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Juan Gelman: una feroz fidelidad a la poesía (Primera entrega)

Para que no se espere de mí una mirada apenas académica o fríamente crítica -cosa que tampoco está en mi naturaleza-, debo empezar confesando que fuimos grandes amigos con Juan Gelman. Me llevaba cuatro años y medio, yo había empezado a publicar un poco antes. Quizá por eso, el 3 de enero de 1958 (la fecha está antes de su firma) me vino a dedicar su primer libro. Nuestras vidas no coincidieron, siempre, en lo inmediato, nos encontrábamos esporádicamente. Pero, como bien me dijo Enrique Molina en una carta: cada uno marchaba por la otra orilla del mismo río, y podíamos reconocernos, con sólo una mirada, por sobre la corriente.

Todo cambió en 1994, a partir de nuestro reencuentro durante el Festival Internacional de Poesía de Medellín, y, desde ese momento, se comportó conmigo como un amigo entrañable y afectuoso, de una delicadeza inefable, extrema, inigualable. De la que me honraría haber sido capaz de merecer.

 

Antes y después del Premio Cervantes

 

Nunca ha dejado de resultarme ejemplar la devoción con que Juan Gelman supo mantener, siempre, en toda circunstancia, la dignidad de su poesía, de mantenerla fecunda, actuante y hondamente viva en su lenguaje. Fue él mismo, al prologar uno de sus títulos de más cabal evidencia, dibaxu (1983-1985), quien logró rozar el tema con emocionada precisión: “Quizás este libro apenas sea una reflexión sobre el lenguaje desde su lugar más calcinado, la poesía.” Y es él mismo, también, quien vino, espontáneamente, a reiterarlo al enviarme Exaltaciones, un poema inédito escrito el entonces cercano 16 de noviembre de 2007, que se me hace (¿no es evidente?) una auténtica arte poética: “Esta manía de tocar tus puertas y la ilusión de que se abren. Palabra encerrada en tu cosa, ¿de qué vivís, cómo vivís? ¿Estás conforme con tu perro que nombra al perro? ¿Nunca te desvelás pensando en otra música? ¿Con qué soñás, entonces? Estoy al pie de lo que nunca vas a contestar.”

Por supuesto que todos nos congratulamos ante aquel nuevo y merecido galardón: Juan Gelman recibió el Premio Cervantes 2007. Pero, esa misma circunstancia, tocante y feliz por cierto, que, como bien fue dicho, se honraba por honrarlo, volvió a acercarme alguna vieja reflexión. Porque, si bien es verdad que, ya desde su mismísimo primer título: Violín y otras cuestiones (1949-1956), su innegable lirismo surge ineludiblemente confundido con sus nada conformistas opiniones políticas y sociales, también, es cierto que, desde allí mismo, comienza a hacerse patente la mutua honestidad que ya lo constituía desde entonces y que no le iba a permitir convertirse para nada, en absoluto, apenas en un módico transmisor de consignas.

Esa tensión, fecunda como tantas otras, entre su doble fidelidad a la poesía y a sus ideas, no se ha manifestado, apenas, en lo superficial, en lo aparente, en el concepto y, por tratarse de un escritor de raza, se ha trasladado, como aliento vivo, al cuerpo mismo de su propia escritura, la cuestiona y la sostiene, la inquieta y la alimenta. Y, si una prueba de fondo de su autenticidad en tal sentido la manifestó su absoluta imposibilidad, casi visceral, orgánica, para aprovechar su propia historia, en tantos sentidos trágica, como muchos otros, tan diferentes de él, manejan sus relaciones públicas (cuando no su marketing), si todo nos asegura que la resonancia obtenida ha sido totalmente espontánea, inocente, fruto maduro de las circunstancias y nunca de su voluntad, hay otra prueba más en el mismo sentido. Y es el hecho de que su propia escritura haya ido ahondando legítimamente su experiencia, en el sentido de lo radicalmente humano e, incluso, metafísico, pero, como debe ser, por el libre fluir de su propia espontaneidad creadora, sin artimañas ni dobles intenciones.

