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Enamorarse para resistir a esta desolación

Enamorarse es hablar corto y enredado -con dramaturgia y dirección de Leandro Airaldo y actuación de Emiliano Diaz y Sol Rodríguez Seoane, como Pedro y Ana- arribó al Teatro Metropolitan Sura. Una experiencia auspiciosa para quienes aún creamos alguna forma de amor en un gesto poético, irreverente e inesperado, en vidas comunes sin siliconas mentales ni cuerpos engarzados. “Comunes”, porque también Pedro y Ana hacen comunidad, junto a otras tantas personas que tenemos convenciones únicas de vincularnos sin hacer caso a las diferencias clasistas, etarias, de género o normalizantes y, que, al fin, organizamos colectividad. También, dice el refrán que “para un roto siempre hay un descosido”, entonces, bienvenida esta trama de estampas deshilachadas.
Enamorarse… cosechó en estas nueve temporadas distinciones importantes y, ahora, accede desde la producción desarrollada en el teatro independiente al teatro comercial, un suceso iniciado por varias obras que pronostica permear hacia otros públicos.
La escritura de Leandro Airaldo siempre acompaña con una sonrisa, un guiño necesario para tolerar la imperfección y hacer de ella una crítica aguda de la existencia política y humana. A esta dramaturgia, de palabras exquisitamente entreveradas, se le urde otra dramaturgia, la actoral, porque Sol Rodríguez Seoane y Emiliano Díaz potencian, con su fisicalidad, esa perturbación contenida de conjuro y torpeza que es, precisamente, balbucear en estado de enAMORamiento. El dispositivo escénico es mágico, oficia de antiguo rew de las cassetteras, no para volver a escuchar, más bien para entender qué pasa en lo no dicho, en esos cuerpos bordeando con sus colas el precipicio de un banco de plaza, mientras los aletos en sus panzas regurgitan con sabor a mate amargo. Que, dicho de paso, ese tapar la bombilla para sorber, me trajo el recato de cierta mujer y la delicadeza de devolverlo al cebador con el cuidado de limpiar la boquilla, como para que no se delate todo lo que desea esa boca. También, hay un árbol pelado, apenas pincelado por una luz que no pude evitar linkear con Becket como símbolo del paso del tiempo, el real que vivimos como público entre mate y mate, y, ese otro tiempo, un estado de gracia que nos vigoriza y, más aún, un tiempo de esperanza.

Con Fervor mantuvo diálogo con el creador de la pieza y su protagonista para saber cómo viven esta transición.
Con Fervor: ¿Qué resonancias estas teniendo de quienes ven la obra por primera vez?
Leandro Airaldo: Durante estas nueve temporadas que lleva Enamorarse… en cartel, hay una devolución que suele repetirse, con variantes de impresiones, pero siempre aparece la sensación de una obra que reconforta, que hace bien. Las/os espectadoras/os coinciden en el gesto de ternura que promueve el material, en el amor y el encantamiento, sensaciones que generan una suerte de bálsamo dentro de una realidad que golpea con sus gestos violentos.
CF: ¿Es un nuevo público para Enamorarse…?
LA: Por las condiciones del teatro Metropolitan y su circulación, por supuesto aparece un nuevo público. Y, también, continúan asistiendo los seguidores de la obra. Tenemos un público que repite en ir a ver el material, y que a su vez lo recomienda. El boca en boca ha sido fundamental para la obra en estos casi diez años, esperamos que el nuevo público que asista la siga recomendando.
CF: ¿Cómo sostenernos en un arte amoroso en el contexto político que estamos viviendo?
LA: Bueno, cuando la realidad golpea, aferrarse al amor, tener de donde agarrarse es fundamental para no salir disparado por el aire. Es un momento fundamental para aferrarse a los afectos, al teatro, y reaccionar desde nuestro oficio, desde nuestro colectivo teatral. El teatro es un bien para discutir con una realidad injusta. El amor, la ternura, pueden resultar gestos revolucionarios contra la violencia y la falta de sentido. El arte, sea amoroso, cómico o trágico, toma aún más valor en un contexto como el que vivimos.
CF: ¿Cómo estás viviendo esta transición de salas y públicos?
Sol Rodríguez Seoane: La verdad que muy bien, recontra feliz. La obra funciona bien en un teatro para 50 espectadoras/es, pero en las ocasiones en que la hicimos para públicos más grandes funcionó mejor que nunca. En El Calafate la hicimos para trescientas personas, en el CCK fue para quinientas, por ejemplo, y las/os espectadoras/es se cebaban entre ellos, se animaban a expresar lo que les pasaba con la obra. Se sentían más habilitados a festejar cada acercamiento de Ana y Pedro. Ahora que estamos en el Metropolitan (Met), creo que es el mejor lugar en el que puede estar la obra.
Por supuesto que no es lo mismo actuar para cincuenta personas que para seiscientas, como es el caso del Met. La expresividad se abre más, la voz… como actriz estoy bastante acostumbrada a transitar una misma obra por diferentes espacios. Me ha pasado en varias ocasiones. Creo que es algo que se ajusta naturalmente. Obviamente, quizá a algunos actores puede costarles más que a otros. A mí eso no me cuesta. Me cuestan otras cosas, como, por ejemplo, el grado justo entre la relajación y la tensión para actuar. Ni muy tensa ni muy floja. Siempre tengo que estar pensando en eso, en estar “colocada” digamos. Pero ajustarme a un público grande o chico, no. Mi energía sabe qué hacer para comunicarse, para llegar a los que estén del otro lado de obra.
Es hermoso sentir al público del otro lado. Ahora en el Metropolitan tengo la oportunidad de oírlas/os entrar y charlar entre ellas/os. Me siento del otro lado del telón, cierro los ojos y las/os empiezo a percibir desde antes de que ellas/os me puedan ver.

