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Squonk, Genesis

Continuando con esta serie de notas y comentarios acerca del cancionero popular, hoy, nos vamos rumbo a la Inglaterra de los ’70, una era de oro que pone melancolía en la redacción de Con Fervor.

 

La idea es rememorar a una de las grandes bandas del rock progresivo que en la Argentina empezamos a conocer años después de sus primeros lanzamientos. En 1976, Genesis publica el primer disco, luego de la traumática partida de su cantante y miembro fundador Peter Gabriel. Representó todo un reto, porque mucha gente teorizó que con esa separación el grupo había sufrido una herida de muerte. Perder un cantante y compositor de la talla de Peter creo que preocupa a cualquiera, pero, los muchachos no arrugaron y decidieron continuar. El resultado fue uno de sus mejores trabajos: A trick of the tail. Para algunas/os, la traducción literal sería “Un truco de la cola”, otras/os, hablan de un giro idiomático que sería algo así como “El diablo estuvo metiendo la cola”, también, lo traducen como “Un golpe de timón”.

Este bellísimo álbum fue grabado entre octubre y noviembre de 1975 en Londres. Aquí debuta, como voz principal, el baterista Phil Collins. Como se dice en el fútbol: un tapado. Voy a referirme a una de las canciones que me impactó por haber leído su letra traducida, hablo de la potente Squonk, de Banks y Rutherford.

Siempre, tuve la sensación de que Genesis era una de las bandas inglesas más comprometida con la exquisita tradición literaria de ese viejo país. Cada vez que alguien me pasaba algunas de sus letras traducidas al castellano lo constataba. Con Squonk me vi en un problema, desconocía esa palabra y me comentaron que hacía referencia a una leyenda. Uno de los dibujos que ilustra la artística tapa del disco muestra a un bichito llorando, ese es el squonk. Hasta encontré algo así como cierta definición técnica, por así decir: Lacrimacorpus dissolvens, que se traduce cuerpo de lágrimas que se disuelve.

Fue, precisamente, intentando cantar esta canción que Collins convenció al resto de sus compañeros de que él podía ser el nuevo cantante del grupo. Probaron muchos candidatos, pero, nadie daba con la talla, sólo intentaban imitar a Gabriel sin dar señales de poseer un estilo propio, en un momento en donde la banda buscaba un golpe de timón que los conduzca a nuevos mares. La salida de Peter convocaba a los fantasmas del final, le daba letra al periodismo prog que anticipaba un triste naufragio. Ese periodismo no imaginaba que se cocinaba a fuego lento, casi en silencio, uno de los mejores álbumes de la historia del rock progresivo mundial. Dijo Phil Collins, por esos días: “Escuchábamos nuevos cantantes todos los lunes. Pusimos avisos en los diarios y era increíble: nos mandaban cassettes con uno de nuestros discos en el fondo y su voz por encima”. Y agrega el descomunal tecladista Tony Banks: “Estuvimos escuchando cuarenta o cincuenta de esos cassettes y terminamos viendo a unos doce tipos y fue más que suficiente, ninguno nos conformó”.

Ahora, quien habla es el delicado bajista Mike Rutherford: “Empezamos a sacar parte de Dance On A Volcano y Squonk. Una vez que estuvimos ahí, ya no hubo nada más que decir, supimos que se venía un nuevo álbum”.

Recuerdo que, un tiempo después, se presentó en Buenos Aires, como solista, Rick Wakeman, el afamado tecladista de Yes. En la revista Pelo, le preguntaron qué estaba escuchando y cómo veía al resto de la movida prog. El hombre de las capas respondió: “escucho muchas cosas, pero debo reconocer que me gusta mucho lo nuevo de Genesis, le pido disculpas a mi amigo Peter Gabriel, pero creo que el disco A trick of the tail es lo mejor que produjo la banda…”.

