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Rojos Globos Rojos o los pequeños decires balbuceantes de la resistencia

Rojos Globos Rojos, de Eduardo Tato Pavlovsky, vuelve a la escena porteña a treinta años de su estreno. Empieza a quedar lejos el mítico espacio Babilonia del barrio de Almagro, tan caro al circuito teatral independiente de los años ’90, donde viera luz por primera vez. Sin embargo, la actualidad del texto de Pavlovsky, escrito en pleno auge neoliberal, resulta escalofriante. El viejo teatrito de balneario, de nombre Globos Rojos, encuentra un nuevo espacio de representación en el Centro Cultural de la Cooperación con dirección de Christian Forteza. Amenazado por la progresiva pauperización y la avanzada de políticas de despojo cultural, el Globos Rojos de Pavlovsky, donde ya no es posible pagar ni siquiera los servicios y tanto menos el alquiler, advierte que “estamos entrando en una magnífica hipoteca de todo lo que es acontecimiento artístico y cultural en el país”.

La insistencia argentina en la repetición histórica hace que la cita al teatro sea insoslayable. Allí, las destacadísimas actuaciones de Raúl Rizzo -en la piel de El Cardenal- y en compañía de Las Popis -interpretadas por Marta Igarza y Gabriela Perera- se disponen a interpelar al/la espectador/a hasta fines de junio. Las/os tres, perfectamente amalgamados en una puesta en escena, tan divertida como intimidante, logran dar con la “ética del cuerpo”, tan explorada por Tato Pavlovsky en sus reflexiones escénicas. En este sentido, la búsqueda de un cuerpo de actuación que pudiera dar con un teatro de estados, concebido por Pavlovsky como aquel que trata de expresar todo lo que escapa a la representación, encontró, a partir de Rojos Globos Rojos, un nuevo matiz, dado por la necesidad de resistencia.

Frente al avasallamiento neoliberal en términos macropolíticos, para el autor sólo era posible resistir en el nivel individual, primero, y colectivo, después. Esta forma de resistencia, así planteada, estuvo atravesada para Pavlovsky por dos cuestiones fundamentales que, bajo la dirección de Christian Forteza, se iluminan en extremo. En primer lugar, el sentimiento de fracaso de las/os personajes subsumidas/os en una conciencia estremecedora de todo cuanto han perdido con el inclemente paso del tiempo. En segundo lugar, la irrupción de la risa, que cruza el espacio liminal entre la escena y la platea, se derrama y, artaudianamente, contagia al/la espectador/a. En este sentido, conviene destacar algunas cuestiones que hacen tanto al trabajo de dirección como a la labor de dramaturgista, también, a cargo de Forteza. Por un lado, y en relación a esto último, la puesta de Rojos Globos Rojos, arma urdimbre con otros textos de Tato Pavlovsky, al tiempo que logra, con suma precisión y a partir de los fragmentos elegidos, que la “multiplicación resonante” sea posible. Este concepto fundamental en la línea del Psicodrama Analítico pavlovskiano, cobra sentido dramático a partir del tratamiento dramatúrgico que Forteza lleva adelante tras un acabado conocimiento de la textualidad del autor. Trabajos de dirección como han sido Cámara lenta (2015), La muerte de Marguerite Duras (2016) o Potestad, que contó con su dirección, por primera vez, en el año 2013 y participó de los actos de conmemoración de este último 24 de marzo, en las salas de la EMAD, respaldan las decisiones “multiplicadoras” de dramaturgia.

A lo anterior se suman y en relación a la risa referida anteriormente, las investigaciones que Christian Forteza ha llevado adelante en los últimos años acerca de la comicidad en el teatro. Estos trabajos -reunidos en el volumen De qué y por qué nos reímos (2023), que viene de presentar en la Feria del Libro- abonan la concepción del humor de Tato Pavlovsky. Si “el personaje cómico hace aparecer lo obsceno [en tanto y cuanto] hace evidente la domesticación de la cultura, atenta contra la ley, las costumbres y el comportamiento hegemónico funcional y ordenado” (71: 2023), es por la vía de la risa que apesta, que el/la espectador/a capta ese espesor de intensidades que gravitan entre lo cómico y lo trágico, entre los detalles minuciosos y las totalidades globalizantes, respectivamente.

Así, la risa funciona como el vehículo transformador que libera tensiones, desautomatiza percepciones y, fundamentalmente, despunta conciencia mientras invita a un ejercicio de memoria. La maestría de los cuerpos de actuación, tanto de Rizzo como de Igarza y Perera, se mueven por entre esas “líneas de fuga” en las que tanto indagó Pavlovsky, nutrido del pensamiento de Gilles Deleuze. Los desplazamientos ampulosos de El Cardenal contrastan con la casi inmovilidad de Las Popis, quienes concentran en la gestualidad del rostro, acción y comentario. La concepción de un espacio escénico despojado se completa con un diseño de iluminación -a cargo de Horacio Chino Novelle- determinante en la construcción de la abstracción necesaria para que la energía pueda circular entre los cuerpos. Todo aquello que fuga y se contagia como la peste y la risa, la memoria, la complicidad, los restos de un pasado común compartido y, aún, la balbuceante esperanza de que pudiera emerger una ilusión hace que los Rojos Globos Rojos despunten en cada cuerpo presente en la sala “una escenografía” o un nuevo territorio en devenir. Un tiempo cualitativamente otro está latente cada domingo a las 19hs. en la Sala Raúl González Tuñón.

 

 

Ficha artístico-técnica:

Autoría: Eduardo Tato Pavlovsky

Adaptación: Christian Forteza

Actúan: Raúl Rizzo, Gabriela Perera y Marta Igarza

Música: Elena Avena

Vestuario: Mario Pera Ochoa

Diseño de luces: Horacio Chino Novelle

Fotografía: Sebastián Ochoa

Asistencia de dirección y producción general: Elena Avena

Dirección y puesta en escena: Christian Forteza

 

Rojos Globos Rojos puede verse los domingos a las 19hs. en el Centro Cultural de la Cooperación, ubicado en Av. Corrientes 1543, CABA.


Eleonora García es lic. y prof. en Artes combinadas (UBA). Ejerce la docencia y, actualmente, es investigadora en el Proyecto FILOCyT: La formación en dramaturgia: construcción de un campo de saberes específico en la historia del teatro argentino. Vive en Almagro, Comuna 5, CABA.

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