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Manuelita, la tortuga

Desde Con Fervor, seguimos recorriendo parte del hermoso cancionero popular de la música argentina. Hoy, nos vestimos de gala para homenajear a una de las más grandes mujeres que dio la Argentina: María Elena Walsh.

Con la música infantil tengo un gran trauma que no podrán solucionar las/os psicólogas/os. En esta idea son huérfanas/os, ya que Freud ni se enteró que, por obra de María Elena, en ese rubro hubo un antes y un después. Cuando yo era chico no estaban las canciones de la Walsh, lo cual hizo todo muy diferente y un poco triste.

Tenía diez años cuando, a mi casa, llegó un televisor. Guillermo, un técnico instalado en Villa Crespo, en la calle Villarroel, comenzó a fabricarlos a precios económicos y, así, el barrio se modernizó. Un benefactor villacrespense. Se pagaba en cuotas y no había recibo, el documento era la palabra. Cuando empecé a seguir programas infantiles ya no era tan chico, entonces sentía que no me hablaban a mí. No entendía las pesadas insistencias de los/as conductores/as que me preguntaban a cada rato si tal cosa me gustaba, si tal otra era fea y si respondía exigían que elevara el volumen de mi voz, creo que eran sordos, por ahí esa era una condición para conducir un programa de esos. Me hablaban con un tono muy distinto a la maestra de la escuela o en el barrio, como suponiendo que yo era un boludo o que estaba estudiando para serlo.

En el año 1962, el dúo Leda y María publican un álbum, Doña Disparate y Bambuco, inventando un nuevo modo de canción infantil ¡Qué cosa notable debe haber sido semejante dúo por esos años! Se reunieron nada menos que dos revolucionarias: la más grande compositora de música infantil y la mejor compiladora de folclore argentino. Por favor, lo que debe haber sido verlas juntas en un escenario. Venían trabajando y grabando en Francia y, luego, en la Argentina. Pero, una vez instaladas aquí, dieron un vuelco.

En 1960, Leda Valladares y María Elena Walsh mostraron un notable viraje en su estilo al grabar Canciones de Tutú Marambá, en la que realizan canciones infantiles que Walsh había escrito para unos guiones que estaba escribiendo para la televisión argentina. Allí aparecen cuatro canciones que harían famosa a María Elena Walsh en la música infantil: La vaca estudiosa, Canción del pescador, El Reino del Revés y Canción de Titina.

Pasé mi infancia escuchando música para grandes o para jóvenes nuevaoleros. Me demoré unos años en enterarme de las canciones de la Walsh. Un día, leyendo un diario vi una nota, allí alguien decía: “Manuelita es una canción infantil, etc., etc. Tardé pocos días en pensar que no era tan infantil, al tiempo lo comprobé. Con los años, caí en la cuenta de que no se la puede definir, se mete en varios géneros, sobre todo, en el romántico, quizá sea una de las más grandes canciones de amor que se escribió en nuestro país.

“Manuelita vivía en Pehuajó, pero un día se marchó, nadie supo bien por qué, a París ella se fue, un poquito caminando, y otro poquitito a pie…”. Hace unos cuantos años tuve la suerte de ir a cantar a Pehuajó, cuando me hablaron de eso, lo primero que pensé fue en la tortuga. Imaginé caminar por ahí, esas calles que la vieron llorar por un amor no correspondido, lugares donde ella se sintió vieja para enamorar, pobrecita, se asustó tanto que pensó en imitar a los tilingos e irse a Europa a buscar la solución. Allí, en Pehuajó una tarde me detuve un rato frente al monumento a Manuelita. Unas voces lugareñas me hablaban alrededor diciendo que no les gustaba, acusaban errores, que tendrían que haber contratado a otro para diseñarlo. Para mí, era una maravilla, la miraba como al Gigante de Rodas, ya el hecho de ser un monumento a una de las más grandes historias nuestras, de una ficción hermosísima, me parecía emocionante.

¡Cuántas veces que la vida me vio ir un poquito caminando y otro poquitito a pie! Uno nunca va a la velocidad que desea, también, es como Manuelita. Debo ser medio hermano de ella, creo que salimos de la misma casa. Y de amores no correspondidos mejor no hablar, por eso trabajamos de escribir canciones.

Siempre me eriza la piel el ingreso al segundo acorde en esta armonía. Sale de la tónica y va al 6to. grado, pero, no lo hace menor, como indica el manual, va a mayor, a veces va a Mayor Séptima, una genial idea melódica de María Elena. Arranca cantando “Manuelita…”, pero fijensé lo hermoso que hace con la voz cuando dice “vivía”, carga la palabra de melancolía, cuando llega a “en Pehuajó” ya logró estremecernos y, entonces, las lágrimas buenas irán llegando una detrás de otra y, si no recuerden cuando se lo cantaron a hijas/os, sobrinos/as en medio de un arroyo de emociones, creo que ese es uno de los mejores momentos que la vida nos supo regalar. Tuve que ir al diccionario para develar la palabra malaquita, nunca la había escuchado.