Escuchaba el tema Squonk, con esa intro en donde entre la pedalera de bajo de Rutherford y la batería de Collins ponían en riesgo la vida del humilde parlante de mi tocadiscos, mientras leía un informe sobre una leyenda originaria de Pennsylvania, firmada por un experto en esas lides, William T. Cox, autor de Criaturas temibles de los bosques, del desierto y las montañas. Allí, se daba cuenta de la particular historia y sus misterios: “El rango del squonk es muy limitado. Pocas personas fuera de Pennsylvania han oído hablar de la peculiar bestia, que se dice que es muy común en los bosques de cicuta de este estado. El squonk es muy tímido de carácter y generalmente viaja cerca del crepúsculo o del amanecer. Dada su piel inadaptada, que está cubierta con verrugas y lunares, siempre está triste; de hecho, se dice, por gente que están más capacitados para juzgar, que es la más morbosa de las bestias. Los cazadores que son buenos en seguir pistas son capaces de seguir a un squonk por sus lágrimas derramadas, porque el animal llora constantemente. Cuando está acorralado y la salida parece imposible o cuando es sorprendido y asustado, puede incluso disolverse en lágrimas. Los cazadores del squonk tienen más éxito en noches de luna muy frías, cuando las lágrimas caen lentamente y al animal no le gusta salir; puede ser escuchado llorar debajo de las ramas de los oscuros árboles de cicuta. El señor J. P. Wentling, antes vivía en Pennsylvania y se mudó a Minesota, tiene una experiencia frustrada con un squonk cerca de Monte Alto. Planeó una inteligente captura engañando a un squonk e induciéndolo a saltar dentro de un bolso, el cual llevaba a su casa, cuando de repente la carga se aligeró y las lágrimas cesaron. Wentling abrió el bolso y miró adentro. No había nada, excepto un charco de lágrimas”.

Pero, allí no termina mi investigación. Marita, una amiga borgeana que estudiaba letras por esos años, me prestó un libro de Jorge Luis Borges en donde uno de los relatos hablaba del squonk. Para mi sorpresa, en un compendio de seres imaginarios que es un verdadero delirio.

Otro detalle que genera curiosidad es que, en la parte interna de la tapa del álbum, uno lee la letra, pero, al final hay una pequeña descripción de la historia y debajo figura una pregunta que incita: ¿verdadero o falso?

La leyenda sostiene que la piel de la criatura está mal ajustada, cubierta de verrugas y otros defectos, estando por ello avergonzado de su apariencia, razón por la que se oculta y pasa gran parte del tiempo llorando. Ese comentario me detuvo y, hasta hoy, me mantiene atrapado. Quizá, quien creó esta historia quiso pensar en los tímidos, aquellos que imaginan que su fealdad espanta, que algo de su cuerpo no les gusta y los empuja al llanto. De esa poética manera, un solidario escritor estaría construyendo un ser que viniera a representar a la gente fea, de modo que el squonk sería su guía en los bosques del mundo. Sus adeptas/os, probablemente, no se disuelvan, porque, nosotras/os las/os seguiremos viendo frente a nuestros ojos, pero, no sabemos cómo serán sus noches, sus tardes melancólicas de domingos, momentos en los que darían todo por caminar por un parque de la mano de alguien que no acuse a su fealdad.

Quizá, cuando nos vamos deciden por fin disolverse, para luego volver a tomar forma y así darle continuidad a su eterna condena. Cuántas veces escuché a alguien, incluso mujeres que consideré de cierta belleza, relatar acerca de su fealdad o, al menos, dar cuenta de una disconformidad en el reparto de cuerpos y estética.

Cada vez que escucho esta canción pienso en todas esas cosas, mientras miro a ese extraño bicho parado en la contratapa de aquel disco amarillo, soltando sus lágrimas, con su larga cola apenas por arriba del suelo, su manito izquierda apoyada sobre la pierna del cazador que mira el mundo de los sádicos. En un gesto traicionero y de mala leche el cazador puso como anzuelo a una squonk, un horrible gesto de ese salvaje que le da la espalda al amor. La letra expresa por allí: “Espejo, espejito en la pared, su corazón ya estaba roto antes de llegar a ti, no dejes caer sus lágrimas, el rastro que dejan es claro para que todos lo vean en la noche, en la noche…”.

