Cultura y espectáculos
Los derechos humanos en escena
Sin reserva. Espectáculo integral del Frente de Artistas del Borda
El Frente de Artistas del Borda fue creado en 1984 y, si algo se puede decir con certeza, es que, en estos 33 años de existencia, no lo caracterizó la suavidad o displicencia, sino, la contundencia. Contundencia en los actos, en las palabras, en el compromiso y en la producción artística. En ese momento, los albores de la incipiente y frágil democracia, la presencia de 30 mil personas internadas en instituciones psiquiátricas de distinto tipo, los hace hablar de “otros 30 mil desaparecidos” (1). La iniciativa del psicoanalista José Grandinetti, de convocar a Alberto Sava y otras dos licenciadas, para integrar un proyecto de transformación, a través del arte del modus vivendi de los pacientes psiquiátricos, fue coronada con éxito. Aquí, la contundencia referida, tomará forma: el proyecto no se quedará intra muros, su leit motiv girará en torno a la libertad, al cuestionamiento del encierro, a producir una ruptura de los muros a través del arte, a la desmanicomialización.
Once son los talleres que integran este frente (FAB): Teatro, Circo, Música, Plástica, Expresión Corporal y Danza, Teatro Participativo, Mimo, Letras, Mural, Periodismo y Comunicación y Desmanicomialización. La participación de sus integrantes en la obra, con la dirección de su fundador y director Alberto Sava, se resuelve en Asamblea y, por eso, su designación de Espectáculo Integral, que contiene las producciones de los diversos espacios que lo componen y, además, “Nos interesó abordar un tema que nos atraviesa y nos preocupa permanentemente: la violación de los derechos humanos, sociales y manicomiales y presentarlo en un espacio relacionado con esa temática” (2).
El lugar de su creador/fundador está íntimamente ligada al arte del mimo. Fue alumno de Ángel Elizondo, luego, organizó su propia escuela y, también, el Primer Congreso y Festival Latinoamericano de Mimo en 1971, junto con sus diez ediciones posteriores. Socio fundador de la Asociación Argentina de Mimo en 1974, la preside hasta el año 2003. Incansable buceador en nuevas formas artísticas, surge de su mano el Teatro Participativo, del cual nos podemos enterar, ampliamente, en base al libro que ha escrito al respecto.
La obra, al proponerse una inclusión tan vasta y diversa como la que conforman sus talleres, acomete un desafío importante: no caer en una simple muestra de fin de año de una escuela de arte. Teniendo en cuenta esto, podríamos decir que nos encontramos con una producción que se sitúa en el extremo opuesto: una multidisciplinariedad en movimiento; una road movie teatral-performática-participativa, etc. También, podemos resaltar que lo multidisciplinario no genera espacios altisonantes, ni disruptivos, existe una homogeneidad estética lograda por la dirección que, con claridad y concreción, permite el lucimiento de los actores en sus mejores dimensiones.
Quienes nunca han sido tocados por los artistas bordeantes van a estar shockeados por su gran presencia escénica. Sus cuerpos y rostros, atravesados por la realidad, sin máscaras, sin diluciones, ni medias tintas, es uno de los elementos que sobresalta al espectador multimedia, pero que, también, sobrevuela la escena, otorgándole densidad a la carga dramática de la obra. Doble faceta a tener en cuenta a la hora de dirigirlos: su barroquismo, como presente real, sin fisuras, sin mediocridad, sin mentira, ni falsa apariencia requiere un fino cuidado, para no caer en lo brusco o burdo. Aquí, además, el vestuario uniforme ha evitado o suavizado posibles rupturas tónicas o pedestres.
Al decir road movie teatral, me refiero, no sólo a lo diverso en cuanto a técnicas artísticas utilizadas, sino, también, al recorrido a través de calles, con pasto y plantas, además, de galpones, que existen en el lugar: el Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Olimpo. Se explicita en el programa la búsqueda de un espacio acorde con la temática elegida. Ante la negativa de La Reserva Ecológica, por cuestiones ideológicas, surge el Olimpo como alternativa y, también, el nombre del espectáculo. El mismo transcurre en todo el predio, con la afluencia de los espectadores a los distintos espacios, a través de la batuta de un presentador (al estilo circense) y de otros actores, a cargo de la escena. Se sostiene la misma estética: circo/represión, cambiando los grados o niveles de uno y otro, aportando el clima de opresión reinante durante toda la obra. Recuerda a los antiguos parques de diversiones, situados en amplios espacios al aire libre, con sus respectivos llamados para ver las atracciones y las filas de las personas para ver rarezas o realizar los viajes en tren fantasma
Las road movies, emparentadas con Jack Kerouac, que cuenta sus historias en la carretera, pero, también, con la Odisea homérica y la metáfora del viaje iniciático, nos lleva a considerar esta obra teatral como un viaje-road-recorrido por los horrorosos callejones de la desaparición. Desaparición de personas por la dictadura, desaparición de rostros sanos-vivos por la medicación que lo-cura. Son los callejones del espanto/Son los pasillos del hospicio/Son las calles de la pobreza/Son los circos de la riqueza-medios dominantes/Son las ciudades insensibles de la vida actual globalizada pero sin ciudadanos/Es el Bajo Mundo del Primer Mundo y sus promesas de hábitat confortables con mejor calidad de vida incumplidas ¿Quiénes serán los Homeros de la crudelogía del siglo XXI?