CF: ¿Qué tuvo que resignar el montaje en el pasaje y qué te sorprende de esta circunstancia?
SRS: No me gusta la palabra resignación. No creo que hayamos resignado nada. Me parece que todo es para sumar. El equipo de luces y sonido del Met es buenísimo. Yo estoy chocha, ¡qué querés que te diga…!
Lo único, quizás, es que por las características de la sala tenemos que usar micrófonos.
Aunque somos dos actores que proyectamos sin problema, la sala chupa sonido, no se puede hacer sin amplificación. Pero no sé si es algo a resignar. Es muy lindo que se escucha cada expresión, cada suspiro… yo aprovecho y al final de todo largo un suspiro muy pequeño que, si no fuera por el mic no se oiría.
Lo que me sorprende de estas funciones es que suele venir mucha gente que ya la vio
cuando la hacíamos en salas independientes. En realidad, es una obra a la que la gente suele venir más de una vez. En una ocasión vino una pareja dos años después, que dijo que su primera cita fue con nosotras/os y volvieron en su aniversario. Nos sacamos una foto. Fue hermoso. Y entonces los que ya la vieron vuelven a verla. E, incluso, está viniendo gente que hace mucho la quería ver y nunca pudo. Tengo colegas del teatro que recién ahora, nueve años después vinieron. Supongo que porque ahora en la calle Corrientes la obra está más visible.
CF: ¿Qué de tu dramaturgia corporal sentís que escribiste para Enamorarse…?
SRS: La construcción de Ana fue un proceso paulatino. Yo no soy la primera actriz de la obra, la primera vez que la hice fue para una gira de verano en Mar del Plata, viajábamos todos los viernes a la noche y volvíamos el domingo a la noche, para hacer funciones los sábados en el Auditorium. Leandro Airaldo me llamó a fines de noviembre para proponerme hacer el reemplazo. Teníamos 15 días para prepararla, antes de que Emiliano Díaz, mi compañero de obra, se fuera de vacaciones. Así que ensayamos del 1 al 15 de diciembre de 2018, una cosa así, y estrenamos en Mar del Plata el 6 de enero, me acuerdo. Yo apenas podía decir el texto todo de corrido, me daba pánico olvidarme alguna parte… y la obra tiene un ritmo vertiginoso, si perdés el tempo medio que no sabés ni dónde estás. Así que ahí hice ocho funciones. Mi actuación, en ese entonces, era bastante “naturalista”, no había llegado a componer un personaje y eso disonaba un poco con la actuación de Emiliano, que estaba más “armada”.
Como después volvió Soledad Piacenza, la primera actriz de la obra, no pude seguir probando. Hice un par de funciones en 2019, pero nada más, en una ocasión que Sole no podía. Y luego hice la temporada de verano 2020 en El Camarín de las Musas. Cuando entró de nuevo Sole para marzo, ya sabemos lo que pasó en marzo del 2020…, pandemia y dos años con la obra sin ver la luz. En 2022, el equipo decidió retomar la obra, ya ahora conmigo como titular, ya que Sole se bajó por motivos personales. Fue durante ese año que empecé a componer a la Ana que hago ahora. Sole torcía la mandíbula, yo empecé a sacar los dientes para afuera, a abultar la papada. Empecé a adueñarme de ese lugar.
Una obra en la que estás sentada de principio a fin no es una obra fácil de hacer. Recuerda a la poética de Beckett: personajes instalados en un lugar, inmóviles, a los que nunca se los ve caminar o que no pueden salir de ciertas posiciones. A veces, hacemos bromas con eso. Como ya vamos 319 funciones, se vuelve beckettiana la cosa. No sabemos bien qué número de función es. Yo, para calentar, digo los textos míos y los de Emiliano –que ya me los sé- y bromeamos con que yo podría hacer la obra sola y que el árbol parece el de Godot. Creo que Enamorarse… tiene algo de Beckett. No la atmósfera de desesperación sin salida, claro, pero sí algo de la expresividad de esos cuerpos limitados.
Hay mucho en la cara, mucho en el torso y en los pies. Lo esencial es sostener el centro corporal, no hundirme en el banco de plaza, porque eso me mata la proyección expresiva. Me pongo un bombachón apretado, que me recuerde que mi energía parte del centro de mi cuerpo. Trabajo con el centro, con los apoyos, como me enseñó Silvina Sabater, la maestra que más me marcó como actriz, y a partir de ahí me dejo llevar.
Llevo el peso hacia mi compañero de manera sutil, o me alejo de él. Trabajo en lo mínimo. Como dije, mi atención como actriz está ahí en sostener esa tensión justa, ni mucha ni poca, que se necesita para actuar. Lo suficientemente tensa para entrar en conflicto, y lo suficientemente relajada para que haya diversión, porque esa materia blanda, ese lugar fluido es el que permite que cada función sea distinta, que sea siempre como la primera vez, que aparezcan cosas nuevas y, en suma, que no nos aburramos.
Aburrirse viene de ab horrore, ir hacia el horror. El horror del automatismo. Por suerte Emiliano es tan inquieto como yo, y creo que así la mantenemos viva a la obra. Me gusta porque Ana es un personaje contenido, que se maneja en lo pequeño, y eso siempre me benefició como actriz. Creo que como persona soy todo lo contrario, por eso me sirve y me gusta trabajar con la energía contraria. Trabajo en la limitación, y me divierto ahí. Como dice Javier Daulte en Juego y compromiso, los límites son necesarios para la diversión.
La realidad es que si bien es una obra en la que el texto lleva la posta, un ritmo que se puede variar por momentos pero que hay que sostener –como quien canta en un coro o toca en una orquesta- nuestros cuerpos son imprescindibles para hacerlo vivir. Se nota mucho cuando alguna función la hacemos más en piloto automático, y siempre lo lamentamos. Por suerte, hace mucho que no pasa.
La obra, para mí, es como un video juego vertiginoso. Sé qué pasos tengo que dar para llegar a la meta y mi cuerpo y mi respiración se acompasan a ese tempo de la obra y de mi compañero de escena.

