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Se presenta la Poesía Completa de Leonor García Hernando en Hasta Trilce
El miércoles 13 de julio a las 18.30hs. se realizará la presentación de la Poesía Completa de Leonor García Hernando -publicada por Ediciones en Danza- en Hasta Trilce, Maza 177, CABA. Participarán de la misma, Ingrid Pellicori, Leonor Manso y Juano Villafañe. Asimismo, habrá una intervención musical a cargo de Claudia Porto y Alejandro Castro, integrantes del Ensamble Miel de Caña.
La poeta Leonor García Hernando nació en Tucumán en 1955 y murió en Buenos Aires en 2001, dos semanas antes de la publicación de su último libro de poemas. Entre otras cosas, formó parte del Taller Literario Mario Jorge de Lellis, del Consejo de redacción de la revista Mascaró y fue una de las creadoras de la Colección Mascaró. Publicó cinco libros: Mudanzas (1974), Negras ropas de mujer (1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared (1993), Tangos del orfelinato-Tangos del asesinato (1999) y El cansancio de los materiales (2001).
En su poesía, se produce un vínculo entre la escritura poética y la vida. Es, quizá, una de las mejores representantes de la poesía que se escribió en la frontera entre la dictadura y la post-dictadura. Al respecto, el poeta Juano Villafañe expresa, en el prólogo a esta edición de sus Obras completas: “la obra de Leonor García Hernando está representada por aquellas escrituras que se crearon entre fronteras”. Asimismo, es preciso destacar que su escritura poética tiene influencias de las tradiciones más disímiles, que van del romanticismo y el surrealismo al realismo y el coloquialismo. Supo unir, en muchos de sus textos, la oralidad con la escritura poética. Y, en su vínculo con las llamadas vanguardias históricas del siglo XX, su poética es muy cercana a esa necesidad de unir la poesía y la vida que aparece en Rimbaud, Tzara, las/os poetas surrealistas y tantas/os otras/os poetas pertenecientes a las vanguardias mencionadas.
A continuación, transcribimos un poema de Leonor García Hernando.
Puerto de filibusteros
a Leandro Regúnaga
con un canto en los labios para la oscuridad, amarran sus
ocres barcazas.
Las luces son ilusorias y tiemblan en la intemperie.
El agua hasta las rodillas empobrece esos cuerpos que el
mar ha preparado para las tormentas.
Encaramados a la caldera escuchan el silbo de la pasión.
Navegar ha sido ese desdoblamiento de metales y carbón,
para que una tabla busque su isla entre sargazos.
Una ambición de ligas prostibularias (lentos encajes
adornando satén) anima los dedos que arrastran sogas
hasta la muralla donde el agua termina: vaivén de caderas
oscuras y licor derramado en esas mujeres que el sueño
hace bestiales.
El puerto es sólo una herida de luces en tierra
y van con las bocas abiertas donde brilla el diente de oro;
en los puños cosida la misteriosa perla que sólo el amigo
íntimo quitará de las ropas.
La muerte es ese olor a pólvora mojada a carne curada
en un humo de astillas y vísceras
trapo que la sal penetra la muerte es poca cosa
un aleteo de pájaro en el hombro.
Ahora enrollar las velas con un pesado deslizarse en
cubierta. La muerte es esa lona que el viento ha trabajado
como un amante brusco y ahora cae rota en la madera,
retorcida en su abandono
poca cosa esa lona una mujer caída. Los ojos tienen el
temblor que aguarda ante un cuerpo desnudo.
Atrás, la memoria contempla una mansa
pradera y el nacimiento apretado de pobres casas contra
un filo de piedra.
El llanto de cachorros abre el aire, como un tubo inunda
una estancia de desdichada ventilación atrás,
el crimen era de los Príncipes y los ahorcados estaban en
los caminos como un crecimiento fantástico del triste
pendular de máquinas de relojería.
