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Ariel Ferraro, con estrellas de greda

Intervenciones 45

Agradecemos a la revista digital La Poesía Alcanza por compartir el siguiente texto: https://www.lapoesiaalcanza.com.ar/

 

Quiero agradecer a Alba Lanzillotto, esposa de Ferraro, una gran luchadora social, por muchos años secretaria de Abuelas de Plaza de Mayo, y a su hijo Ariel, que me hayan invitado a formar parte de este abrazo. Digo abrazo porque Ferraro me da la idea de un hombre fraterno, convocante. Sus libros tanto como los álbumes de sus canciones reúnen a muchos músicos, plásticos, escritores, cantores. Por eso al presentar esta Poesía Completa de Ariel Ferraro estamos abrazando a un gran escritor y a un gran libro.

Conocí a Ariel a principio de los 80, recién llegados ambos del exilio, él de España, yo de México. Con él, asomaba el rostro grato de esas amistades que propone el azar y luego van sellando las afinidades, que son maneras de ver el mundo. Pero su fallecimiento en 1985 truncó esta posibilidad, aunque sigo hablando con él en cada página de sus libros.

Quizá nos juntó ese hilo rojo de la leyenda china que cuenta de una hebra invisible que reúne a aquellas personas que, aunque por caminos diferentes y distantes, estaban destinadas a encontrarse. Nuestras charlas iban por el lado de la poesía y saltaban a la política; Ariel hablaba sobre la dictadura militar y la necesidad de justicia y del cumplimiento de “la merecida penitencia”, y se emocionaba cuando nombraba a su amigo Monseñor Enrique Angelelli, quien, decía: “nos enseñó a leer el Evangelio”.

Esta compilación bellamente ilustrada por Patricia Aballay y Diana Guzmán, rescata además de sus libros de poesía, versos de juventud, textos inéditos, canciones y notas críticas. Poesía Completa devela la marca propia de Ferraro, que se consolida al tiempo que incorpora nuevas propuestas estéticas; de ahí su singularidad. La altura de un lenguaje escurridizo a los rótulos que funcionan como muletillas: barroco, hermético, surrealista, porque se hunde en el barro, pero, tiene los brazos en el cielo. Es una poesía enraizada en la tierra y en el entorno rural, pero nunca limitada a nombrar y describir estampas, porque a cualquier asomo de mero paisajismo la sacude el ventarrón de las imágenes. Nada se está quieto, todo es movimiento, transformación, allí: “donde todo es comienzo y es final de lo mismo” (de Fantasmagorías de las antiplanicies).

Quizá este dibujo de lo abigarrado, de elementos volcados sobre sí mismos, llevó a que se la caracterice como barroca. No comparto esta apreciación. Creo sí, que todos los libros de Ferraro aluden a una cosmogonía del universo; y en el centro del torbellino de muertes y resurrecciones, aparece un ser que se abisma en cavilaciones metafísicas: “Hay un tiempo sin tiempo dormido en las arenas” y también: “estuve como un huésped caído sobre el tiempo”. Esto último lo dice en los primeros versos de Serenata de Greda, libro en el que se asientan ya las claves de su obra: la alusión a una cosmogonía como entrevero de materias terrestres y de sueños; esa greda que es arcilla con la que se amasan objetos de uso diario pero también caminos y estrellas (“que la greda es origen… la greda es todo, todo”); y la música abierta a una simbología amplia de quien reparte “monedas musicales”, que va mucho más allá de las repetidas referencias a la guitarra, la flauta, el coplerío. Escribe: “Y la boca se llena con un barro de música”. La música, entonces, como la voz de un ser superior. Dice: en Fabulario del hombre: “que el tránsito es el barro corporizado en música/ Y la música es Dios/ Descendiendo y llamando”. Otro elemento principal en esta poesía es un hombre en el centro del vendaval del mundo, ese “huésped caído sobre el tiempo”, dice, que a la vez que se sorprende de todo lo que observa, es testigo y da su testimonio. En muchas de estas páginas asume el compromiso: Aquí/ alzo la voz … yo estoy aquí, yo traigo, yo soy. “Vengo a inventar preguntas y respuestas carnales/ desde el grupo más hondo de su ceniza humana”. El trabajo de este “vagabundo del sueño”, como se nombra, de este “rastreador de sombras”, es precisamente desentrañar el enigma, lo innominado (usa esta palabra en uno de sus títulos), aquello que escabulle al significado preciso.

