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La pandemia y el tango

La palabra gripe procede del francés grippe (del suizo-alemán grüpi, acurrucarse).

La descripción más antigua de esta enfermedad nos viene de Grecia (año 412 a. de C.) y se la debemos a Hipócrates. Enfermedad que, muchos siglos después, haría su aparición en América, traída por Cristóbal Colón.

Está documentado que, en su segundo viaje, el almirante recaló en la isla La Gomera, en las Canarias, y, allí, embarcó ocho marranas preñadas y gallinas con destino a las Antillas. Alguno de esos animales tenía el virus de la gripe, que trasmitieron, luego, a la marinería.

El virus, por tanto, fue exportado desde España e, incluso, contagió al Almirante, quien, en sus anotaciones, describió detalladamente sus síntomas, característicos de la gripe, entonces denominada ‘romadizo’: fiebre alta, gran postración y dolor en todo el cuerpo.

Admitido que la gripe llegó con él, lo que sostiene el doctor Francisco Guerra, notable investigador español, es que las aves fueron determinantes para la diseminación del virus. Desde esa base, lo que se plantea es si las aves fueron, simplemente, difusoras de virus de otras especies o si, en realidad, se trató de una gripe aviaria.

La Gripe Española mató, entre 1918 y 1920, a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta de la pandemia que es considerada la más devastadora de la historia. Un siglo después, aún no se sabe cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales.

Aunque, algunos investigadores afirman que empezó en Francia, en 1916, o en China, en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.), el 4 de marzo de 1918.

Tras registrarse los primeros casos en Europa, la gripe pasó a España. Un país neutral en la Primera Guerra Mundial, que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias, a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico.

Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Y, a pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los más afectados, con 8 millones de personas infectadas y 300 mil personas fallecidas.

La Gripe Española de 1918.

Poco antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial, en 1914, el emperador de Alemania, Guillermo II, prohibió que los oficiales prusianos bailaran el tango si vestían uniforme. El periódico semioficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, apoyó abiertamente la decisión en los siguientes términos:

“El káiser ha hecho lo que ha podido para impedir que los gentilhombres se identifiquen con la baja sensualidad de los negros y de los mestizos (…) ¡Y algunos van por ahí diciendo que el tango es como cualquier otro baile cuando no se lo baila licenciosamente! La danza tango es, cuanto menos, una de aquellas de las cuales no se puede de ninguna manera conservar ni siquiera con alguna probabilidad la decencia. Porque, si en todos los otros bailes está en peligro próximo la moral de los bailarines, en el tango la decencia se encuentra en pleno naufragio, y por este motivo el emperador Guillermo lo ha prohibido a los oficiales cuando estos vistan uniforme”.

Las prohibiciones del tango en Europa indicaban la difusión creciente del baile en los países que, en ese momento, eran “el centro” del mundo. Ya en 1913, se hablaba de la tangomanía desatada en Europa. ​ El desparpajo innovador de la danza y el cuestionamiento a las costumbres establecidas sobre la relación de las personas con sus cuerpos, “provocó el más grande escándalo que se haya verificado jamás en la historia de las costumbres modernas”.​ Un periodista italiano de la época, reflexionando sobre las razones del éxito del tango, escribía por entonces:

“Las viejas polcas y las anticuadas mazurcas y los acompasados lanceros no podían ya satisfacer el alma moderna empastada de sensibilidad. Apenas se podía soportar el antiguo vals alemán con sus giros en cuatro tiempos, destinado más a las personas atléticas que a las mujeres modernas de faldas ajustadas. Un baile, dicen, que no hace más que repetir continuamente un único paso y que no representa otra variedad que el girar en sentido inverso, es ejercicio demasiado monótono, demasiado serio, demasiado poco plástico, y para nada destinado a traducir a través de gestos las exquisitas e inadvertidas variedades del ritmo. Los viejos bailes no fotografían ni la música ni el estado psíquico de quienes danzan. El alma moderna necesita algo más fino, más sensible, más cerebral, que no sea un único paso cadenciado y uniforme como el de un pelotón de soldados marchando. Necesita ante todo de sensibilidad, de una estética nueva, más dinámica que plástica, de una coreografía algo mundana, que sea más arte que sport.(…) Se necesitaba una danza más compleja y osada, más nerviosa y sensible, más profunda y atormentada, más refinada y dinámica, hecha de impulsos y detenciones, de actitudes imprevistas y de posturas significativas, más artística y literaria, una danza que fuera la traducción plástica y dinámica de una música escrita prevalentemente en menor y plasmada sobre una tonalidad triste, armónicamente angustiada y saturada de pasiones y de enervante poesía”.

La censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del virus. Ahora, sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. A diferencia de otros virus que afectan, básicamente, a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables de entre 20 y 40 años, una franja de edad que, probablemente, no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural.

Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles.

Sin embargo, un grupo murió, rápidamente, después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar y, con frecuencia, en menos de cinco días.

Hombres bailando tango.