¿qué atavismo hace a un hombre comer
el corazón que aún se contrae y dilata en su latir; enterrar
entre dientes esa carne amorosa, como dicen que pudo El
Olonés orgulloso en una iglesia de espadas?
amarrar los barcos se tira un gancho hacia el muelle y
la memoria padece ese esbozo de casas con lámparas que
palpitan sobre arena fría
retener un corazón para siempre El
Olonés sería un enamorado eterno deslizar de un
corazón tocado contra un paladar que el crimen
manifiesta como luminosidad atravesando un vitró
y luego ese arrastrar de baúles en la explanada tensa
y la intimidad de los cofres perlas que coagulan en
terciopelos magros obsceno deslizar de collares en el
encierro esmeraldas apretadas por un hilo encerado
el peso de las sedas acumuladas en bodegas turbias de
moho
esa mezcla promiscua de lujos y crímenes en el vientre de
un barco sonámbulo
Los brulotes con sus sombríos barriles de pólvora
avanzan en la noche con un clavo de fuego enterrado en la
tabla.
El mar estalla su espuma convulsa. Verrugosos
crecimientos de corales y algas, se adhieren al casco
barco de desdichados rostros con un único ojo sombrío
alzado contra el sol maloliente
y los lastimados pidiendo ron olvido de esa mano que
se deshace en el puente alucinados de un barco fijo,
chalupas con sus tristes bancos que la lluvia alarga,
aceites de lámparas que la tormenta mezcla con sus raros
desvíos
lenta penumbra contra fardos que cubre un turbio
algodón
ahora, explicar esas costras, esa costura en el muslo la
boca apretada en un vidrio ahora explicar esos pómulos
que la sal ha cavado
¿quién vive? en la noche de barcos ¿quién vive?
¿Quién desata el cordaje que sostiene a los demorados en
un barco perpetuo?
¿Quién atraviesa, en altas horas, una plaza vacía? a un
costado la fuente pierde su fúnebre saliva y en el borde de
un espectro de jazmines; el espectro del hermano
ahorcado en Maracaibo
¿quién sepulta al hermano en el abismo de aguas rápidas?
calavera incrustada en telas negras única bandera que
toca el hueso de los hombres
Piratas de Tortuga Isla para los obstinados
ningún objeto de la tierra merece que nuestros dedos
entierren un doblón de plata en boca de banqueros.
Ciudades con sus altas murallas de vidrio en la noche
de barcos ¡quién vive?
constelaciones de estrellas ingratas sobre nuestras cabezas
rapadas, en el aire de ahorcados ¿quién vive!
una híbrida acumulación de minicomponentes en los
escaparates,
eso es todo
y los cantores de zarzuela caídos en un mostrador de
mármol.
Ya no hay Islas embrutecidas por el deseo, las
galápagos rompen su frente contra las vidrieras que
exhiben un lujo de compactos que cantarán sobre el oído
de nuestras desdichas su pesado blues, su armónica rara
quejándose en la piedra de las catedrales.
Ya no hay Islas ya no hay nada que merezca una línea
de sangre
ya no hay sombras de las sombras de los barcos que el
rencor echó al mar como un vómito de las tabernas, de los
muelles de Liverpool, prostíbulos de Marsella, de los
hospicios de Dúblin ciudades maliciosas estopa
jergones del hambre, la pesadilla, el daño torturada
rebanada de pan en una sopa de cebollas ya no hay
ciudades.
Ya no hay odio contra el crimen de los Príncipes
sólo deseos de alcanzar un objeto sintético, girante tras el
vidrio como un carrusel atrofiado
¡Quién vive en la noche de cabinas ardiendo?
quién tiene un cuchillo en la media?
quién entibia una máquina densa en el íntimo bolsillo de
la campera de cuero?
quién vive en la costa de ciudades pálidas como ese lento
cadáver que no tuvo cuerpo?
quién busca al ángel rubio y le pone una estaca de plomo
en la frente?
quién entra con altas botas en la Plaza de Maracaibo y
quita al hermano de la horca; envuelta su triste sangre, su
carne humillada en patio desolado y lo devuelve a las frías
aguas rápidas y el rezo de los lastimados que suplican
ron olvido de esa mano que el puente derrama
¡atrás los remos! ¡atrás los botes en la
marea alta de los corazones que vuelven a los hoteles a
pernoctar entre cal amarga!
atrás los huérfanos! atrás los desobedientes en botes
que el oleaje alza hacia un cielo de un clásico gris de
dinamita!
