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La rana del Ibicuy: naturaleza, genealogía femenina y un inconsciente de paisaje colectivo

Vaya une a saber si, en realidad, vimos la historia de una rana o de una mujer, de un paisaje o, inclusive, algún mito que no encuentra página alguna en algún libro sobre mitología universal o psicología.

No nos importa en estos términos, pero, sí en los que, entre un entrevero de elección y de herencia recibida, escogemos los relatos que entrarán en nuestro inconsciente y nos harán actuar, movernos, vivir, trabajar, chismear, salir a tomar una birra, bailar un chamamé o una cumbia, comer, hacer una casa y amar de una manera determinada.

Lo que van a leer a continuación es lo que percibí, como estructura, de una obra que, a la vez, es la cronología de las emociones que embargan a les espectadores o, por lo menos, en lo personal, fue así.

Lo movilizador de esta maravillosa aventura es el hecho de tener la sensación de algo recurrente con la naturaleza. Lo cual, resulta algo gracioso, estando en la Capital Federal. Pero, déjenme contarles.

Como generalmente sucede, oscuridad. Luego, se vislumbra una vegetación de humedal, clara, precisa y tajante. Ahí, ya estamos en otro espacio. Un tiempo transcurre como la calma que antecede al huracán y, en ese transcurrir, un ser anfibio, perfecto para ser humane, se aparece, mirando rápido, saltando rápido, tan rana que a les que les tenemos algo de prurito nos dan ganas de hacernos un poco para atrás. Pero, cuando se llega a esa sensación, paulatinamente, nuestro anfibio va dando lugar al huracán: una mujer.

Ella, tan litoraleña. Tan litoraleña. El torbellino de relatos, radio, música, el mapa y genoma humano entero de todo el entorno, los tiempos mezclados. Los tiempos todos mezclados y las enunciaciones que cortan o, más bien, funcionan de escudo para cerrar las compuertas de un dique que, si se abre, se produce un agujero negro.

El dolor se nombra leve, pero, se siente en los huesos. El dolor se corta por los labios y los ojos húmedos antes de descarriarse y alterar el orden. Pero, el dolor de la mujer rana se siente no tan sólo por la increíble actuación de Frida Jazmín Vigliecca, sino, porque es el dolor de cualquiera de nuestras madres o tías o abuelas o tías abuelas o vecinas o cualquier rana que ande cerca nuestro o cerca de nuestros recuerdos. Ese dolor de mujer, tan visceral y tan gestualmente correcto. El gesto de ocultar lo que lastima está tan perfeccionado que ya cumple la función opuesta de la que se le asignó. Y, allí, una risa, un chasquido de labios, un grito pueden significar cualquier cosa.

Luego, un descanso. Un remanso. Otro tiempo. Un sueño que dura unos minutos. Minutos en los que les espectadores, también, sueñan. Una escena única e idílica que, casi, llega al cuento maravilloso o fantástico. Dormir. Dormir y seguir produciendo realidades paralelas en nuestras mentes ¿Cómo representar eso en la escena? Bueno, es que, tal vez, en La Rana del Ibicuy no tan sólo esté presente el paisaje húmedo del litoral y la historia de una mujer rana, sino, también, un inconsciente (colectivo, también) en escena. Somos eso en definitiva: naturaleza, historia humana y un inconsciente que conjuga todo.

Vigilia, nuevamente. Nuevamente, el torbellino de música, radio, anécdotas. La muerte que se celebra bailando, algo tan nuestro, pero, tan oculto, enterrado, que dan ganas voraces de querer recuperar el festejo y la alegría de la vida. Los cambios narrados con un entusiasmo inusitado propio de las almas fervorosas de tan sólo respirar aire. Y es que las transformaciones, en la profundidad del territorio, se viven de otra manera. La intensidad alegre y la angustia sin fondo se ponen a la orden, para conjugar una sola verdad: “la intensidad es la única razón”. Cuán pasteurizada está la vida. Y, mientras tanto, más vida.

La risa y el humor están a la orden para digerir no tan sólo las miserias del relato, sino, nuestras miserias en todas sus formas. El humor, como camino para digerir y ver la vida, es una de las armas más poderosas y más popularmente utilizadas. Quien hace humor, ácido en lo posible, entiende de otras reglas.

Nuevamente (y no finalmente), nuestra querida rana, mujer, madre, tía, abuela, tía abuela, vecina, vecina con ruleros, mujer con muchas hebillas, habladora, la porota, divertida, la dañada, la graciosa, la adorable chismosa nuestra, la que se pierde con el paisaje. La sensación mayor de ver esta obra es la sensación de vivir lo cíclico, lo que, día a día, se cree como insulso, sin importancia, lo cíclico, es decir, lo único que importa.

Foto: Hellen Lailla.

 

Ficha artístico-técnica

Dramaturgia: Nadia Sandrone

Actúa: Frida Jazmín Vigliecca

Diseño de vestuario: Camila Pérez

Diseño de escenografía: Camila Pérez

Diseño de luces: Sebastián Francia

Diseño de sonido: Carola Zelaschi

Producción: Carola Parra

Diseño de movimientos: Maik (Micaela) Ghioldi

Dirección: Nadia Sandrone

 

La rana del Ibicuy puede verse el domingo 6 de agosto a las 19hs. y el domingo 13 de agosto a las 21hs., en el Teatro Cooperativa Perra, ubicado en Bonpland 800, Chacarita, CABA.

Contacto: http://www.instagram.com/teatrocoopperra


Gabriela Rocha es licenciada en Folklore mención Tango, bailarina. Actualmente, se desempeña como directora de Bienestar Universitario del Departamento de Folklore de la UNA y realiza la prensa de dicha unidad académica.

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