Desde la “enorme cucaracha” y un cuerpo engordado, empastillado, metamorfoseado y las sensaciones que relata un audio de pérdida de sensibilidad, ausencia o disminución de deseo sexual o cualquier apetito. Hasta el festejo del Mundial ’78. Todo nos habla de la gordura que nos venden como felicidad. Sean los medios de comunicación o las pastillas, todos intentan la mordaza de la expresión auténtica. En esas calles, donde la gente corre porque se lo ordenan, donde todos corremos haciendo lo que nos dicen, somos, también, actores que lloramos emocionados, nos rebelamos o no ante las actitudes autoritarias y terminamos animándonos (algunos) a saltar la soga. Evidentemente, no se apunta aquí al héroe individual, sino, a la búsqueda colectiva de soluciones o salidas: ¡¡¡Hay que pegar el salto!!!!
Parafraseando a Raúl González Tuñón: “Eche veinte centavos en la ranura / si quiere ver la vida color de rosa”, Marisa Wagner (3) escribe, con ese título, para “-mostrarle un mundo- Un contrauniverso, acaso”. Este universo patas para arriba es sobre el que nos interpelan las pocas frases de la obra: “La terrible referencia de ser uno mismo, siempre igual”, profundamente filosófica, ¿cambiamos o somos siempre iguales? Si no cambiamos, entonces, ¿podemos mejorar o seguiremos siempre enfermos?
“¿Qué es el manicomio? La muerte civil. La ignorancia social. Moriste y que no se entere nadie”. La escena del cuadro/marco/espejo, mirado por el actor mayor, quien nos confronta a mirarnos en él ¿Nos vemos o estamos muertos? ¿Somos parte de la tragedia del mundo, donde no hay verdades? ¿Somos más desaparecidos en la vorágine capitalista? ¿Nos encontramos con alguien en ese retrato? “Entran 5 minutos y se van”, “5 minutos y se acaban las visitas”. ¿Así nos ocupamos de nuestros vínculos, de los afectos, de las cosas importantes de la vida? ¡El tiempo de la postmodernidad, la imagen que dura sólo 5 minutos y a otra cosa mariposa!
Es un viaje, no hay duda, con recorridos donde la música encuentra espacio y, con su sonido o letra, acompaña, reproduce o recrudece acciones. Donde las pinturas cobran vida y las poesías se expresan. Hay danzas que arrastran nuestros sueños en imágenes y malabares, que con piruetas nos destartalan. Escenas que nos corren y recorren. Fotos que nos sobrevuelan. Pero, todo esto no son talleres, es un espectáculo integral, ahora, se entiende el título. Según Alberto Sava, los espectáculos deben hacerse en el lugar donde sucedieron los hechos y él, con su amplia experiencia en la utilización de espacios no convencionales al hecho teatral, nos ha permitido recorrer todas las instalaciones externas del Ex Olimpo, desde el lugar de un arte comprometido con la identidad, con la recuperación de nuestra historia, con la defensa de los derechos humanos y con la posibilidad de reescribir una historia distinta. Fiel a su pensamiento y al de Enrique Pichon-Rivière, considera que el artista o refrenda un sistema, para que todo siga igual, o es un transformador. Con este hecho artístico, ha aportado a la mejor salud de los pobladores del hospicio, a la denuncia de conductas represivas hacia los mismos y hacia toda la sociedad y a que visibilicemos la transformación que el arte puede producir en todos los espacios y personas que nos rodean.
(1) y (2) Programa del espectáculo Sin reserva.
(3) Marisa Wagner, Los montes de la loca, Ediciones Baobab Buenos Aires, 2000, pág. 23.
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