Porfiados con sus desdichadas uñas arañando el ojo de
Dios. No hay nada que mirar debajo de esa boca que habló
para expulsarnos.
No hay Jardines no hay Islas
sólo rincones con hombres que tienen sus párpados
flotando en un cuenco de cerveza.
La velocidad de las avenidas concluye en aguas pardas,
hinchadas como un golpe
de Buenos Aires hablo de la niña sonriente en el bur-
del.
Nuestras ensoñaciones terminan en el estrecho mirar
hacia la asfixia del agua donde bogan envases vaciados y
un fantasmático desplomarse de oxidados cuerpos hacia
las argollas de petróleo flotante
costanera de los cobardes
balcón donde la memoria llora apretando sus delgadas
rodillas rotas
¡quién vive? quién deambula en la
noche de hierros, con un frasco de ácida furia sostenido
entre dedos nerviosos?
quién pidió y no le dieron? y pidió y le pegaron?
y pidió y lo mataron?
en la corrosiva cúpula de las Metrópolis
¡quién vive con nucas marcadas por la alquimia de los
orfelinatos?
largos paredones de las curtiembres ampollas de pánico
débiles comiendo en escudillas de estaño jeringas con
líquidos fuertes
quién vive después de mirar y comprender
expulsados de la patria, del hogar, de las copas de
borgoña, del papel suave de las cartas expulsados de
la adolescencia, de canciones que derrama un disco negro
Hombres de la Tortuga hermanos de
una costa que es sueño y desobediencia memoria
perpleja barco errado entre corales
y los muertos sin docilidad sin nombres en la tumba
sin dedos en la sombra arcillosa lenguas dobladas sobre
una palabra que tembló en paredones de ese arrabal
amargo
hombres de Yucatán, de la Malasia, de la lunática Costa
Bereber; hacinados en un barco palúdico febriles los
astrolabios cartas de navegación bajo una lámpara de
cinco puntas orilla enferma de una isla que es patria
para los bucaneros, suposición la sífilis deja su grano
de oro en el cráneo donde el pensamiento es ceniza lí-
quido error
espalda para los traidores
animales de espinazo doblado sobre la pólvora
camarotes que el sarro entristece y cubre al dormido de
maderos cruzados.
Honorata de Van Guld durmió envuelta en esa sábana
de fiebre.
Enlutado corsario frente al traje de una mujer maldita.
La desolada Plaza de Maracaibo entre el amor de los
cuerpos
y un hombre que llora arrojado entre cuerdas
y una mujer que la tormenta hace vana desleída en la
lluvia alzada en un bote que la ráfaga consume.
No hay olvido no hay Islas
el perdón come mis uñas galletas húmedas humo de
astillas verdes.
Caen derrotados los dados en la mesa.
Un estrecho corredor deja mirar la ciudad lejana en su
abundancia de hoteles donde el asma hierve puñados de
eucaliptus.
No hay Islas no hay bosques con
ganado salvaje
no hay pasión que merezca una línea de tinta
sólo mercados en veredas angostas sólo imbéciles
mirando como caen las fichas en máquinas donde la
derrota es segura llaves en las rajaduras de las puertas,
escalones de asfalto.
Todo es inundación y mujeres de rápidas piernas en la
espuma de los colchones.
Hombres de la Tortuga hombres sin
otra fe que la velocidad de sus navajas
remos acercados al agua jadeo cavan el agua donde
el tiburón nada en círculos.
Errabundos fanales de proa alumbran ese espacio mínimo
renglón que mi mano tensa y es acero que repite una
herida monótona
despiertos bajo un foco blues de los que contuvieron su
garganta con el luto de una media
de los llevados a un baldío para llorar, extendidos en un
catre de hierro, esa ausencia de goleta que el horizonte
pierde como arena en un guante
adiós,
filibusteros que entraron a las ciudades arriando monjas
negras con un pálido cuchillo; que pusieron sacos de
pólvora en la capucha de los frailes y los hicieron avanzar
entre tiendas abandonadas avanzar sobre las piedras
de calles angostas y las casas tapiadas, duras de cal, eran
una incesante floración de sudarios bordeando
explanadas húmedas.