“Manuelita una vez se enamoró, de un tortugo que pasó, dijo: ¿qué podré yo hacer?, vieja no me va a querer, en Europa y con paciencia, me podrán embellecer…”. Claro, París era por esos años dueña de las mejores tiendas de belleza y María Elena fue una adelantada, quién mejor que ella para detectar la soledad de las diversidades. Y una tortuga vieja estaba fuera de mercado. Dicen por ahí las/os profesoras/es de amores capitalistas que el amor sólo va a la casa de las/os jóvenes, así que Manuelita, para salir del ocaso, tendría que mudar su lentitud para, al menos, intentarlo. Qué hermosa esa línea donde dice “Manuelita una vez se enamoró…”, qué belleza saber leer que los animales se enamoran, pobre aquel que no lo sabe y, después, querrá enamorarse de alguien, ¿podrá? Una historia de amor de dos tortugas es una de las cosas más lindas que conocí, es uno de los romances que más disfruto y que nos da la esperanza de poder llegar. Imágenes que tanto le agradezco a María Elena.

Qué cosa eso de los amoríos no correspondidos. Quizá, para ello alguien inventó la poesía, de puro consuelo o para atraer mediante algo infalible. Y si no lo atrae la poesía mejor rumbear para otro lado, nos queda esa tranquilidad para seguir creyendo.
Escuché muchas versiones de esta canción, pero, creo que ninguna se compara con la original. Acá la voz de María Elena sale con una ternura tan particular, tiene una manera de decir que no es de la música infantil. A veces, creo que ella inventó ese género. Hay un vibrato en la voz que más que demostrar técnica pone en claro los sentimientos, eso es novedoso. Siempre me sorprendió el modo en que lo hace, es tan intimista. Se habla de sus letras, de su magia, del descubrimiento que hizo de hacer en la canción infantil un mundo para todas las edades.

Ni hablar de sus temas para adultos, por así llamarlos. Pero, a mí siempre su voz me subyuga, hace que las palabras ingresen más rápido y se acomoden en esa piel que la necesitaba. La forma en que canta los estribillos de Manuelita me suena tan melancólica, el modo en que vibra ciertas palabras, por ejemplo “dónde vas” o cuando dice “con tu traje de malaquita” parece una nostalgia diseñada para chicas/os, cuando uno supone que la melancolía es algo de las/os mayores, ella reinventa la palabra, nos lleva a pensar que la tortuga es una de las nuestras, que debemos estar atentos a la historia, seguirla con los mejores deseos y aguardar el final que se sueña. Ya para la mitad del tema uno está comprometido con la lenta Manuelita y no le pide que se apure, ya espera a su velocidad. Aguarda ese regreso triunfal y los imagina juntos entre los pastos de Pehuajó, mordiendo una lechuga que les regale alguien sabio en amores lentos, que suelen ser los mejores. “Tantos años tardó en cruzar el mar, que allí se volvió a arrugar, y por eso regresó, vieja como se marchó, a buscar a su tortugo, que la espera en Pehuajó…”. Y sí, cómo no iba a tardar tantos años si los amores lerdos son digeridos así. Manuelita lo sabía, seguro que la sensatez la hizo nadar despacio. Gracias a eso consiguió, quizá, lo que siempre deseaba, volver a ser la que fue, la mejor arma de seducción. Ahora, las arrugas llevaban otros mensajes y sabía que su tortugo la iba a esperar, ¿cómo no iba a hacerlo? Si alguien sabe de esperanzas esa es Manuelita. Para las tortugas los tiempos son diferentes, son los humanos quienes no lo saben.

Mi hija Malena nació en 1997. Cuando parecía que ella ni siquiera se daba cuenta, yo ya le cantaba Manuelita. Un día, leí en el diario que iban a filmar una película basada en la canción y fui feliz. Rogaba que la vayan filmando a la velocidad de la tortuga, así la estrenaban cuando Malena ya pudiera ir al cine. Eso ocurrió en el invierno de 1999 y Malena ya tenía un año y medio. Llegó el estreno y fuimos a un cine pequeño, en Lanús, que ya no existe. Estaba nervioso, porque no sabía cómo ella iba a reaccionar cuando se apaguen las luces del cine y sólo quede la pantalla encendida. Sucedió, la miré y estaba expectante. Comenzaron las escenas y la emoción andaba por ahí, todas/os las/os madres/padres éramos igualados por la misma sensación, nos había convocado una hermosa canción que conocíamos bien. Las sonrisas, los ahogos de llanto sonriente, hicieron el resto. Tantas veces soñamos con llevar a nuestra hija/o a ver una película que narre el romance de Manuelita y su tortugo. Se notaban los sentimientos en todas/os, brillaban, competían con los colores de la pantalla, nos mirábamos unas/os a otras/os, éramos aliadas/os en una aventura atemporal.

Tiempo después, fue elegida para competir por el Oscar a la mejor película extranjera, pero esa Academia suele premiar estupideces y maldades fabricadas a pedido del Pentágono, de eso trabajan. El film fue visto por más de dos millones de personas amantes de la canción, gente sensible que, quizá con los años, imitó con sus sentimientos a las tortugas ¡Qué lindo sería que nuestras emotividades se vayan despacito!, que el caparazón sea fuerte y no permita el ingreso de las penas, que los amores que generamos naden lento sabiendo que alguien nos espera en Pehuajó o en cualquier lado, ya no importa, pero que nos espere. Si al final de cuentas todos rodamos por la vida buscando una tortuga que siempre vuelva, todas sueñan con un tortugo que las espere con unos cuantos pedacitos de lechuga para compartir.


Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.

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