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La potencia de la infelicidad: afectarse, pensar y sublevarse hacia una ética descolonial
Una joven mujer decide cortar con el lazo edipico familiar. Pasa de ser tutelada por el padre a ser tutelada por su novio, dicho por ella, quince años mayor. Así, comienza el relato de la obra New York Mundo Animal, escrita y dirigida por Gilda Bona. Donde el personaje de Yanina Gruden nos cuenta cómo quiebra esa estructura familiar con su partida.
Un cuerpo femenino frágil acapara la escena. Es ella la que narra los hechos de su propia vida, como si fuera una espectadora. Un cuerpo que decide expulsarse de la historia de la felicidad organizada y bien vista, de la historia que el clan repite y que ella, desde sus fieras interiores, intentará huir.
Decir en voz alta, mientras las palabras se piensan y flotan en el espacio, es trazar las coordenadas de la liberación, porque, en el querer/decir hay un movimiento emancipatorio que revé el pasado para reconfigurar el presente.
Hay un animal que alberga la carne humana femenina de la obra. Este corre sin destino ni tiempo, pero, la protagonista lo lleva a New York en busca de su hogar. Este primer movimiento sabotea, quizá, lo que ha proyectado su primer grupo de pertenencia para ella. Sin embargo, al llegar a la ciudad de los sueños se desatarán diversas peripecias de su viaje que cambiarán el rumbo de su existencia.
Un rojo-sangre es imagen fulgor durante toda la puesta. Quizá, una muestra poética de la sangre derramada en las luchas feministas. Una línea serpenteada siendo bufanda deja de ser un conjunto de hilos que propician abrigo, para recordarnos las sistemáticas torturas sufridas por osar llevar a cabo la ejecución de nuestras propias vidas durante siglos.
Pienso en el libro de Sara Ahmed La promesa de la felicidad y me pregunto, al igual que ella, luego de ver la obra: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo el entorno condiciona nuestro deseo? ¿Cómo reorganizar la vida sin caer en las trampas del consumo hegemónico? ¿De qué manera se puede dejar de ser útil y productiva para el sistema? ¿Cómo descolonizar el inconsciente que nos lleva a lugares comunes de desempeño? ¿Para qué estoy en el mundo si no es para desmantelar la histórica opresión patriarcal?
La Negra buena, como la llaman en su familia, lleva inscripta, en su piel, el racismo asociado a la sumisión y la ira ancestral que ese apodo acumula. Es interesante ver cómo el personaje retrata a los otros personajes femeninos de su familia: una madre que estruja el delantal como si quisiera exprimir todo el sudor no reconocido del trabajo doméstico y el trabajo afectivo de cuidado. Una hermana, “muerta en vida”, es un ser sin expectativas de cambio, sin posibilidad de transformación, representa lo alienante y la fiel imagen de lo que significa seguir los patrones de comportamiento normados. Sin embargo, las dos constituyen un cuadro con el que es difícil no empalizar, ya que serán unas de tantas mujeres que se encuentran enjauladas, apresadas e invisibilizadas.
Por otro lado, estarán los personajes masculinos: hombres Hetero Cis blancos y bien pudientes son nombrados como complacientes o neutrales, sin decisión, en caso del padre, o como violentos, poderosos, precarizadores y abusones: estos serán el novio, los amigos del novio y el colega taxista, que es un inmigrante, igual que ella, o el mismo Estado neofascista yanqui.
El texto, tan deliciosamente escrito, junto con la interpretación multifacética de Yanina Gruden, sólo puede llevarnos a pensarnos como sujetos de una sociedad capitalista, donde la búsqueda de la felicidad antepone todo placer presente en pos de seguir las migajas de un alimento inflado de fantasía utópica, para darnos, una y otra vez, con la decepción de no obtener eso que, simplemente, constituye lo irreal. El sueño americano es uno de los ejemplos más claros en esto de lo que Sara Ahmed llamará “archivos de la felicidad”, compuestos por los materiales estéticos impuestos en películas, series y obras literarias mainstream, que ordenan el mundo hacia un armado predeterminado de la cotidianidad que promete felicidad sin sorpresas ni devenires.
