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Las criadas: “adónde vamos a ir si no tenemos nada”

“La señora nos viste como princesas
La señora cuida a Clara y a Solange
La señora nos confunde siempre
La señora nos abriga con su bondad
La señora nos permite vivir juntas
La señora nos regala lo que no le sirve
La señora es buena
La señora es hermosa
La señora es dulce
La señora nos envenena con su bondad
La señora nos humilla con su belleza
La señora nos mata con su dulzura
Porque la señora es buena
Porque la señora es hermosa
Porque la señora es dulce
Adoramos a la señora
Adoramos a la señora
Adoramos a la señora…”
Con música de Eric Satie (Gnossienne n° 1) y con estos versos como la letanía de una misa pagana, comienza Las criadas. Un mediodía de domingo, Clara y Solange Lemercier, las criadas, en un horario poco habitual, pero muy “doméstico”, en el Espacio Callejón, parodian con ferocidad a “la Señora”, su humillante ama, que no está en casa. En la intimidad, juegan alternadamente a ser ella en mínimos y sórdidos detalles: usan su ropa y sus joyas, utilizan el mismo tono déspota y despectivo de ella en el hablar y en los gestos… Urden venganza…
Dirigida por el gran artista -músico y director teatral- Facundo Ramírez y con las actuaciones de Claudio Pazos, Pablo Finamore y Dolores Ocampo, esta es una puesta en escena monumental, conmovedora y ya memorable.
Escrita por Jean Genet, nacido en Francia en 1910, cuando el siglo comenzaba y ya se oía el rumor de la Gran Guerra, nació y creció en un ambiente sórdido, violento, marginal, prostituido. Pocos como él podrían haber escrito una obra teatral con estas características, conocidas en la propia carne, en la propia alma, desde una infancia de abandono y marginalidad. El tema es eterno: la soledad, la humillación, la pobreza, el desprecio, el resentimiento. Las armas de la sociedad que busca excluir a las/os otras/os. Y los excluye.

La señora las somete y maltrata con naturalidad, sin fisuras, desmesurada. A su modo, las tres conviven en ese ambiente sórdido de maltrato. Y, a pesar de todo, sus destinos están unidos más de lo que ellas pueden percibir y percibirse. Menos que humanas, siervas, malolientes, feas, resentidas por el odio quieren imitarla y quieren destruirla. El odio de clase sobrevuela, insistentemente, sobre el escenario. Claro que, también, sobrevuela en nuestras calles, nuestros discursos, nuestros gestos, nuestras elecciones de vida y nuestras opiniones.

Una tragedia que, en lo micro cotidiano, refleja lo que viven millones de personas en el mundo, desde tiempos remotos y presentes que, de distintas maneras, son objeto de exclusión, de desprecio institucional y afectivo, anónimos e ignorados Los que no son escuchadas/os y que no cuentan, en el amplio sentido de la palabra. Desaparecen en el fondo del mar, en los desiertos, en las carreteras o en barracas oscuras y aisladas en las ciudades europeas… como refugiadas/os.

Esta es una puesta en escena del Siglo XXI, con la ferocidad y, a veces, también, con el refinamiento de los discursos de poder que desprecia y excluye. Son caja de resonancia de una violencia omnipresente, sorda, a veces, y atronadora otras. Una época que, con la precisión quirúrgica de los nuevos métodos, diezma y sumerge en la abyección cuerpos y almas flagelados por el castigo.
Las tres actuaciones son y serán inolvidablemente sobresalientes. Los cuerpos llegan al límite de la expresión y las manos, también, juegan un rol muy destacado en el decir silencioso de esos gestos contundentes. Con el trabajo de dirección sólida y clara de Facundo Ramírez, conforman un todo potente, internamente armónico que se manifiesta con plástica ferocidad extrema y sin atenuantes desde el primer minuto. La música subraya, con sutileza elocuente, las escenas. El vestuario, el maquillaje y las máscaras, además de los elementos escénicos y lumínicos, aportan el dramatismo y el sentido conmovedor que se desenvuelve a través de la dramaturgia. Lo trágico es inevitable. Lo perverso y el grito de una condición humana tan castigada es horror, oscuridad, espanto. Estas mujeres, estas criadas son sacrificadas en el altar del desprecio y en la matriz de la violencia.
El amo y el esclavo, una relación dialéctica perversa y repulsiva danza su danza macabra a través de los tiempos, con nuevas metodologías y tecnologías. El espectador vive estos 90 minutos con los ojos bien atentos. La excelencia del teatro independiente de Buenos Aires nos invita una vez más, todas las veces que es necesario, a reflexionar sobre las reglas patibularias de una sociedad que tanto no cambió. Agradecemos profundamente la vocación y la dación de estas/os artistas, que no se reservan nada para sí, parecen darlo todo desde el escenario.
Ficha artístico-técnica:
Concepción de escenografía: Facundo Ramírez y Roberto Traferri
Traducción: Luce Moreau-Arrabal
Actúan: Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos
Diseño de luces: Roberto Traferri
Diseño gráfico: Fernando Lendorio
Asistencia de dirección: Hernán Chacón
Producción ejecutiva: Rosalía Celentano y Eleonora Di Bello
Las criadas puede verse los domingos a las 13:30hs. en el Teatro Espacio Callejón, ubicado en Humahuaca 3759, CABA.
Adriana Inés Prado es licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades. Actualmente, realiza periodismo cultural por radio y por redes sociales en Voces y contexto. Vive en Parque Chacabuco, Comuna 7, CABA.
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