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Una vuelta de Matemurga
Asistimos a una fiesta, en el barrio de Villa Crespo, convocada por la gente de Matemurga. Fue el sábado 4 de diciembre y significó el regreso de esta enorme aventura artística comunitaria luego de atravesar semejante pandemia. Desde Con Fervor, estamos acompañando estas patriadas barriales que le dan vida a la Comuna 15. La cual, como casi todas las demás, intenta salir del letargo impuesto por las autoridades.
Me llegó, por celular, el volante que anunciaba una fiesta callejera en nuestro barrio de Villa Crespo. Se promocionaba un evento de teatro comunitario, llamado Falta el aire. También, iba a haber música, con La orquesta del Mate, y un espectáculo de Los títeres del Mate. La cita era sobre la calle Tres Arroyos, entre Rojas y la Avenida Honorio Pueyrredón. La calle Tres Arroyos, donde está la sede de Matemurga (Tres Arroyos 555), tiene su historia en el barrio. Es que, al 300, está la casa en donde Adán Buenosayres hacía de las suyas, junto a esos inolvidables personajes que soltó el gran Leopoldo Marechal.
Llegué a las 20 horas, cuando empezaba La orquesta del Mate con un repertorio folclórico que sensibilizó a los presentes, que ya empezaban a ser unos cuantos y cuantas. La gente seguía llegando y se acomodaba en las sillas y hasta en una pequeña tribuna, que daba un aire de lo más futbolístico. Seguramente, las miradas recorrían emocionadas a otras miradas que, allí, secreteaban acerca de cómo nos llena el alma todo lo que tenga que ver con el teatro comunitario y lo que representa. Me senté a mirar con la extrañeza de cualquier vecino, que se sorprende al ver semejante imagen en nuestro propio barrio. Comencé a pensar en lo saludable de la resistencia, porque, para mí, este tipo de encuentros habla, fundamentalmente, de una resistencia cultural, de una pelea por no dejar de ser quiénes somos y de esta necesidad de ir a acompañar a toda persona, artista, vecino, para que se conmueva, aún, por lo colectivo y se pare frente al público a expresar sus emociones.
Concluido lo de la orquesta, escuchamos las palabras sentidas de Edith Scher, la fundadora y directora de Matemurga: “Esta es una gran fiesta. Estamos aquí, nuevamente, para mirarnos a los ojos, para hacer lo que amamos, para celebrar la vida, para decir, una vez más, que el arte comunitario empodera y hace la vida mejor. Estamos aquí para invitarles a salir del letargo en la que esta tragedia mundial nos sumergió y a sumarse a este proyecto, en permanente crecimiento, que es Matemurga”.
Edith contó que, ahora, trabaja junto a ella Emilia Goyti, directora egresada de la Universidad Nacional de las Artes, y, ambas, se encargan de la dirección de Falta el aire. En este preestreno de la obra, vimos un alto porcentaje de lo que será, en breve tiempo, más precisamente en 2022, el estreno oficial.
En una ciudad golpeada por la pandemia y por una gestión cultural que mira para otro lado, mejor no recordar hacia cual, presentar una obra de este estilo produce varias sensaciones de sanidad. Los personajes lucían ropas y maquillajes alocados, se los notaba con cierto ahogo, irónicos frente a todo el auge materialista que invade. Mostraron una lista interminable de objetos tan raros como simpáticos y que publicitaban como “grandes salvadores” de este duro momento, era sólo cuestión de comprarlos y dejarse llevar por la ingenuidad organizada que nos rodea. No soy un experto en teatro, ni mucho menos, pero, viendo a esos personajes y sus posturas, esas caras extrañas bajo maquillajes oníricos, pensaba en pasajes de películas de Fellini, en donde, una serie de escenas y personas alocadas, cuestionaban, duramente, la sinrazón que nos tiene sitiados.
En medio de la obra, se escuchó una canción que era acompañada con un dejo de tristeza por el acordeón de Edith, mientras, las voces se acomodaban a manera de coro refutador que calaba en los oyentes. Las voces sonaban melodiosas, había un trabajo de arreglos muy interesante, que hicieron de la canción toda una postura ideológica. Y los fantasmas villacrespenses flotaban felices.
De a ratos, un abuelo aparecía por allí e intentaba, junto con sus nietos, remontar un viejo barrilete, que, finalmente, sobrevoló la fiesta.
Vuelvo a marcar mi ausencia en lo que respecta a una crítica teatral, pero, debo decir que la emoción me increpó, que esas voces me atravesaron, que esas palabras me ayudaron a interpelar todo lo que veo y sufro como ciudadano de esta alicaída ciudad de Buenos Aires. En medio de esta salida lenta de una trágica pandemia, sentarme a unas cuadras de mi casa y ver semejante espectáculo de teatro comunitario es muy gratificante, contagia serias ganas de seguir apostando por el arte, por lo colectivo, por la multiplicación, para que muchas Ediths y Emilias inunden nuestras calles de teatro, de magia, de música.
Faltaban unos minutos para concluir la obra, cuando escuché varios gritos femeninos. Pensé que tenían que ver con la muestra, hasta que vi gente moverse, levantarse y hasta con algo de miedo. Cuando me fijé, tratando de entender qué pasaba, vi que se venía hacia mis piernas una enorme rata, la provocadora de esos gritos. Pasó bajo mis piernas y se perdió entre otras, no sin antes dejar varios comentarios alegóricos. Quizá, el Desgobierno de la ciudad intentó marcar presencia o recordarnos aquello de “va a estar bueno Buenos Aires”, pero, lo cierto es que nadie lo pensó, sobre todo yo, que camino mi barrio cada día y me tuteo con todo ese abandono.
Un enorme aplauso para la gente de Matemurga y nuestro enorme agradecimiento por traer al barrio, nada menos, que la alegría.
Agradecemos la colaboración de Víctor Pais y el periódico Tras Cartón.
Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y miembro de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en la Comuna 15.
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