Devoradores asaltando una ciudad perdida arrancando
las copas de oro en las iglesias, la dura porcelana de las
vírgenes muñecas lascivas con largas cabelleras muertas
y la tallada madera de los cristos y lo azul del manto
incrustado de perlas; arrojados a un fuego más voraz que
el Infierno que hierve más allá de las islas.
Hombres con un rústico fieltro caído sobre la ausencia de
un ojo que miró lo suficiente
en habitaciones donde la rapiña se instala desnudas las
mesas de sus manteles de hilo crudo el viento morboso
de los trópicos entra por ventanas reventadas y el hambre
busca muslos blancos, gargantas españolas.
Muchos días arrastrando cañones de bronce y pesadas
cajas de arcabuces a través de la selva los abiertos ojos
de la lechuza en el bosque cerrado las sienes insoladas
los amputados con el triste muñón envuelto en trapos
y todo para lanzar un furioso garfio contra la ciudad
perdida botín perdido lengua castellana
y todo para nada ese despertar bajo un sol
malsano que pudre las maderas y fermenta huevos de
mosquitos en las ciénagas
y todo para nada el barco no está en el agua quieta.
El barco no supo esperarlos. Se fue con la vajilla de los
Príncipes
y todo para nada Han quedado solos en una ciudad
extraña.
Desencajadas, las vigas caen entre un desangrar de flores.
Las puertas, arrancadas de sus goznes, dejan entrever
interiores trémulos donde las mujeres se arrastran hacia
palanganas de un agua intranquila donde flota, inerte,
una hoja de hiedra
párpados caídos sobre la traición hombres absortos, sin
barco; miran el agua donde el horizonte es fuga
la boca sucia de ron el pecho tatuado por la Rosa de los
Vientos
abandonados en una ciudad peligrosa; inestable en sus
consumidas murallas
alcobas con un hedor a muertos, a humillación.
Los ojos azules de los caimanes vigilan la debilidad de
unos hombres que el abandono retiene en una ciudad
española
de mantillas rotas en los altares
de cobardes sin respiración en los sótanos
la mórbida niebla de los pantanos y la selva que los ciñe
con el empecinamiento de una mulata
nada una ciudad arrancada de si, entre dedos
palúdicos.
Eso es todo.
¡Atrás los botes! ¡atrás las chalupas en
un mar impasible.
La estática loza del cielo, desganada, se estira sin nubes
¡atrás las tablas y a los remos! con un
canto en los labios ¡a quebrar la quietud donde Dios no
tiene verbo!
Hombres a los remos! oprimir el
agua que se resigna con espuma en los labios orilla de
la ciudad saqueada ¡a los remos! pluma desencajada
pájaro de la traición picoteándoles la frente
¡a quebrar ese apacible relato de aguas y cielo! La lengua
de Dios conoce el ácido de sus cuchillos y no habla en el
Caribe.
El puerto es sólo una herida de luces en tierra
remolcadores que guían un navío hemipléjico entre
túneles líquidos.
No hay Islas no hay costa para los hermanos que
odiaron.
Sólo camiones frigoríficos atraviesan las rutas heladas.
Sólo adolescentes que la fiesta consume. Luego aparecen
en un auto incendiado; las manos atadas por un breve
corpiño de lacre.
No hay mapas no hay brújulas con el cuadrante roto
por el calor de los trópicos.
errar incierto entre faros y oleaje Filibusteros
hombres con un pobre designio en unos pobres barcos
empujan los remos con un canto entre la oscuridad de los
corazones.
Un golpe de muleta sobre la madera hinchada de los
botes.
Santiago Julián Alonso es artista plástico, escritor y periodista. Vive en el barrio de Palermo, Comuna 14, CABA.
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