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La dramática bajante del río Paraná y una polifonía de sus voces chúcaras
Fantasmas del Paraná, novela de Francisco Tete Romero
Francisco Tete Romero presenta su novela Fantasmas del Paraná en el Festival del Otoño Literario de Huelva, España, el 3 de noviembre. Su libro integra la colección Iberletras, coedición argentino-española, entre la editorial Contexto, de Chaco, y la Asociación Cultural Iberoamericana de Huelva. En la cual figuran cuatro narradoras: Marta Rojas Rodríguez, de Cuba -recientemente fallecida-; Pilar Santiago, de España; Marta Quiñones, de Colombia; y Teresa Korondi, de Uruguay. Y cuatro narradores: Hipólito Navarro, España; Willy Rodríguez, México; Pedro Solans y Francisco Tete Romero, de la Argentina. El 9 de noviembre se presenta en Granada y el 11 de noviembre en Madrid. El director de la colección, Daniel Lupo, lo hará en forma presencial y las narradoras y narradores en forma virtual.
Un día de 2022, una mujer se interna en las aguas bajas del Paraná, desde la orilla correntina. Detrás de ella parten, en los días siguientes, más y más mujeres. Van en busca, dicen, de lo que el río, alguna vez, les arrebató. La bajante saca a relucir fantasmas y cierta precariedad -restos de algún navío, mugre y residuos-, pero, también, saca a flote el compendio de historias que un pueblo, una ciudad, un paraje y un mundo cargan sobre el lomo. Una novela como un registro de cuanto puede haber bajo las aguas.
Cronista y juglar en el desierto verde, Tete Romero aglutina, en Fantasmas del Paraná, las urgencias de ahora y las urgencias de siempre -a no ser que, con sus traducciones correspondientes, las urgencias sean, siempre, las mismas. Desde las peripecias de la conquista de nuestro territorio provincial, a los ecos y cimbronazos de las dictaduras. Desde las agachadas neoliberales -valga la redundancia- y la explotación de mujeres y niños, hasta la pandemia que, ahora mismo, nos aturde. Pero, en Fantasmas del Paraná, también, resplandece la épica que se alza, la conciencia mala y de la buena, la alegría con que se puede contrarrestar la alienación. Eso escribe el escritor Mariano Quirós en el prólogo de dicha novela.
Compartimos, a continuación, parte de su primer capítulo:
Nadie supo por qué Mamá se largó a cruzar a pie el Paraná. Sola Marta, su vecina, la escuchó decir ahora que el río nos deja voy a buscarla. Y se largó sin mirar a nadie, como poseída, enfilando derechito hacia la zona de la nueva costanera, hacia la playa, caminando cada vez más agachada en la arena, no escuchando lo que dos hombres le decían señora que hace señora le va a hacer mal y entró a las aguas del Paraná y ahí si levantó la cabeza y miró al cielo o lo que sea que está arriba de nosotros.
Atardecía en Corrientes, comenzaba el otoño y Mamá iniciaba su camino por el río, la búsqueda imposible de mi hermana Marité.
Ella fue la primera que caminó por las aguas entonces mínimas del Paraná. Después se largó a pie o a caballo una legión de desquiciadas, así comenzaron a llamarlas, que luego de los primeros días de total desconcierto, cuando estuvo expresamente prohibido hacerlo y las costas de ambos lados del puente Belgrano estuvieron rigurosamente custodiadas, seguían brotando de quién sabe dónde desafiando las guardias de las prefecturas de las dos orillas, sobre todo en sus cambios de turno.
