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Sin fronteras, en Bolívar
Hace unos años, alguien me comentó que, en Bolívar, Provincia de Buenos Aires, un melómano hacía de las suyas en una radio. Lo encontré y trabé amistad con él, que, hasta hoy, se mantiene. Hablo de Mario Chiqui Cuevas. En una de nuestras primeras charlas, me dijo: “me gusta compartir la música que me gusta”. Y me pareció una enorme y sincera consigna, creo que marca el modo de hacer radio. Cuando un programa supera la barrera de los 30 años, viaja hacia otras ciudades, su alma mater genera una mística en las redes y los músicos comienzan a enviar su material, porque saben en qué manos están, hay que dirigirse hacia allá.
San Carlos de Bolívar está a 320kms. de Buenos Aires, allí estaba el viejo fortín San Carlos, con el proyecto de habitar la pampa inhóspita. Quizá hoy, esa posición estratégica esté en manos de un curador llamado Chiqui, que abre espacios a través de la música argentina.
Con Fervor: Tanto se habla de la pandemia como precursora de nuevas mentalidades, se le atribuye hasta cierta magia transformadora, dado el encierro y reencuentro con uno mismo, cosa poco creíble, a mi criterio, pero, bueno, ¿te trajo alguna perspectiva nueva en tu relación con la música?
Mario Chiqui Cuevas: Durante la cuarentena dura, logré hacer un revisionismo de los grandes artistas de todos los géneros y, también, comencé a prestar mayor atención a los artistas locales y los de la zona (Olavarría, Azul, Tandil, Pehuajó, Trenque Lauquen, Casbas, etc). Esa atención la plasmé en una mayor investigación y difusión en mi programa de radio. No sólo a los artistas que están en Bolívar, sino, a los que están fuera de nuestra ciudad. La proximidad con las bandas y solistas que se juegan por su arte día a día, hora a hora, me hizo tomar conciencia de mis herramientas de difusión. Que son mi programa de radio o mi columna en el diario local de Bolívar (La Mañana). No me privo de dedicarle un programa entero a Keith Jarrett, Daniel Melero o David Lebón, pero, me tomé muy en serio lo de difundir cada banda, solista o agrupación de nuestros pagos y sus alrededores, porque, necesitan ese empuje para comenzar a andar y desarrollarse.
CF: Dijiste que la pandemia te hizo profundizar la mirada sobre algunas canciones que conocías, que las empezaste a percibir desde otro lugar, ¿cómo se fue dando ese proceso?, ¿cómo fue tomando forma esa nueva visión de lo viejo?
MC: Las buenas canciones son como los libros, una pintura o una película, te permiten diferentes lecturas y atraviesan épocas y generaciones. Mis sesenta recién cumplidos y el paso de la pandemia, que nos cargó y continúa cargando de pesar y dolor, me han hecho afrontar y sentir ciertas canciones desde otro lugar, percibiendo otras cosas. Me ocurre que, esas canciones, que me han acompañado mi vida entera, hoy, me consuelan, pero, también, me interpelan y cuestionan como nunca lo habían hecho.
CF: Tu programa Sin Fronteras ya es un clásico que trascendió a Bolívar y, con la ayuda de las redes, llegó a mucha gente de todo el país. Además, cumplió 30 años. En ese tiempo, escuchaste y viste muchas propuestas artísticas ¿Cómo fuiste viendo la evolución del rock argentino en este tiempo?
MC: En cuanto al rock argentino, sigue vivito y coleando, como siempre, con los históricos de nuestra generación y con nuevas camadas de artistas, nutriéndose de diferentes fuentes musicales, aunque, debemos reconocer que ha perdido terreno en la generación millennial, que consumen el trap y sus derivados. Pero, el rock vivirá, siempre, como el tango o el folklore, no en grandes estadios, excepto los grandes, pero, sí, en cada rincón del país, en los clubes, en juntadas autogestionadas, bares y en cada lugar de encuentro.
CF: La irrupción de las plataformas son un motivo de discusión permanente, impusieron un formato que, para muchos, es tramposo ¿Cómo ves el avance de las tiendas virtuales, la manera en que se relacionan con las/os oyentes y con las/os músicas/os?
