada tan fuerte popularmente hablando, van marcando la cancha.

Del álbum Lobo suelto, cordero atado, de 1994, una enorme canción, con el entrerriano Indio Solari empujando, como siempre, para que una/o se quede reflexionando con esta letra atemporal, que parece otra descripción de hoy o del año pasado, en verdad, de todos los tiempos.

Con ese genial riff de guitarra, que llama a combate, con que arranca este temazo, anunciando una fiesta entre el rock and roll y el pop. El pulso es una incitación constante y el tacho golpeando en el segundo y en el cuatro martilla en la bronca. De pronto, el saxo suena como una alarma, llama a través de notas largas, tristes, crea el clima expectante. El solo de guitarra es muy beatle, me refiero conceptualmente. Abre, desarrolla y cierra con una nota más que especial, todo en 8 compases. Y sabemos que en ese paño el campeón es George Harrison. Skay entendió muy bien que ese es el asunto en muchas canciones, la síntesis de la crudeza, el mensaje concreto.

A mi criterio, la mejor banda de rock de los últimos 30 años en la Argentina: Yo caníbal, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Siempre, es un buen momento para escuchar esta canción, pensar en la letra, más en estos días en donde viejos monstruos quieren volver maquillados y con disfraz de moderno, anunciando nuevas funciones en el nuevo circo romano.


Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.

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