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50 años de El lado oscuro de la luna

El 1 de marzo de 1973, se publicó en EE.UU. y 23 días después en Reino Unido un álbum condenado al éxito, a derrotar al tiempo y al capricho de sus modas: El lado oscuro de la luna. Una de las grandes enseñanzas que nos dejó Pink Floyd. Un disco brillante por donde se lo mire, es más, uno se anima a decir que su poder simbólico excede la música. Creo que, en esos 43 minutos, los mensajes son varios y hay muchos destinos: el cerebro, el corazón, la mente, las ideas y sensaciones, los recuerdos. Es uno de esos discos que se transformó en un modo de viajar.

 

“… que 50 años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra…”

 

En ese año, un amigo trabajaba en una casa de electrodomésticos y había comprado un equipo de música que era la envidia de todo el barrio de Villa Crespo. Nos invitó un sábado a la tarde a su casa a escuchar un disco recientemente publicado: El lado oscuro de la luna. Supongo que mucha gente que lea esto recordará los viejos tiempos en que nos reuníamos en casas a escuchar música, permitiéndoles a las horas viajar con destino incierto y dándoles permiso para que hagan lo que quieran. Disponíamos de tiempo y el celular no sonaba a cada rato, incluso, nos dimos el lujo de, al terminar el disco, ponerlo de nuevo, 86 minutos escuchando canciones.

Por esos días, venía leyendo, en la Revista Pelo, que este álbum era extraordinario, las críticas contaban maravillas de sus efectos revolucionarios, de sonidos novedosos, canciones conceptuales y cosas por el estilo que excedían a mi imaginación adolescente. Sabía que todo esto se grabó en el mítico estudio londinense Abbey Road, sí, el mismo de Los Beatles, de manera que la ansiedad me ganó por goleada.

Llegó el día “D” y allí llegamos cubiertos por el poncho de la curiosidad. Nos sentamos en el suelo y el anfitrión dijo que nos acomodemos y que, luego, apagaría la luz para facilitar la inspiración que brindaba la escucha. El disco tardaba en empezar. De pronto, empezamos a oír los latidos del corazón, unas voces raras, una risa alocada, un grito desesperado y, ahí, llegó la banda, que parecía descender sobre los techos. El tema que daba comienzo a todo indicaba que había que respirar, pero, distinto. La voz del cantante sonaba diferente a todo, como entre desgano y aislamiento. Luego de esto, empezaron los efectos que, en la oscuridad, parecían sonar más claros, iban de un baffle a otro y se llevaban mis oídos para, luego, volver a acomodarlos. Me desorienté y mucho porque el hi-hat de la batería no paraba nunca y no entendía cómo el batero no se cansaba, la palabra loop estaba muy lejos de mi comprensión villacrespense.

Un avión cruzó por allí y quedaron los ecos de una explosión. De pronto, estallaron unos despertadores y relojes antiguos que me inquietaron. La guitarra tocaba espaciosamente y la batería salió con un ritmo parejo, mientras unos fraseos percusivos hacían de las suyas. Apareció el cantante y, de pronto, todo me sonó más rockero, lo cual, me tranquilizó un poco. En el estribillo reapareció la música lunática, si es que yo conocía la música lunática, uno nunca encuentra la manera de explicar lo desconocido. David Gilmour arrancó con un solo, pero, se ve que él se quedó sentado en la nave espacial, lo intuí por el sonido que emitía. Había escuchado guitarristas melodiosos, pero, este parecía ya querer decirme que lo siente entre los mejores.

La oscuridad era total en ese cuarto de un PH en la Avenida Corrientes, casi Juan B. Justo, que, seguramente, ya no estaba más posado sobre el barrio. Creo que el disco nos dio una clase de levitación. Éramos pibes y los dealers estaban lejos, sino esto terminaba mal. Apareció un piano muy triste y enseguida la guitarra trató de consolarlo, pero, creo que no lo consiguió. Cuando parecía que iba rumbo a un viejo sueño, apareció la voz tremenda de una mujer que me hizo saltar del suelo, de la alfombra, me obligó a atravesar el techo y no supe más nada por un rato. Ah, esto es como la desesperación ante la soledad, pero, por suerte la calma, también, estaba ahí, porque conducía una mujer.