Luego, agrega unas palabras del cazador: “El saco en mi espalda, el sonido de sollozos en mi hombro, cuando de repente me detuve, abrí el saco, todo lo que tenía, un charco de burbujas y lágrimas, sólo un charco de lágrimas, con todo, eres una raza moribunda, poniendo confianza en un mundo cruel, nunca tuviste las cosas que pensaste que deberías haber tenido y no las obtendrás ahora…”.

Mientras tanto, uno viaja por la canción que, también, tiene una excelente versión en vivo publicada en el álbum Second out, de 1977, en un concierto grabado en París, donde la banda nos vuelve a relatar la fantástica historia de una mítica criatura que al ser capturada se disuelve en un charco de lágrimas, algo que tantos seres envidian.

Leí por ahí que algunas/os piensan que ciertos pasajes instrumentales de esta canción le rinden un homenaje a Led Zepellin y aprovecho para decir que siento lo mismo. Ese arreglo se escucha antes de cada estribillo y en la salida al volver a la Parte A. Incluso, el mismo Collins lo reconoció. Tiene que ver con partes que rememoran cosas de Starway to heaven y el tremendo Kashmir, dos temas que creo que todos, quienes componemos canciones, nos anotamos en la lista de choreos sanos.

Para los que gustan de descubrir extraños giros de la armonía, les recomiendo parar la oreja al final de Squonk, donde, luego de trabajar sobre una tonalidad, sacan de la galera un truco y saltan hacia otra, lanzando una inesperada e extraordinaria combinación de acordes. Tampoco, puedo olvidar los afamados fills de batería de un Collins que imprimió su marca en esos rellenos bañados de poder que dan tanto peso específico a cualquier canción.

En este álbum hay un detalle que, siempre, me encantó y traté de imitar, hablando de choreos, el arte de tapa realizado por el consagrado grupo Hypnosis. Tanto en la tapa como en la contratapa se ven dibujos que aluden a las canciones contenidas, es más, al abrir la tapa vemos todas las letras y junto a ellas aparecen esos dibujos, en otro tamaño, claro, lo cual refuerza el relato con el apoyo del dibujo, algo tan hermoso como creativo.

Por ese entonces, Genesis tenía un equipo de lujo que la rompía en todas las canchas:

Tony Banks: Órgano, sintetizador, piano, guitarra de 12 cuerdas, melotrón, coros.

Phil Collins: Percusión, batería, voz solista, coros.

Steve Hackett: Guitarra eléctrica y acústica, guitarra de 12 cuerdas.

Mike Rutherford: Bajo, pedalera de bajo, guitarra de 12 cuerdas.

Como se dieron cuenta, el tema tiene una letra sentimental, empática, de un gran investigador de mitos y leyendas como Tony Banks. La música pertenece a un enorme compositor y gran melodista, Mike Rutherford, ambos son ex compañeros de colegio y fundadores de la banda.

Mi amigo Daniel Flanagan, del barrio de Saavedra, me prestó este vinilo ni bien se publicó en la Argentina, así lo escuché por primera vez. Fue un sábado a la tarde. El lunes por la mañana fui a comprarlo y hasta hoy lo disfruto. Es más, mi hija Malena tiene una remera con la tapa de este discazo y anda por ahí mostrándola con orgullo genesiano.

A trick of the tail es un disco que, como tantos, me enseñó muchas cosas: la importancia de la melodía ante todo (la gran herencia beatle), poder generar curiosidad alrededor de un relato fantástico, el enorme aporte de la guitarra acústica puesta en el momento justo, acompañar la canción, también, con arpegios, no sólo responsabilizar al rasgueo en esa tarea, porque, muchas veces, no alcanza a expresar el clima que necesitamos crear y la clave es dar vueltas con todas esas cosas por arriba de una letra que cuente algo sentido, poético, que rememore o, al menos, lo intente, hacer un homenaje a ciertas aventuras íntimas de los perdedores.


Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.

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