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Los orígenes de Buenos Aires

Buenos Aires, Monserrat, 1580-1970, de Liliana Aslan, Irene Joselevich, Graciela Novoa, Diana Saiegh y Alicia Santaló

Casi a modo de inventario, la Secretaría de Investigación y Posgrado de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a cargo de las autoras Liliana Aslan, Irene Joselevich, Graciela Novoa, Diana Saiegh y Alicia Santaló -quienes contaron, además, con el apoyo de la Junta de Andalucía y del CONICET-, proponen un texto que recopila datos interesantes acerca del casco histórico de la ciudad de Buenos Aires. Abarcando sus dos fundaciones, la de Pedro de Mendoza y la de Juan de Garay; revisando los orígenes de los primeros asientos poblacionales; la tímida expansión de las manzanas del damero original; la consolidación, en el paisaje edilicio, de la iglesia católica y las instituciones virreinales, que, bajo el rigor normativo de las Leyes de Indias, proponían la institución del cabildo, el fuerte y la iglesia como baluartes sígnicos de la conquista y el colonialismo.

Al éxito de la dominación española, se suma el crecimiento poblacional, el desarrollo del comercio y la creciente circulación por la gran aldea, que acarrea la necesidad de obra públicas que faciliten los desplazamientos en la barrosa urbe. Luego, aparecerán normativas para privados y, posterior al grito independentista de 1810, la expansión hacia una ciudad que quitará los ojos del encanto colonial, para posarlos en el academicismo francés y los aires italianizantes, paradigmas ambos del progreso y la subversión del orden monárquico que, simbólicamente, darán paso a la polis en su máxima expresión cívica.

Este paradigma tiene un claro correlato con el crecimiento edilicio de la urbe, la falta de respeto a lo colonial tiene ese origen: alejarse, estética e ideológicamente, de la dominación de la corona española. En el encuentro de estas modernidades, las pérdidas edilicias fueron cuantiosas, sólo breves trazas del pasado colonial, que se remonta al siglo XVIII, quedan desperdigadas por las calles de Montserrat.

En ocasión de la primera fundación de Buenos Aires, quedó como testimonio de la gesta el siguiente fragmento:

“…Acompañaban a Mendoza treinta y dos mayorazgos. Hubo que rechazar a muchos por falta de espacio en los bajeles. Esta vez entrarán por el Río de la Plata y, siguiendo siempre aguas arriba, se llegaría seguramente al Pacífico. Sería como pasar la red por un mar de riquezas. Las capitulaciones decían: ‘que todos los tesoros que se sacasen ya fueran metales, piedras u otros objetos y Joyas’ en caso de conquistar algún Imperio opulento…”.

Mendoza, al fundar Buenos Aires, seleccionó el mejor lugar posible. Era deseable una altura que permitiera la observación del perímetro, por razones defensivas, presumiblemente, sobre las barrancas del actual Parque Lezama. Garay, al refundar la ciudad, convalidó la decisión de Mendoza, pero, con una ubicación más al norte que la primitiva. De la segunda fundación da cuenta el siguiente texto:

“…Don Juan de Garay, con voz fuerte, rotunda, de buen vizcaíno, comenzó a decir que tomaba posesión de la dicha Ciudad y de todas estas provincias, este, oeste, norte, sur. En señal de posesión echó mano a su espada y cortó hierbas y tiró cuchilladas y preguntó si había alguno que se lo contradijese y había nacido en la tierra, entre la pampa y el río, la Ciudad de la Santísima Trinidad en el Puerto de los Buenos Aires…”

Consumada la fundación, otro antiguo texto refiere:

“…Y cuando hagan la planta del lugar, repártanlo por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles, las puertas y caminos principales y dejando tanto compás abierto que, aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma…”.

El barrio de Monserrat (ubicado en la Comuna 1), que es, sin duda, el origen de la ciudad y del país, debe su nombre a la Iglesia de Nuestra Señora Monserrat y no a posteriores ficciones catastrales. El nombre, como denominación, hizo su aparición recién a mediados del siglo XVIII, es, quizás, por esta cualidad que conjuga lo incierto y lo denominativo, que Monserrat resulta un barrio inasible, de imprecisas fronteras, que se explica y revela en la antigua ciudad colonial.

Ciertos testimonios de viajeros sobrevivieron para ser crónica de la Buenos Aires colonial, describiendo el paisaje desde la costa del río. Siendo cotejables las palabras a ciertos antiguos grabados que han llegado a nuestros días, transcribo a continuación tres de estos descriptivos textos antiguos:

“…El asiento es algo elevado y la Ciudad destaca sobre las costas bajas y monótonas del río, cuyas aguas barrosas descienden hasta perderse en el mar. El Viajero que ha navegado aguas arriba, unas ciento veinte millas en el río de la Plata, se siente cautivado por los graciosos perfiles de las torres y cúpulas de las Iglesias; la mirada se posa sobre el blanco domo de la catedral que resalta entre niebla de la mañana y resplandece a los primeros rayos del sol…” (1847).

«…Según me aproximo, la Ciudad aparece a mi vista de modo muy singular y me hace pensar en las ciudades de oriente, con sus casas blancas y grises de techos planos, y sus cúpulas redondas. No se ven ni bosques ni colinas, sólo una prolongada línea de edificios que, elevándose a una altura de algunos pies sobre el nivel del agua, corta el horizonte más allá, no hay nada sino la llanura, la Inmensa pampa solitaria que se desenvuelve con triste uniformidad hasta el pie de los Andes…” (1850).

