En el medio de la pandemia y con la vida anormalizada en todas sus posibilidades de acción comunitaria, lxs niñxs que no pueden estar en la escuela con sus compañerxs y maestrxs, pasarán momentáneamente por alto la Promesa a la Bandera, en este año tan singular en que el 20 de junio se cumplen los 200 años de la muerte de Manuel Belgrano.
Por lo pronto, la promesa se posterga, no se deja de lado ni se renuncia, aunque la pandemia lo impida hoy ¿Qué sentido de lo irrenunciable marca la promesa a la bandera? Este difícil momento borronea y trastoca ciertas percepciones de lo simbólico y ocluye la presencia de un grupo social que, a través de la escuela pública, pone justamente en juego el sentido más profundo de la palabra. Cuando lxs estudiantxs dicen “Prometo”, de manera afirmativa, es la palabra empeñada un canto colectivo que entona un ritmo de ensueño; palabra enamorada que se compromete ante la bandera argentina; palabra que se enreda con otrxs y, junto a otrxs, con toda la solidaridad y el orgullo de cooperación que devuelve la palabra a las aulas y las llena de imaginaciones futuras.
¿Qué significa la bandera como comunidad? ¿Qué subjetividades se ponen en juego y nos identifican de ese pedazo de tela bicolor y de tantos otros trapos? Vale decir, que Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano fue mucho más que el creador de la bandera nacional. Más allá de su formación como abogado y habiendo sido un intelectual de armas tomar supo poner el cuerpo como jefe militar en las campañas del norte para contribuir a la liberación americana de la corona española. En su virtuosismo, atrapado entre el siglo XVIII y XIX, no podemos perder de vista su programa político-ideológico previo y posterior a la Revolución de Mayo, su insistencia para acrecentar una economía que fortalezca el desarrollo técnico y agrícola de nuestro territorio, y su rol como protagonista fundamental del ideario independentista a partir de imaginar un nuevo orden político en torno a la tradición incaica de Juan Bautista Tupac Amaru de América. Quizá, una de las claves que nos interesa destacar de Belgrano, aunque breve y sin continuidad por el contexto convulsionado de la política, fue la creación de la Escuela de Dibujo para el Consulado de Buenos Aires en 1799. Allí surgió tempranamente una singular noción del dibujo que desbordaba el concepto de arte y se plasmó como formación multifacética en clave instrumental y funcional a los distintos oficios de la industria y la ingeniería. La historiografía codificó ese momento como el inicio de la educación artística y el punto de partida para conformar paulatinamente el campo artístico local.
A 200 años de su muerte, ¿qué imagen de Belgrano nos inventamos? El relato de Belgrano como el creador de la bandera es el mito de origen que todo pueblo necesita para gestar su historia épica fortalecida de hazañas, conquistas, ideales de libertad, batallas que engrandecieron sueños de emancipación, cuyo destino seguimos anhelando. Bandera que cartografiaba los territorios en disputa de las Provincias Unidas del Río de la Plata, muy lejos todavía de una idea de Nación y más aún de la Argentina como país. América era la identidad política y cultural a defender.
¿Qué imágenes perviven de Belgrano y cuáles fueron dejadas de lado? La imagen canónica que llegó hasta las figuritas en la escuela es el retratopintado en Londres por Carbonnier en 1815. Retrato de aparato que muestra un contrapunto entre un Belgrano dócil, vestido de civil y la acción militar que se abre al exterior con el triunfo de la Batalla de Salta (1813). Esa imagen de Belgrano y la bandera inundan los cuadernos de las escuelas primaria, esparcidas en el imaginario común para que no se aparten de una forma verdadera y fiel a un origen memorable: el pabellón “celeste y blanco del cielo”, como enseña Billiken, y la bandera de guerra que lleva el sol flamígero y americano.
En el cuaderno de una alumna de segundo grado de la escuela N°1 de Ensenada, en 1954, su maestra corrigió un dibujo que retrataba la figura de Manuel Belgrano sentenciando con color rojo una afirmación categórica: Los próceres no se dibujan. Empero, ¿quién les pone imagen a los héroes del pasado? ¿Será que no podemos imaginar cómo fueron los líderes de la revolución y la independencia? Una de las imágenes olvidadas es la que realiza, aún en vida de Belgrano, el grabador Manuel Pablo Núñez de Ibarra para 1819. Retrato de busto, sencillo, hecho con buril, de manera lineal, con banderas, cañones y lanzas, de una fuerte tradición visual proveniente de los grabados jesuítico-guaraní, bajo el interés de macar un itinerario visual de la emancipación americana.