En los cientos de autopsias realizadas en el año 1918, los hallazgos patológicos primarios se limitaban al árbol respiratorio, por lo que los resultados se centraban en la insuficiencia respiratoria, sin evidenciar la circulación de un virus.

Al no haber protocolos sanitarios que seguir, los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación y los cuerpos en las morgues y los cementerios. Por aquel entonces, se haría popular la máscara de tela y gasa con la que la población se sentía más tranquila, aunque, fueran del todo inútiles.

Los periódicos españoles fueron los primeros en informar sobre una enfermedad que estaba matando a la población. En el resto de Europa y a ambos lados de las líneas aliadas, censuraron toda información para no desmoralizar a las tropas, ni mostrar debilidad ante el enemigo. Con lo cual, sólo se convirtió en noticia en los países neutrales. En un primer momento, los medios de España intentaron, también, darle nombre extranjero bautizándola como ‘El soldado de Nápoles’ o ‘La enfermedad de moda’. Tras brindar la información el corresponsal del The Times en Madrid, el término de ‘La Gripe Española’ se extendería por el resto del mundo a partir del verano de 1918

En 1918, la ciudad de Buenos Aires contaba con un millón y medio de habitantes. En mayo-junio de ese año, aparecieron, en La Nación, las primeras noticias sobre la “gripe española”. Emilio Coni ya denunciaba, en noviembre de 1918, que unos 400 mil enfermos de gripe habían sido atendidos en Buenos Aires. Los registros del Departamento Nacional de Higiene mostraban que la gripe había pasado de ocasionar el 0.7% de las muertes por afecciones respiratorias, en 1917, a ocasionar el 19.1%, en 1919, mientras que, en los mismos años, la TBP había causado 26.7% y 19.1% de esas muertes y, otras afecciones broncopulmonares, el 29.8 y el 28.0%, respectivamente. La gripe había llegado a Buenos Aires desde Europa en los barcos cargados de inmigrantes. Al parecer, el primero en traerla fue el Demerata, que partió de Portugal y recaló en Río de Janeiro (donde la epidemia ya era muy fuerte), antes de llegar a Buenos Aires. El primer caso registrado, un tripulante de ese barco, fue atendido en el Hospital Muñiz.

Como en Europa, la epidemia se presentó en dos oleadas principales. La primera, ocurrida en la primavera de 1918, provocó 2237 muertes, número no habitual, ya que, en la epidemia estacional anterior, sólo se habían registrado 319. Pero, en la segunda oleada, en el invierno 1919, fueron 12760 las muertes registradas. La gripe afectó más a las provincias pobres del Norte, hacia donde se fue extendiendo, al parecer por tren, desde Buenos Aires. Carbonetti describe una relación directa entre porcentajes de analfabetos y tasas de mortalidad por gripe, en 1919. Las áreas del país con menor analfabetismo, también, tendrían mejores condiciones sanitarias, más médicos y hospitales.

José María Ramos Mejía fue el encargado de fundar y dirigir, en 1883, la Asistencia Pública, ubicada en la calle Esmeralda, donde, hoy, está la plazoleta Roberto Arlt. Fue un modelo de avanzada y prestó servicios por casi seis décadas y, hoy, el SAME sería su continuación. Atendía cualquier accidente en la calle por el Centro y era común escuchar, ante cualquier episodio, por simple que fuera y necesitara el servicio médico, “lo llevaron a la Asistencia Pública”.

Este organismo habría de tener especial relieve cuando la epidemia de gripe de 1918. Aquel año, los porteños vieron nevar en junio y las bajas temperaturas se extendieron hasta bien entrada la primavera. En septiembre, los diarios anunciaron los primeros “brotes de la epidemia de influenza, que reinó hace algún tiempo en la península ibérica”, con algún pesimismo.

La epidemia generó el agradecimiento a los médicos de Asistencia Pública, cuyos nombres ignoramos.

En 1918, en tiempos de la “gripe española”, pandemia que causó más muertos que la Primera Guerra Mundial, en Buenos Aires se interpretaban, en forma instrumental, El termómetro, de José Martinez, y se cantaban los tangos El resfriao, de Ángel Metallo; Nene no te resfríes, de Esther Seoane; y la La grippe-tango contagioso-, con música de Alfredo Mazzucchi y letra de Antonio Viergol.

“No me hablés más de la gripe. / No me hablés más de la gripe / porque soy muy aprensivo / y ya siento un tip tip tipi tipi tipi tipi / en el tubo digestivo / La limonada Rogé, / la limonada Rogé, / rápido corro a comprar / porque me quiero purgar / y me voy luego a acostar para sudar. / No te acerqués a mi lado, mi china. / No te acerqués que he tomado quinina. / Y cada vez, china, que te acercás / sube el termómetro diez grados más”.

En el verano de 1920, el virus desapareció tal y como había llegado.

 

 

Recopilación de información:

 

La Gaceta Médica (Sandra Pulido)

Medicina Buenos Aires

gacetamercantil.com (Roberto L. Elissalde)

mosaicosportenos.blogspot.com (Luís Alposta)


Carlos Varela es cantor, productor discográfico, artístico, televisivo y radial.

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