Es Calibar (y Ferraro integró un grupo cultural con ese nombre), el gaucho rastreador que cita Sarmiento en Facundo, aquel que trata de encontrar y descifrar pistas, señales, indicios. Busca y se busca, dice: “para encontrar el pescador de fuego… Traigo un tatuaje rojo en la saliva”. Su compromiso es con lo que ve, pero también con lo que vislumbra. Escribe: “Es que en nuestro camino/ sólo es fiel el misterio” (Árbol junto a los hombres). Y es dentro de esa línea que da sus mejores poemas: Carnaval, Piedra anterior, La tarántula, Antepasados del insomnio, Manual de la ceniza, Incomparable y Los animales sagrados. Vuelvo a los rótulos. No se trata, creo yo, de una poesía surrealista, sino de quien busca -lo dice en su primer libro-, “la palabra alucinada”, y en esa pesquisa instala las tiendas de su escena onírica con imágenes esplendentes. Escribe: “en las huellas que ovillan los carreros”, “El viento hecho pedazos huía de los tiros”, “Y el otoño/ una lámpara en ruinas repartida”, “un tatuaje de sombra nos quedó en las palabras”, “Hueso de la penumbra/ perla ciega, eternamente sola y exiliada/ luna de hierro dulce/ cristal hecho de sombras… Brasa de imanes muertos”.

Quedan en el tintero varios temas sobre un hombre que se desdobla en poeta, exiliado, hombre de fe, compositor, dramaturgo. Y, sobre todo, dejar sentado un reclamo, ya que una obra tan sustancial en el mapa de la poesía argentina como la suya, no haya tenido la valoración que merece.

Mientras tanto sus libros nos siguen hablando y acercando la visión de un mundo donde la ceniza se mezcla con el polen; imágenes incandescentes, algunas con rango de profecía, como estos versos escritos diez años antes de la dictadura militar: “Porque vendrá un rebaño de animales de plomo/ a pastar en la siesta de la hierba de vidrio’”.

 

 

Incomparable

 

No hubo peor exilio que el de la propia tierra.

No hubo peor palabra que la creación en llamas.

No hubo animal más triste que la sombra del hombre, espantando fantasmas al romperse en la calle.

 

 

La tarántula

 

A veces me visita circunspecta

una ciega tarántula de hierro fugitivo.

Para mostrar de lejos la proeza desnuda

De sus dorados garfios de pelo barnizado;

Profanando la ley de la gravedad que un día

consagrara la ciencia terminante del hombre

en la recta acrobacia que cuelga de las vigas.

 

Su carozo ligero hecho de alambre oscuro,

lleva un grito de barro para encender la brasa

rebelde y solitaria

Y una bolsa de miedo para cargar la fiebre.

 

Su destreza dinámica

trepa todos los muros sin desatar mi asombro,

aunque tal vez me muera

dejando esta pregunta de niño entre sus redes;

¿Dónde su laborioso corazón tejedor

aprendió analfabeto la geometría pura?

 

 

Los animales sagrados

 

Laberinto del sol y de la sombra,

enhebrando collares bulliciosos

bajo el creciente luto del camino.

 

Puedo leer el pésame de las hojas

y seguir desde lejos las exequias

donde los moscardones se despiden.

 

Han prohibido el verano jugar con golondrinas

y hasta incendian sus flores los dueños de la vida;

porque vendrá un rebaño de animales de plomo

a pastar en la siesta de la hierba de vidrio.

 

 

Elegía para un reloj de Nagasaky

 

El equipaje descarnado y frágil

de la ciudad sustenta su derrumbe

cuando el cú-cú de su reloj de llanto

muere al picar el lacre de la lluvia.

 

 

Mañana u ornitólogo diabólico

 

lo llevará, como brillante testimonio,

al museo caníbal de la historia.

 

Y quienes pisen lo que nazca y venga

sobre calles desposadas por la infamia,

mirarán las agujas derrotadas

que se quedaron ciegas en el tiempo

… justamente en el vértigo de Dios

y el desaire de nosotros a nosotros.


El poeta de La Rioja, Argentina, Ariel Ferraro (su verdadero nombre fue José Humberto Pereyra, 1925-1985), dejó una extensa obra recopilada en su Poesía Completa (Biblioteca Popular Mariano Moreno, La Rioja, 2019). Catedrático, dramaturgo, profesor de Historia, Doctor en Literatura Sagrada, se inició en 1945 con su libro Poemas, al que siguieron, entre otros: Serenata de greda, La Rioja innominada, Visite a Marc Chagall, El Rabdomante, Antepasados del insomnio y Ceremonial para arqueólogos ebrios. Compuso. Además. numerosas canciones con músicos destacados, entre ellos Argentino Galván, Virgilio Expósito y Ramón Navarro.

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