MC: Todas/os los musiques coinciden en que estas plataformas -Spotify, YouTube, etc.- son de gran utilidad, por su llegada, su vidriera, pero, económicamente no les dan réditos. El mandato de este capitalismo con las nuevas tecnologías, el consumo exacerbado con el “use y tire rápidamente” como lema primordial, hace que sea imposible escuchar un disco de un tirón, como se hacía antes. Y digo disco para nuestras generaciones, hoy, imperan los temas sueltos, que se suben, rápidamente, a las plataformas digitales.
CF: ¿Recordás el primer impacto de una canción sobre vos, esa canción o ese grupo que sembró esta relación visceral que tenés con la música?
MC: De pibe escuchaba mucha radio. En Bolívar no había tele, así que acudía a la radio y a los discos, que podía escuchar en la casa de mis amigos. Mis padres tenían bar y pensión en una casa chorizo alquilada. Uno de los pensionistas, Pedro Coronel, linotipista del diario local, tenía un combinado, esos artefactos que eran una radio con una bandeja giradiscos en su parte superior.
Con ese combinado pude escuchar tres discos traídos por mi hermano, cuatro años mayor que yo: La Biblia de Vox Dei, Pequeñas anécdotas sobre las instituciones y un Grandes éxitos de Creedence Clearwater Revival. Inmediatamente, el mundo me hizo ¡plop! y no podía entender qué era esa furia, parafraseando a Charly.
CF: Qué fue lo primero que escuchaste de rock argentino, ¿qué te pasó en ese momento?
MC: De muy niño, recuerdo haber escuchado, mientras jugaba, entre discos de tango, de folklore y de María Elena Walsh, a Los Iracundos y algo de Los Gatos. Tiempo después, en un programa vespertino de Fernando Bravo, me encontré con Litto Nebbia cantando Un ratón de vacaciones. El disco es Despertemos en América, de 1972. Yo tenía once años y, en ese momento, me percaté de por dónde venía la cosa. Y se me presentó el universo del rock argentino. Luego, vendría el rock internacional.
CF: Hay mucha gente diciendo por ahí que adhiere a esa teoría de que el rock argentino murió en 1982, que esa explosión de publicidad y posterior masividad le jugó en contra, ¿vos qué pensás al respecto?
MC: Al rock argentino le pasó lo mismo que a los rocks de casi todo el mundo. Cuando ingresaron al circuito económico, comercial y mediático perdieron la inocencia y la furia interior. Estoy generalizando, obviamente, pero, los mimos de los sellos, comandados por las multinacionales, domaron a muchos talentos. La aparición de internet terminó con las ventas de los discos físicos y, ahí, hubo un quiebre fundamental en el circuito económico. La mayoría del rock tuvo que sobrevivir con los boletos de los shows. En alguna medida, se podría decir que, hoy, es una vuelta a las fuentes, a yugarla, patear la calle y mucha autogestión. Por ahí viene la cosa por estos días.
CF: ¿Cómo fuiste viendo la evolución de los músicos locales en Bolívar? Sé que sos un gran difusor de sus trabajos, algo que no siempre se da. Contanos qué fue pasando, en estos años, con la música local y sus protagonistas.
MC: En la última década, ha habido un enorme crecimiento de musiques en Bolívar y en la zona. Las escuelas de música y, fundamentalmente, la decisión de las nuevas generaciones de vivir de la música (o de cualquier rama artística), han cambiado el panorama cultural de las ciudades del interior. Antes, los músicos y las músicas tenían una profesión madre, no vivían de la música, por mandato social o porque no estaban las condiciones dadas. Hoy, las nuevas generaciones viven de la música. Aunque, obvio, la enorme mayoría no vive de lo que ingresa por sus recitales, sino, que lo hace como docente particular o en escuelas e institutos. La actividad, en Bolívar y en la zona, es muy importante, pero, siempre, faltan lugares para tocar en buenas condiciones técnicas, edilicias y económicas.