Quiero decir que, en el merecido éxito de Gelman como poeta, que ha de incluir, probablemente, también, sus vicisitudes de hombre público, que allí se entremezclan en gran medida, el hecho de que él mismo haya ido abandonando ciertas temáticas demasiado evidentes para profundizar en otros sentidos, tal vez, menos redituables desde el punto de vista del negocio editorial, no me parece, sino, otra demostración de aquella doble honestidad a la que antes hacía referencia. Los libros de Juan Gelman, que van desde dibaxu hasta Hoy (2011-2012), constituyen la evidencia de una integridad y de una devoción, tan eficaces como conmovedoras. En medio de un merecido reconocimiento que a muchos marearía, Gelman siguió adelante sin concesión alguna, supo ser honda, honrada, orgánicamente él mismo: un poeta mucho más cerca de la «palabra calcinada» que de cualquier retórica, ajeno, por esencia y por personalidad, a toda componenda.

 

Juan Gelman y Rodolfo Alonso. Archivo Rodolfo Alonso.

 

Volver a los principios

 

Si, por un lado, cada renovada aparición de ese libro: Gotán (1956/1962) recupera aquellas ediciones y reediciones anteriores, revisadas por el autor, en las cuales éste decidió reunir sus cuatro libros iniciales (incluso, suspendiendo algunos poemas de los dos primeros títulos), por el otro, la nueva tapa no deja de destacar -como una antigua faja roja, ahora, impresa en la cubierta- el tan merecido Premio Cervantes, que coronó la merecida difusión de su obra ¿De qué manera es posible encarar, entonces, ahora, no apenas como supuesto crítico, sino, también, como simple (y fundamental) lector, esos momentos iniciales, de descubrimiento no sólo personal, de lo que sería una larga, fecunda y honda carrera, cuando ésta ya ha sido y, no poco magníficamente, consumada?

Porque, estos textos reunidos en Gotán, siempre temblorosos y tantas veces indelebles, fueron, en su momento, primicia no sólo del autor, sino, también, de sus primeros y ya crecientes lectores. Con lo cual, bien sería posible, aun para quienes no llegaron a percibirlos como aire nuevo en aquellos tiempos, imaginarse, todavía, asomándose a un Gelman que comienza: «¡Quién pudiera agarrarte por la cola / magiafantasmanieblapoesía!». Y, también, es factible y acaso no contradictoria, la operación antípoda: evaluar estas primeras incursiones desde la perspectiva de la obra ya madura y efectivamente cumplida.

Claro que no deja de ser posible evadir esa aparente -sólo aparente, entiéndaseme bien- antinomia, ya sea combinando esas dos presagiadas orientaciones de lectura, ya sea encontrando, si es que no buscando, las otras ineludibles y ricas direcciones polisémicas que toda poesía lograda, como organismo latente y vivo de lenguaje soberano, tanto actúa como implica. Dentro de esa pluralidad, de esa gran libertad a la cual la palabra viva de Juan Gelman no cesó de invitarnos a todos –pero, siempre, de a uno- desde el comienzo, me animaría, no obstante, a sugerir que se preste atención (a mi modesto entender), dentro de los tocantes Poemas con el hijo, especialmente, al titulado Sonríe: “(¿Y alguna vez he sonreído así? / ¿Fui como tú de luz, candor que tiembla? / ¿Supe dar la mañana, confundirla, / equivocar al mundo?)”, donde algo me dice que ya estamos palpando al ¿futuro? Gelman maduro, pleno, entero.

Dos palabras sobre el sonoro título, para mí, porteño como él, tan cabal. Que nadie se llame a engaño, en primer lugar: no hay aquí sentimentalismo, ni mero color local, ni retórica típica alguna. Por otra parte, si al hacerlo el autor patentiza esa veta peculiar de nuestro lunfardo, el vesre, que, también, rodeó nuestra mutua infancia porteña, no sólo recupera una fuerte impronta emotiva, sino que, volviendo a esa otra posible perspectiva de que hablábamos, si lo enfrentamos con la luminosa palabra sefardí que fue su posterior título, dibaxu, acaso, todos podrían advertir que, como debe ser, para un poeta auténtico el lenguaje nunca es una herramienta fría, nunca un objeto inerte.

