Cultura y espectáculosDestacadas

Una poética de la intemperie

Un sueño de viento y arena es fruto de la escucha de un brotar paulatino e impredecible. A partir de la invitación de Pablo Otal, actor y coautor de la obra, nos sumergimos en un proceso de más de un año de investigación y experimentación en torno a la imagen arquetípica del desierto.

El chispazo inicial fue conjurado a partir de imaginarios de la cultura tolteca, de la obra literaria de Carlos Castaneda, ampliamente recorrida por Pablo, y de los aportes de Piotr Kropotkin, un pensador y naturalista muy estimado por ambos.

De esa estadía en el desierto como ámbito de apertura radical comenzó a dibujarse un interrogante que pronto se convirtió en punto de partida: ¿Quiénes somos más allá de las referencias que nos articulan desde nuestros contornos físicos y emocionales? ¿Con qué salimos al encuentro de las/os otras/os cuando esas referencias se pierden?

En diversas culturas a lo largo del planeta, la salida al desierto o la inmersión en parajes inhóspitos estuvo ligada a ritos de pasaje e iniciaciones. En este doble gesto de entrega y recogimiento, oscilaba el umbral de transición que permitiría al/la joven o al misto despojarse de su primera piel y ampliar las fronteras de su identidad para reincorporarse transformado a la comunidad. En nuestro tiempo, donde quedan tan pocos espacios liberados de la tiranía de la productividad o el consumo hiperacelerado de información, los rituales, como técnicas simbólicas y colectivas que dan estructura, sentido y un carácter de «habitabilidad» al mundo, prácticamente han desaparecido o han sido reemplazados por la mediatización y la exposición compulsiva de lo privado. Y, como bien advierte Byung Chul Han, la pérdida de estos actos, a la vez poéticos, conduce a la desintegración de la cohesión comunitaria, a la pérdida de significado y a sociedades inmersas en un vacío simbólico.

Luis Eduardo Martínez.

Quizás por eso, para nosotras/os, el desierto no fue sólo un motivo de trabajo, sino una praxis en sí misma. A lo largo de aproximadamente un año, nos volcamos a escuchar en nuestros propios cuerpos, en nuestra presencia despojada, aquellas zonas desiertas (y por tanto fecundas simbólicamente) donde ir descubriendo gestos reveladores, voces y relatos, lo otro que limita con nuestra piel. Y fue así que una extensión nos condujo a la otra. De la intemperie física pasamos al territorio abierto de los sueños, donde cada noche nos sumergimos hasta la máxima desnudez y, de alguna manera, también volvemos transformados.

Cuando las primeras imágenes lograron una condensación suficiente como para comenzar a reconocer el rudimento de una historia, el proceso de escritura siguió el mismo curso de receptividad: tratar de no forzarlo desde los apoyos que nos daban mayor seguridad, sino ir remontándolo palmo a palmo como un sendero agreste al que, por momentos, se le pierde el rastro y necesitamos buscar orientación en signos menos evidentes. De esta manera, el desierto se prolongó en el sueño y, en medio de esa extensión sin bordes, se hizo presente la muerte, para decirnos que la fragilidad es un don incomprendido y que el deseo siempre brotó de lo que tiembla.

Originalmente, la obra no contemplaba la incorporación de títeres, ellos también fueron brotando silenciosamente, con su potencial para crear un espacio intermedio a la hora de elaborar y significar la realidad. Cuando vemos títeres, ¿no diríamos también que, de alguna manera, los soñamos? Desde siempre, se deslizan entre el rito y el drama, la ilusión y el artificio, la técnica y la poesía. Son mediadores natos.

Junto a una puesta lo más despojada posible y una narrativa y temporalidad quizás atípicas para este presente, proponemos una historia que nos invita a percibir los momentos en los que la vida se abre y nos permite abrazar nuestra vulnerabilidad, ganar perspectiva desde el corazón de la incertidumbre, donde la vida palpita más fuerte. Y así, nuestro pequeño infinito desierto tiene algo de jardín.

Foto: Abril Guien.

 

 

Ficha artístico-técnica:

Dramaturgia: Luis Eduardo Martínez y Pablo Nicolás Otal

Intérpretes: Vanina Carrasco (Ella, Calavera 1, Ella T) y Pablo Nicolás Otal (Él, Él T, Calavera 2)

Realización de títeres: Valeria Dalmon

Realización de objetos (guajes): Ignacio Valerio

Realización de mesa retablo: Ricardo González

Música: Dama Asia

Prensa: Valeria Franchi

Fotografía: Abril Guien

Asistencia técnica en la dirección de objetos: Fernando Martín Suárez

Asistencia General: Lautaro Vignati

Dirección y Puesta en escena: Luis Eduardo Martínez

 

Un sueño de viento y arena puede verse los viernes de octubre a las 21hs. en Querida Elena Pi, ubicado en Margall 1124 (límite de San Telmo y La Boca).

Comentarios de Facebook

Publicaciones relacionadas

Cerrar
Ir a la barra de herramientas