CF: Vamos a darle paso a la melancolía, que, siempre, es bueno visitar, ¿qué recordás de tus primeros pasos en la radio?
MC: Soy de la generación que creció sin tele (ni hablar de internet), sólo cine y radio, mucha radio. Mis primeros pininos los hice a comienzos de los 80. Primero, en una radio de circuito cerrado, por cable. Ahí, hice el primer Sin fronteras, de una hora semanal, difundiendo música clásica. Tiempo después, ingresé como columnista en un programa de radio de unos amigos, pero, mi columna no era musical, sino, de historia (días en que me había copado con el revisionismo histórico). Al tiempo, iniciaría Sin fronteras los domingos por la mañana. Para, luego, pasarme al día y horario habitual, que ya es histórico: sábados de 19 a 21hs.
CF ¿Cuándo empezaste a imaginar que, desde un espacio en la radio, podrías hacer tu aporte a la cultura nacional, a la difusión de esas canciones e intérpretes, esas cosas que vos creías que merecían un lugar y no lo tenían?
MC: Mi programa de radio nació de forma natural y sin mucha conciencia de aportar algo a la comunidad. Sí estaba la conciencia de mostrar la música que a mí me interesaba con el título de mi programa como bandera: Sin fronteras. Música que no se escuchaba, ni se escucha en los medios tradicionales. Yo nací bajo el ala del rock, hoy, continúo disfrutándolo y difundiéndolo, pero, hago lo mismo con decenas de artistas de géneros de todo el mundo a los que considero que mis oyentes deben prestarle atención.
CF: La buena música hace, constantemente, alarde de cantidad y calidad, en todos los tiempos y estilos ha sido prolífica ¿Cuáles son los grupos y las/os compositoras/es que te fueron formando, que creés que son esenciales para comunicar desde tus programas?
MC: Beatles, Stones, Nebbia, Spinetta, Charly, Gieco, Keith Jarrett, Miles Davis, Cuchi Leguizamón, Troilo, Piazzolla, John Coltrane, Mercedes Sosa, Yupanqui, Chango Farías Gómez, Goyeneche, Patti Smith, Lou Reed, Blades, Silvio Rodríguez, Paco de Lucía y decenas de etcéteras.
CF: La gente de nuestra generación creció con la radio, con la magia de esa cajita que se metió en nuestras casas y vidas. Por aquellos años, era formadora, entretenía, divulgaba, generaba sentido ¿A quiénes escuchabas en la radio, quienes fueron forjando, en vos, un comunicador?
MC: De niño, por mis padres: Rapidísimo, con Héctor Larrea, y La vida y el canto, con Antonio Carrizo; de adolescente: Guerrero Marthineitz; A la velocidad del sonido, programa que hacía Víctor Pintos en Olavarría; y el mítico Tren Fantasma, de Daniel Morano, conducido por Omar Cerasuolo. Más acá, Quique Pesoa, Blanca Rébori, Alfredo Rosso y Víctor Hugo Morales.
CF: A muchos nos ha pasado que, desde chicos, nuestros padres nos marcaron un camino musical, señalaron una estética en particular ¿Qué rol tiene lo heredado de tu viejo, que era un gran tanguero, qué marcas te fue dejando el tango y su mística?
MC: Mi padre era un tanguero de ley. Lo recuerdo cantando, una y otra vez, las primeras estrofas del tango Gricel, de Mores y Contursi. Años después, con el ADN tanguístico inoculado, me encontré con ese tango y toda la literatura del género: Discépolo, los hermanos Expósito, Homero Manzi, Cátulo Castillo, las duplas Cobián-Cadícamo, Piazzolla-Ferrer y tanto compositor increíble. Ni hablar de las nuevas generaciones que siguen surgiendo. El tango, principalmente las nuevas vertientes y en mayor medida que el rock, se ha convertido en un movimiento de resistencia, underground y, la vez, maravilloso. Acabo de cumplir sesenta años y uno de los privilegios que me da la edad es disfrutar, de igual manera, la música de hoy y la de ayer: Los Gatos y Wos o Aníbal Troilo y Noelia Sinkunas.
Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y miembro de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.
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