“…la Ciudad de Buenos Aires vista de abordo, tiene una apariencia muy agradable entre los objetos más elevados que se divisan desde el buque, están las torres de muchas hermosas Iglesias embaldosadas con porcelana azul y blanca…” (1860).

La interesante y férrea normativa de las Leyes de Indias establecía ciertas condiciones edilicias para el Cabildo, que estaban explícitas en el cuerpo de la ley:

“…El programa de necesidades funcionales para el Cabildo de una ciudad hispanoamericana pequeña comprendía, como mínimo, una sala capitular para las sesiones de los cabildantes, un despacho para escribanía, un archivo, una o dos celdas y, eventualmente, una sala de tormentos. Los edificios de mayor magnitud contaban, además, con una capilla interior, una recova o galería aporticada al frente para realizar subastas públicas y leer bandos y pregones, un balcón concejil donde los cabildantes podían presentarse corporativamente al público y presenciar las ceremonias o fiestas de la plaza, una torre con reloj y campana para señales horarias, alarmas o convocatorias, esta torre campanario era un elemento importante para la caracterización arquitectónica de un cabildo y en tal sentido, continuaba la tradición de ayuntamientos medievales europeos con sus torres de análoga función”.

Interesante, en muchos aspectos, el presente libro sobre los orígenes del barrio de Monserrat es, además, la viva crónica de las aspiraciones de la generación del ’80 y sus exponentes. Es una cuantificación y, también, un recorrido temporal, que pudiera metaforizarse en una extensa caminata por las calles del barrio, donde, de la observación, surgen preguntas. Asimismo, este libro abunda en datos: como el del cambiante ancho de las veredas de la actual calle Balcarce, que reproduce el perfil de un borde, que era realmente el viejo límite de la ciudad, el ancho que, hoy, tiene Chile se debe, en gran parte, a que, por allí, pasaba el antiguo Zanjón del Hospital, cauce de desagüe y accidente natural que existía en el lugar.

El relato, además de su valor historicista, refiere un cuidadoso relevamiento de edificios emblemáticos del casco histórico comprendido en Monserrat. Como el ex Edificio Lahusen & Cia., el Railway Building, el Edificio Urquiza-Anchorena, el Edificio Barolo, la Prensa, etc. Además de reseñar, puntualmente, los mejores ejemplos de arquitectura de la Avenida de Mayo.

Una interesante visión acerca de la arteria nos aporta, en 1910, Georges Clemenceau, extranjero visitante en la ciudad:

“…En primer lugar, Buenos Aires es una gran Ciudad de Europa, dando por todas partes la sensación de un crecimiento prematuro pero anunciado, por el adelanto prodigioso que ha tomado, la capital de un continente, la Avenida de Mayo, tan ancha como nuestros mejores bulevares, se parece a Oxford Street por el aspecto de los escaparates y la decoración de los edificios. Punto de partida, una gran plaza pública, bastante torpemente decorada, limitada por el lado del mar por una gran construcción italiana, llamada Palacio Rosa, donde residen ministros y presidente, y con cuyo edificio forma paralelo, en otra extremidad de la avenida, otra gran plaza, improvisada ayer, que termina en el palacio del Parlamento, colosal edificio, cuya cúpula se parece al Capitolio de Washington. Se observan todos los estilos de arquitectura y principalmente el llamado tape-à-l’oeil. El edificio más suntuoso es, sin contradicción, el de la opulenta La Prensa, que es, como se sabe, el mayor periódico de Informaciones del continente sudamericano…”.

El libro apunta a lo edilicio y a los valores patrimoniales del barrio fundacional, pero, también, aporta datos históricos y claves para entender el desarrollo de los modelos económicos que determinaron el crecimiento de la zona. Igualmente, refiere el flujo de las masivas corrientes inmigratorias que formaron su trama social.

Hay interesantes referencias a normas y regulaciones que han regido la apertura de las diagonales, la Avenida de Mayo y la Avenida 9 de Julio.

También, se incluyen descripciones y datos de edificios de disímil envergadura, pero, indudable valor patrimonial, como el Museo de la Ciudad, M.C.B.A., Subsecretaría de Cultura y Farmacia «La Estrella», A. Alsina 416, esq. Defensa; la Iglesia San Ignacio de Loyola, Bolívar 225, esq. A. Alsina; la Basílica de San Francisco; y la Capilla de San Roque, A. Alsina y Defensa; la Manzana de las luces, Perú 214/22, esq. A. Alsina y Perú 272/94, esq. Moreno; el Colegio Nacional Buenos Aires, Bolívar 233/61/63/65; el Edificio Otto Wolf, Av. Belgrano 601, esq. Perú 375/99; entre los más destacados.

Provisto del material gráfico informativo, cuenta con numerosas fotografías, planos y esquemas, ejemplos suficientes para la apreciación de los bienes muebles y su contexto. El libro aprecia la arquitectura noble y de mérito, hace un relevamiento de construcciones sobrevivientes que representan distintos movimientos o tendencias, que, a lo largo de la vida edilicia de la ciudad de Buenos Aires, se fueron manifestando. Conciso volumen de menos de 150 páginas, que será disfrutado, especialmente, por quienes aprecian los valores patrimoniales y la historia.


Fernando González Oubiña es actor, autor, docente teatral y gestor cultural. Ha recibido importantes premios y distinciones internacionales.

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