CF: ¿Cómo dialoga el amor en tiempos de feminismos entre políticas que atacan a las expresiones de diversidades identitarias y amorosas?
SRS: Me parece que la obra es más necesaria que nunca. Ayer vinieron a verme dos profesoras mías. Una fue mi primera maestra de teatro, María Inés Sancerni, y la otra mi profesora preferida de Vocal en el IUNA (ahora, UNA), Celia Muggeri, con la que tuve la suerte de cursar Vocal IV. Una cursada inolvidable, en la que aprendí un montón. Y ellas me decían “cómo se necesitan obras así”. Y la realidad es que la gente sale feliz de la obra, esperanzada en que el encuentro es posible. No es que eso sea un valor en sí, hay muchas obras que perturban, incomodan o destruyen, y eso forma parte de la expresión artística. Yo creo, no solo como actriz sino como dramaturga, que el arte –el teatro- tiene que “despertar” al público. Algunas obras lo hacen con violencia, con oscuridad, con provocaciones, y otras lo hacen con fuerzas más luminosas: con amor, con esperanza, con alegría. Ninguna es mejor que la otra. A veces una está para escuchar Los Redondos, otras Fito Páez.
Creo que esta obra despierta desde el amor, las personas salen enamoradas o con ganas de enamorarse. Con la sensación de que no importa cuán diferente seas, igual puede haber encuentro. Y eso es muy necesario en esta época. Ana y Pedro son diferentes, pero tienen el mismo ritmo, entonces sintonizan. Yo, personalmente, pienso que el amor es una cuestión de ritmo. De escuchar y proponer, llevar el tempo y, también, dejarse llevar por el tempo de la otra persona. Un tándem. Ninguno de los dos pulsos es más importante que el otro.
Hoy en día, lo que veo en los discursos, en las expresiones políticas es gente hablando sola. Nadie habla para sintonizar, para ser comprendida/o. Nadie quiere conectar. Como dice Sarah Kane en una de sus obras: Una sinfonía solista. Un montón de voces cantando solas a la vez. Algunas cantando y otras gritando. Y otras arruinando la canción por completo.
Estamos rodeadas/os de odio y violencia en la televisión. Basta con prender cualquier noticiero para amargarse en 10 minutos. Y eso es necesario, porque hay que ver lo queestá pasando. Pero me gusta pensar que Enamorarse… sirve para mantenerse a flote, tener un toque de esperanza y no hundirse en este mar mediático de intolerancia racista, homofóbica, machista y, para colmo, sin sentido. Un show vacío sin otro objetivo que
destruir y destruir.
Enamorarse… es eso, resistir a esta desolación que nos rodea.

Ficha artístico-técnica:
Dramaturgia: Leandro Airaldo
Actúan: Emiliano Díaz y Sol Rodríguez Seoane
Vestuario: Alicia Macchi
Escenografía: Miguel Nigro
Iluminación: Luciana Giacobbe
Realización de escenografía: Manuel Escudero
Música: Silvia Vives
Sonido: Silvia Vives
Fotografía: Nacho Lunadei y Santiago Young
Comunicación digital: Hamina Comunicaciones
Diseño gráfico: Javier Errecarte
Asistencia de dirección: Nadia Estebanez
Prensa: Daniel Franco
Producción: Nadia Estebanez
Dirección: Leandro Airaldo
Enamorarse es hablar corto y enredado puede verse los viernes a las 20.15hs., en el Teatro Metropolitan Sura, ubicado en Corrientes 1343, CABA.
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