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Notable espectáculo para celebrar el legado de Disney

Disney cumplió cien años y Mickey (al menos, el primero que conocimos, menos “estilizado” que el actual) ingresó dentro de la órbita del dominio público. La coincidencia (casi exacta) da cuenta de la notable influencia que ha tenido esta compañía en toda su historia, a tal punto que es casi imposible pensar la relación entre infancia, fantasía y mercado sin la impronta de Disney. En este contexto, se han sucedido una serie de festejos promocionados por la propia compañía. Entre ellos, el estreno de La caja mágica, un musical en evidente clave de festejo que tuvo, en Buenos Aires, su estreno mundial, ni más ni menos.

Thaddeus Mcwhinne Phillips, guionista y director, se unió a un equipo creativo para crear un homenaje a la altura del legado. La caja mágica tiene el inconfundible sello de Disney, con un considerable número de canciones de sus films (detallados debidamente en el programa de mano) que dialogan entre sí y arman una suerte de sinfonía emotiva. En términos estructurales, la obra avanza a partir del ingreso a la escena de Mara (Luján Blaksley), quien da con la caja aludida en el título. Prontamente, se dará cuenta de que es mágica; de diminuta deviene gigante, se abre y, entonces, ya nada será igual.

Estamos frente a un espectáculo que, si bien es imponente gracias a su despliegue escenotécnico (hay grandes talentos locales en el diagrama del show, como Gastón Briski, en el diseño de sonido; Tato Fernández, en el co-diseño de escenografía; Sofía Di Nuncio, en el co-diseño de vestuario; David Seldes, en el diseño de iluminación; Maxi Vecco, en el diseño de proyecciones; Alejandro Ibarra, como coreógrafo residente; Gaspar Scabuzzo, como director musical residente y de orquesta, entre otras/os), tiene la singular cualidad de trabajar con técnicas en donde se pondera y se recupera -con un dejo de nostalgia- formas artísticas relacionadas con lo manual. De esta manera, se integran en las escenas el teatro de sombras, el dibujo, el teatro de marionetas (con una notable versatilidad en los movimientos de las/os titiriteras/os), entre otras técnicas y disciplinas. De alguna forma, La caja mágica, autoconsciente de la historia de Disney, celebra su contundente contemporaneidad a partir de un viaje hacia el pasado. No por nada, una de las primeras secuencias nos muestra a Mara en medio de un estudio de animación a la vieja usanza, familiarizándose con el laboratorio creativo en donde se produjeron hitos universales.

Cada uno de los talentos enumerados previamente se amalgama a la perfección con un elenco que transpone calidez y alegría hacia la platea. No sólo porque ostentan un dominio escénico modelado como un mecanismo de relojería, sino, también, porque asumen con compromiso cada uno de los personajes que recuperan la imaginería de Disney con minucia y tierno desparpajo. Con un vestuario que porta una impronta old fashioned, de un momento a otro se suceden los cambios que los posicionan como personajes-emblema (cada uno, desde ya, con su gestualidad específica).

La caja mágica, en suma, es una notable apuesta de la cartelera comercial. Tal vez, más apta para espectadoras/es adultas/os acompañados de niñas/os no muy pequeñas/os (a menos que se hayan asegurado el visionado de un buen puñado de películas, desde las más clásicas, como Blancanieves y los siete enanitos, La dama y el vagabundo o Peter Pan, hasta obras más recientes, como Frozen, Coco o la aún en cartel Wish).

La caja mágica puede verse de martes a jueves a las 20hs., los viernes y sábado a las 18.30 y a las 21.30hs. y los domingos a las 19hs. en el Teatro Ópera, ubicado en Av. Corrientes 860, CABA.


Ezequiel Obregón es docente en el área de Lengua y literatura y periodista cultural. Es estudiante de la Carrera de Artes Audiovisuales, con orientación en Realización (UNLP). Integra el Área en Investigación de Ciencias del Artes del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en San José, Temperley, provincia de Buenos Aires.

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