Años antes, en esa misma sintonía de una identidad común americana, Núñez de Ibarra solicita en 1812, a través de Manuel Belgrano, el apoyo económico al Cabildo de Buenos Aires para forjar nuevas matrices tipográficas con el fin de emancipar la imprenta y llevar adelante la palabra de la revolución, en la que expresa con fervor:
“Me dediqué yo (…) al trabajo de formar “Letras de Molde vaciadas que sirviesen para imprimir y enriquecer con ella nuestra imprenta” (…) mi amor patriótico se resentía cuando consideraba que habiendo talentos y disposiciones en los americanos, no solo para imitar las obras de arte e ingeniatura de los extranjeros, sino aún para superar, (…) nadie se dedicaba a esta importante ocupación (…) Así es que entré en el empeño de hacer yo mismo las herramientas, de inventar la máquina para el vaciado de las letras, de formar estas con sus respectivos punzones, y otras menudencias que exije (sic) este arte desconocido hasta aquí en la América”. (Núñez de Ibarra)
El propio Belgrano, en una carta de 1812 que le envía a su compatriota Núñez de Ibarra desde Tucumán, en plena campaña del norte, le brinda su aliento de conformidad a la necesidad de construir las letras para una gráfica revolucionaria.
De algún modo, imagen y palabra se entrelazan en el arte y en la promesa insoslayable a las múltiples formas simbólicas de imaginar la bandera y la patria. Más allá de las identidades que se ponen en juego cuando se eleva la bandera nacional y muchxs se ponen de pie, donde quiera que estén, las banderas responden sensiblemente a quienes las agitan y ondulan en el viento ampliando el sentido inclusivo de la patria o la matria. Brilla la blanca y celeste en las escuelas pintadas por lxs pibxs, como en el frente de la Escuela Mariano Acosta donde hoy en día conviven y dialogan la bandera argentina con la Wiphala de los pueblos originarios. Así también vibran en el aire las banderas de la cancha, enormes trapos colgados de los alambrados, y muchas otras desplegadas en balcones y ventanas, banderas escritas con los nombres propios de los movimientos sociales movilizados por sus derechos y reivindicaciones, las banderas de las comparsas en el carnaval, banderas y más banderas deshilachadas por el tiempo que mira hacia adelante. Tiempo anacrónico que el ritual de la promesa revive desde la bandera y la palabra. Palabra intensa que el 20 de junio se modula con calidez y sensibilidad, sea con la boca abierta del grito o de una gran sonrisa; o en voz baja, apenas entreabierta, porque cada voz se expresa marcando el paso que palpita en los cuerpos la palabra vital que da sentido a lo común, a lo comunitario. La palabra que es copla, palabra que a veces suena más ruidosa, a veces a las carcajadas y emocionada. Esa palabra de la promesa que nos lleva de la mano a soñar los diferentes valores que venimos construyendo desde la Revolución de Mayo, que como dice Andrés Rivera, es un sueño eterno.
¿Qué ritualidad porta la bandera que nos demanda un rol activo y no ser ajenos? Tal vez, desde las prácticas artísticas, las banderas apropiadas e intervenidas abren nuevos sentidos que ponen en conflicto los discursos hegemónicos. Entre miles de banderas elegimos dos propuestas sugestivas. En una primera instalación la bandera es el sustento de la obra Instauración institucional (1994) de Luis Felipe Noé. En ella aborda, entre bastidores y objetos, una dimensión espacial contenida por la bandera argentina como revisión crítica de la historia en plena globalización neoliberal. Allí emerge la imagen de los caudillos del siglo XIX, los gauchos federales, el caballo, las siluetas con sangre y la violencia militar que pone en tensión la figura de la libertad con el gorro frigio portando el fuego sagrado.
La segunda pieza es una imagen cargada de alegría, la obra 10 años be for (2015) de Daniel Ontiveros, donde imaginó sobre la bandera azul y blanca la felicidad multiplicada en miles de flores pintadas de colores durante la década kirchnerista. En pleno contexto de aislamiento social al que nos empuja la pandemia, ante la imposibilidad física de estar con el otrx, resulta fundamental atreverse a recuperar la alegría de lo comunitario, en esa bandera colorida de Ontiveros que condensa el perfume de soles florales que reverberan su gusto americano.
En definitiva, de Nuñez de Ibarra hasta Daniel Ontiveros, entre Belgrano y la bandera, la imagen y la palabra se hacen cuerpo colectivo en una promesa que vuelve este día esperanzador. Promesa que busca recuperar el espesor de la palabra, cuidarla y darle brillo, defenderla cariñosamente como la palabra poética en sueños y realidades concretas, palabra dulce y encantada que navega en un viaje de deseos comunes.
Imagen y palabra hacen al sedimento barroso de la historia que nos sustenta en el presente. Sus cruces fueron plegando identidades diversas entre lo político y el arte para seguir sosteniendo, con pasión, que las luchas y promesas sin imaginación no existen.
Juan Pablo Pérez es coordinador del Departamento de Ideas Visuales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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