Hasta ese momento yo la visitaba una vez por semana. Seguía viviendo en Resistencia pero ahora en su casa, en la casa de Mamá que nunca aprendió a sentir como propia, o al menos eso me decía y creo que eso sentía, porque su segundo marido le duró poco, cuatro o cinco años nomás y cuando se mudaron al barrio Central Norte Mamá ya empezaba a confundir los lugares y los tiempos y a meter de sorpresa en cualquier conversación a mi hermana Marité que hacía demasiado tiempo que ya no estaba. Por eso digo que no se halló en esta casa donde ahora estoy, mitad porque me había quedado sin lugar donde vivir, mitad porque Mamá me dijo Beto quedáte acá por favor porque yo tengo que estar cerca de tu tía Angelita, su hermana mayor, porque estaba muy enferma y tenía que acompañarla en sus últimos meses. Para que me cuides la casa agregó. Por eso se fue a Corrientes o eso creía al menos hasta que empecé a entender, ya tarde, por qué había cruzado la otra orilla.
Hasta que las caminantes del Paraná no aparecieron la Isla Santa Rosa era casi desconocida, un lugar adecuado para un tipo como yo. Había caballos y eso bastaba porque yo amo a los caballos. Los entiendo y ellos me entienden. Por ese entonces creía que la maldición que había heredado ya se había consumado porque ya no tenía más nada que perder. Eso al menos creía hasta que vi llegar a la isla a la primera mujer que se lanzó a pie a atravesar el río. Entonces supe que yo seguía siendo el Desierto.
Soy estéril, último sobreviviente de una vieja familia argentina, cruel pero no cínico. La culpa es del desierto del Chaco escribió mi tatarabuelo Alfredo en su diario, hace ciento veinticinco años. Soy como él.
Somos el desierto. Soy el que ya no se resiste a la oscuridad que lo habita.
Eran los primeros días de mayo de 2000 cuando yo lo conocí a usted que era un mocoso de cinco años, eso me acuerdo bien me dijo Ramírez y no supe qué hacer con el silencio que me impuso luego, porque se me quedó mirando fijo como si yo tuviera que completar su frase. Muy incómodo me sentí en ese momento. Pero eso no fue nada, nada comparable a cómo me sentiría después, cuando se largó como un poseído a contarme la historia de las locas y los fantasma del Paraná, porque yo llegué antes que usted Ernesto a la isla me dijo como culpándome por mi demora en llegar a tiempo. Imagínese Silvia, yo había nacido en el Chaco, sí, yo tenía familia allá, sí, yo regresaba después de diez años, tenía treinta en ese entonces, tres meses atrás, pero en verdad qué sabía del Chaco, si solo había vivido allí mis primeros cinco años y luego había estado unos pocos días en visitas esporádicas. Pero le pido Silvia que me tenga paciencia, sé que usted está grabando todo, pero yo necesito que me atienda, que me mire mientras le estoy contando esto porque no es solo lo que le cuento lo que me trae hasta acá, hasta usted, sino lo que siento mientras le cuento, lo que necesito transmitirte que sintió Ramírez hace unos meses, lo que me dijo que descubrió allá, en el lugar donde yo nací, cuando las aguas del Paraná bajaron tanto que decenas de tipos y tipas de todas las edades, sobre todo de mujeres se largaron a cruzarlo a pie o a caballo, lo que dijeron encontrar las que no se ahogaron o extraviaron y sobre todo, Silvia, lo que encontró en la Isla Santa Rosa, el infierno que le hicieron descubrir allí, porque no solo casi le cuesta la vida, sino porque nunca pudo recuperarse emocionalmente, porque quedó roto para siempre, así me dijo Ramírez lelo me quedé, roto bien roto. Por eso se fue al Paraguay, como huyendo y mire que el tipo tenía fama de duro. Yo también pasé lo mío en esas horas interminables y tan oscuras en medio del río Paraná. Por esto necesito contarle lo que sentí y lo que descubrí allá Silvia, para que pueda entender por qué estoy así y aquí, tan medicado y encerrado.
Francisco Tete Romero es escritor, docente y editor. Profesor en Letras, egresado de la Facultad de Humanidades de la UNNE. Especialista en Investigación Educativa y Pedagogía de la Lectura. Director Académico del Instituto de Educación Superior de la Fundación Mempo Giardinelli. Integra el colectivo nacional Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas.
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