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Presencia, entre el drama familiar y el terror

El nuevo opus del inefable Steven Soderbergh está narrado desde la perspectiva de un fantasma. Sin artilugios ni golpes de efecto, se trata de una película asentada en la construcción de climas hasta llegar a un final revelador.
Género complejo el del terror cinematográfico, que sabe ofrecernos exponentes con frecuencia y, en general, no pasan de la categoría de lo previsible o de lo apenas correcto. Cuando aparece algo interesante en cartelera, se trata o bien de alguna variación sustancial, o bien de algún ejercicio de estilo bien instrumentado (El mono, reciente estreno, podría entrar en esta categoría, aunque se trate más bien de una comedia en cruce con lo macabro). Con Presencia, el director de Sexo, mentiras y video, Traffic y Erin Brockovich, se posiciona “en el medio”; no hay un viraje brusco en la manera de graficar lo ominoso, ni tampoco aparece un marcado juego con las claves genéricas. El resultado, no obstante, es bastante satisfactorio, aunque no será del agrado de las/os espectadoras/es que buscan sangre y asesinos que corren a sus víctimas en el bosque.
Con una bella casa antigua como única locación y un buen uso del plano secuencia como consecuencia del punto de vista y no como mero artilugio, Presencia aborda la vida cotidiana de una familia tipo (padre, madre, hijos adolescentes) que, mudanza mediante, intentará superar varios conflictos, aunque -quedará claro- un cambio de espacio no implica necesariamente eso.
El eje del conflicto es la conducta de Chloe (Callina Liang), la hija, quien aún está atravesada por la angustia de haber perdido a su mejor amiga. Su hermano Tyler (Eddy Maday) parece estar encaminado en la vida deportiva, mientras que entre su madre y su padre (Lucy Liu y Chris Sullivan) se dirimen distintos modos de ayudarlos a sobrellevar sus problemas, al mismo tiempo que, en la pareja, se nota una distancia y algún que otro secreto. Cada uno de estos problemas están presentados de manera orgánica, tal vez, demasiado “aletargada” (la primera media hora de la película parece una suma de viñetas familiares) y a partir de la mirada de un ente que los sigue a todas partes, que se inmiscuye en su privacidad, pero que, salvo en muy pocos momentos, no da cuenta de estar ahí, siguiéndolos bien de cerca.
Hay apenas dos personajes de peso que orbitan en torno a esta familia y que resultarán clave para la resolución. Poco a poco, se van delineando algunas claves para comprender hacia dónde va esta historia, qué implica la presencia del fantasma y a cuento de qué viene su insistencia en no dejar nunca la casa. Se podría decir, entonces, que la espera es, también, uno de los motores dramáticos de Presencia, una película que se orienta más hacia el drama familiar que hacia el terror.
Ezequiel Obregón es docente en el área de Lengua y literatura y periodista cultural. Es estudiante de la Carrera de Artes Audiovisuales, con orientación en Realización (UNLP). Integra el Área en Investigación de Ciencias del Artes del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en San José, Temperley, provincia de Buenos Aires.
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