También, es interesante reflexionar sobre la temporalidad del deseo, ya que, si se cree que lo mejor, siempre, está por venir, hay un abandono del presente y el animal salvaje que se esconde dentro de la protagonista de la obra domina el territorio del ahora. Por lo tanto, aparece una contradicción exquisita en ese suceso. El cuerpo sabe y se resiste con sabiduría de lo que el mundo de las ideas intentará obligarlo a hacer. De hecho, esta tirantez se observa durante toda la obra, armando un diálogo entre ella (la protagonista) y su fiera. Diálogo que se eterniza en la inmanencia del ser y hace de la pieza teatral algo singular y exótico.
El fuego interno es fogata incontrolable, se subleva, aunque, quiera ser civilizado, aplacado. “¡Que se comporte como una mujer, que sea una mujer!” ¿Qué querrán decir con eso? Y, ¿por qué esta lava que está en el personaje y, ahora también, está en mí, quiere erupcionar en bronca, temblor de tierra firme y explosión volcánica? Hay que prender fuego todo, pienso.
Suely Rolnik, en su libro Esferas de la insurrección, realiza una pregunta que puedo asociar con la pieza escénica: “¿Cómo liberar la vida de su proxenetismo? Habrá que buscar vías de acceso a la potencia de la creación de nosotros mismos: la naciente del movimiento pulsional que mueven las acciones del deseo en sus distintos destinos”.
La vida feliz no puede estar subordinada a la regulación del deseo o a las elecciones de objetos apropiados para la felicidad, sino, poder, como la Negra buena, hacer un giro hacia la Negra mala, tan mala que loca, aguafiestas e insurrecta inicia su propio sendero: inseguro, incómodo, fuera de la tradición familiar, fuera de las fotografías con sonrisas falsas y noticias mentirosas, fuera del falo machista represor.
Hay algo que no es indisociable en el movimiento emancipatorio, el cuerpo se afecta: “modificaciones del cuerpo que incrementan o disminuyen su capacidad para actuar”, dirá Spinoza. Un cuerpo que intercepta una señal, que el pensamiento puede o no decodificar y darle rienda suelta a su devenir. Entonces, esta alianza entre afecto y pensamiento, ahora, arman un equipo que es indisoluble y perpetuo, en tanto y en cuento, pueda ser sentido y escuchado.
Estar sola e infeliz puede resignifirmarse hacia un status positivo, un arma política de lucha por desmantelar un horizonte heredado. Porque, los feminismos se erigieron, justamente, gracias a la libertad de elegir lo incorrecto y lo marginal, mostrando el malestar que generan las cosas que ofrecen simple felicidad y arruinando la fiesta obediente para crear una fiesta desobediente, revoltosa y aguafiestas que, tranquilamente, se podrá denominar: “La fiesta negra mala”.
Ficha artístico-técnica
Autoría: Gilda Bona
Actúan: Yanina Gruden
Vestuario: Jennifer Sankovic
Iluminación: Luciana Giacobbe
Ilustraciones: Thais Montero
Redes sociales: Aylen Triviño
Animación: Thais Montero
Música: Rolando Vismara
Fotografía: Lucía Morón
Diseño gráfico: Lucía Morón
Entrenamiento corporal: Cele Campos Yoga
Utilería: Alejandro Richichi
Prensa: Débora Lachter
Producción ejecutiva: Florencia San Martín
Dirección: Gilda Bona
La obra puede verse los sábados a las 21.30hs., en el Teatro del Pueblo, ubicado en Lavalle 3636, CABA. Entradas: $ 700 y $ 550.
Teléfono: 75421752
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