¿Oigo mal o eso es una caja registradora? Y la primera palabra es Money. La voz del cantante parece que me fuera contando que lo dicho tiene que ser muy bien escuchado, comprendido y guardado. Tiene un ritmo raro, hace rato que estudio guitarra y nadie me dijo nada de ese acento, de esa marcación, la sigo con el pie, pero me pierdo enseguida, muy alocado todo ¡EPA!, ¿qué le pasó al violero, otra vez, volvió a la nave espacial? ¿Por qué la guitarra suena así, qué carajo le puso? De golpe cambió el sonido y se me hace más familiar. Alguien me dijo que este Gilmour tiene un pasado blusero que ahora percibo. Pero, otra vez, sale rajando para la nave y vuelve a ese sonido espacial que ya me está enfermando la cabeza, pero, empieza a ser una enfermedad que me gusta, me seduce, seguro que la voy a transformar en algo crónico.

Me acomodé mejor contra la pared, mientras, una voz me dice varias veces “nosotros”. Después, me repite otras tantas “ellos” y ya estoy listo para entenderlo, el disco me viene explicando unos cuantos asuntos desde hace un rato y compruebo que tengo la mente más abierta. Claro, “nosotros y ellos”, lo de tantas veces, lo de siempre, pero, ahora, con fondo musical, así me queda mejor grabado. Son varias las palabras que repite unas cuantas veces y se me ocurre que, cuando vuelva a escuchar el tema, voy a anotar todas esas palabras repetidas siete veces y voy a reflexionar una noche sobre todas ellas. O, tal vez, me vaya una tarde al Parque Los Andes a pensar tranquilo sobre todo esto. Lo necesito.

Suena un tema que habla de “Daño cerebral” y el clima que transmite me lleva a pensar que, si no me hago fuerte y manejo varias cosas, lo que sucede afuera de este cuarto me va a meter en problemas, tendré que entender muy bien ese planteo de “nosotros y ellos”, por ejemplo.

El disco se cierra hablando de un eclipse y creo que, cuando termina, el tipo dice: “No hay lado oscuro de la luna, realmente, de hecho, todo está oscuro.”

Pablo enciende la luz y todos hacemos un esfuerzo por volver en sí. Trato de disimular mi estado de perdido total, no creo que lo logre. Pero, bueno, no importa, son amigos del barrio. Me quedé, asegurando que nunca había escuchado algo igual, prometí comprarlo el próximo lunes en la disquería de Corrientes y Malabia y seguir con este viaje. Esto no termina acá, les dije, y creo que fue una de las cosas más sensatas que dije en mi vida. Algunos de los que estaban sentados ahí, hoy, siguen siendo mis amigos y cuando recordamos esto sonreímos, recordamos desde la piel, desde el bocho, desde el corazón, tal como nos enseñó este hermoso disco al cual, siempre, le voy a estar agradecido.

 

Ficha técnica:

 

Pink Floyd

David Gilmour: voz, guitarras, sintetizador VCS 3, producción

Nick Mason: batería, percusión, efectos, producción

Roger Waters: bajo, voz, sintetizador VCS 3, efectos, producción

Richard Wright: teclados, voz, sintetizador VCS 3, producción

Productor Artístico: Alan Parsons

 

Músicos adicionales

Dick Parry: saxo en «Money» y «Us and Them»

Clare Torry: voz en «The Great Gig in the Sky», coros

Lesley Duncan: coros

Barry St. John: coros

Liza Strike: coros

Doris Troy: coros


Jorge Garacotche es músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa crespo, Comuna 15, CABA.

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