 

Sin interrupción

 

No es usual, por desdicha, que algún libro de un poeta argentino contemporáneo llegue a ser publicado, hoy, por una gran editorial. Y, mucho menos aún, que no se trate de algún título aislado, sino, de la reedición de buena parte de su obra. Hay quien dirá que, en el caso de Juan Gelman, ello se debe, quizá, al hecho de haber llegado a convertirse en hombre público y que los avatares de su historia personal (por otro lado, tan entreverados con la historia de todos) han venido a convertirse en algo así como una caja de resonancia para su poesía.

Por ejemplo, en Interrupciones 1 (1971-1979), donde se reúnen otros siete libros  signados, en la mayor parte, por su exilio, si, en gran medida, su estilo continúa aquí diferenciándose, no sólo por su peculiar construcción, por su nada demagógico abandono de las mayúsculas y de los signos de puntuación, tanto como por su particular escandido, de riquísima, escasamente populista y conmovedora entonación, se vuelve, también, significativo, en ambas direcciones, por la absoluta preponderancia de las preguntas (¿de los cuestionamientos, quizás?), temblorosas y tocantes, antes que por las afirmaciones. Y aquellas honduras desprendidas de lo anecdótico comienzan a aparecer, en forma natural, casi, desde antes de la mitad de este volumen, para confluir en una profunda elaboración de impensadas referencias, sin embargo, a la postre, claramente comprensibles, que van desde Santa Teresa y San Juan de la Cruz, hasta Homero Manzi o Carlos Gardel y Alfredo Lepera, que afinan y ahondan su expresión, también, en lo que podríamos llamar formal, ya que, si bien sostenida siempre por el mismo aliento poético, va dando lugar, casi instintivamente, a la emergencia de formas clásicas del lirismo de nuestra lengua, a veces, sólo barruntadas o rozadas, aunque, por supuesto, animadas por la entereza y la originalidad de siempre.

Es que, me animaría a sugerir, si hubo alguno de aquellos primeros momentos en que pudo hablarse de la hasta lógica presencia de alguien como César Vallejo en el desarrollo de su obra, en el ejemplo humano y poético del gran poeta peruano, que no podía, vistas sus peculiares inquietudes, dejar de seducirlo y atraparlo, primero, por su sonoridad y su contacto, exteriores, de piel, bien podríamos decir que ya se han abandonado todas estas y otras superficies para ahondar en el meollo esencial de la existencia y del lenguaje que, también, por otro lado, es el Vallejo esencial, cuando logramos adentrarnos en lo pleno de su vivencia, en lo que nos contagia antes que en lo que apenas logra transmitirnos. Inocente, como él, y aunque no se lo propusiera, por propia deriva de su ser, de todo lo que no sea lirismo esencial, vida y muerte desnudas, Juan Gelman logra, también, contagiarnos su vivencia, su evidencia, incluso, más allá de que a cada lector le toque coincidir o no, total o parcialmente, con sus opiniones.


Rodolfo Alonso es poeta, traductor y ensayista argentino. Fue el más joven de la revista de vanguardia poesía buenos aires. Voz reconocida de la poesía iberoamericana. Publicó más de 30 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, y primero con sus heterónimos en castellano. Junto a Klaus Dieter Vervuert, primeros en traducir Paul Celan. Tradujo Ungaretti, Marguerite Duras, Pavese, Éluard, Drummond de Andrade, Montale, Prévert, Apollinaire, Murilo Mendes, Pasolini, Rosalía de Castro, Artaud, Bandeira, Baudelaire, Valéry, Mallarmé, Olavo Bilac, Lêdo Ivo, Breton, Schehadé. Editado en Argentina, Bélgica, España, México, Colombia, Francia, Brasil, Venezuela, Italia, Cuba, Chile y, próximamente, Inglaterra. Prologado por Carlos Drummond de Andrade, António Ramos Rosa, Fernand Verhesen, Juan Gelman, René Ménard, Juan José Saer, Lêdo Ivo, Héctor Tizón. Premiado en Argentina, España, Venezuela, Brasil, Colombia.

http://rodolfoalonso02.blogspot.com

http://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_Alonso

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