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Cuando Pablo Neruda me llevaba a pasear por Isla Negra

A Patricio Contreras.

 

La cuarentena está permitiendo encontrarnos con el arte, con  el teatro, con la literatura. Todo aparece como un juego poético en la vida de todos los días. Lo cotidiano pasa a ser extraordinario. Uno revisa los archivos, los papeles estancados, como grandes mapas que señalan dónde estaba guardado el tesoro.

Resulta que una mañana, me encuentro con un libro de Pablo Neruda titulado Las uvas y el viento, editado por Nascimento, en Santiago de Chile, el día 4 de junio de 1953 a las 6 de la tarde (así está registrada la fecha de la edición). El libro está dedicado por Pablo Neruda a: Elba Fábregas, Javier Villafañe, Juan Cristóbal Villafañe (que soy yo), a la Andariega, a la poesía, con amor y su firma, con la fecha del 30 marzo del año 1954.

Dedicatoria de Pablo Neruda.

Dentro del libro, aparecen otros papeles antiguos que reconfirman hechos que, en su momento, me habían contado y que yo mantuve, siempre, en mi memoria. Pablo Neruda había invitado a mis padres a festejar su cumpleaños. En esa oportunidad, Javier y Elba le regalaron a Pablo una función de títeres. La jornada, según consta en la invitación oficial, tuvo lugar el sábado 3 de abril a las 21hs. en la calle Huérfanos 713, piso 8, en Santiago de Chile. Guardo, también, dentro del libro el menú de la cena que se ofreció para el cumpleaños de Neruda.

Mis padres me contaron que, durante una ceremonia especial, Pablo Neruda me bautizó con vino para que el niño sea en el futuro un poeta”. Este bautismo se transformó, más tarde, en un debate familiar acerca de la conveniencia de que Neruda me haya otorgado tal nombramiento desde tan niño. Mi madre, particularmente, reconociendo mis andanzas por el mundo, el salir solo para andar a caballo, el dedicarme a la caza o a la pesca de tarariras en el río, pensaba que aquel destino ya no se iba a cumplir. Yo, en mi primera adolescencia, no estaba tan atento a las necesidades líricas que cualquier aprendiz de escritor, que se digne de ser tal, necesita cultivar. Si bien vivía dentro de un teatro, con grandes bibliotecas, centenares de títeres colgados en las paredes, un escenario generoso, un escritorio, un taller de pintura, un centro de música, mis prácticas personales no daban muchas señales sobre lo que implicaba ser un digno futuro escritor. Recién a los dieciséis años, comencé el juego con metáforas e imágenes y a tener cierta conciencia de la escritura poética.

Registro de la edición del libro.

Pablo Neruda me llevaba, cuando era un niño, a pasear por Isla Negra y yo, siempre, guardo el recuerdo de una casa llena de caracoles y platos de cerámica con peces dibujados. También, los galopes a caballo por la nieve en los viajes hacia la cordillera y el gran impacto del mar, como un gran recuerdo feliz que tengo de este mundo. Mi hermano Emilio nació en Santiago de Chile en 1955. Luego, con mi familia, nos radicamos en la Provincia de Buenos Aires.

Invitación y menú que se sirvió durante el cumpleaños del poeta.

Encontré el texto de Neruda trabajando con un libro de poemas que ya casi tengo terminado. El poemario, bajo la autorización expresa de Leopoldo Teuco Castilla, se titula: El Corte Argentino. Los poemas, en cada uno de sus capítulos, recuerdan a los amigos de mis padres, como  Leda Valladares, Ariel Bufano, Jorge Enrique Adoum, Emilio Petorutti, Miguel Angel Asturias, Enrique Wernicke,  Violeta Parra, Vicente Marotta, Hamlet Lima Quintana, Luis Diego Pedreira, Enrique Molina, María Elena Walsh, Mario Jorge De Lellis, Mario Pepe Quintana y, por cierto, Pablo Neruda, que representaron, en mi infancia, mis primeras experiencias poéticas y artísticas. Un libro que reúne el mundo familiar, la niñez, el río y una gran naturaleza invadida por un teatro. Agrego a esta nota el poema de mi libro que está dedicado a Pablo Neruda sobre aquella hermosa experiencia, cuando el poeta chileno me llevaba a caminar por la orilla del mar.

Tapa del libro.

 

Pablo Neruda 1954. Los caballos galopan en la nieve 

 

Los caballos galopan en la nieve

Paisaje blanco de un niño iluminado por el sol

Con esas frutas que te traje de Europa

Uvas del viento que te puse en el fuego,

En un mar, en una isla encendida en tu copa de vidrio

Te llevo ahora de la mano para que me recuerdes

Que viste estos caracoles y este plato de peces

Cuando todos los años hayan pasado hasta que escribas la carta final

La ruta del sur al borde del agua

Y salpiquen como la magia de los días en que estuvimos juntos

Y presentemos otra vez mi libro sobre la sangre de aquel tiempo

Y que veas mi letra verde que te recuerde el día

La ventura de saber que una vez nos vimos en la isla

Y tú eras tan niño en esa tarde marítima en que te dije todo

Abre ahora en la segunda página el amor que tiene mi firma

Y salta una vez más del caballo que la nieve abunda

Como el vino de estas uvas que te traje de mis primeros viajes

Cuando puedas comprender la importancia que tienen las cosas

Y que sepas más de mí en la vida final que fue tan triste

Porque tuve que irme cuando me traicionaron en mi pueblo profundo

Mis poemas escritos en la altura y en el brillo del agua de la isla que ya viste

Tomado de mi mano cuando apenas hablabas

Eras tan niño con ese brillo de sol extendido que ya casi no recuerdo

Si el brillo no era el mar sobre la tierra

O era esa carreta donde viajabas en el teatro que te vio nacer

Y viniste a visitarme para que te derrame el vino sobre tu primer viento con las uvas.

Y que te espero de nuevo cuando vuelvas a la entrada del mundo, en la patria de al lado.

 

Contratapa del libro.

Juano Villafañe es poeta, gestor cultural y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación.

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