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Los mil y un Pessoa(s)

Nota en homenaje al gran poeta Rodolfo Alonso

(Publicamos esta nota que nos envió Rodolfo Alonso en diciembre de 2020 como colaboración para nuestra revista Con Fervor. Y lo queremos hacer, especialmente, como un homenaje post mortem al gran poeta, traductor y ensayista que fuera colaborador de nuestra revista desde su inicio).

 

El 13 de junio se cumple un nuevo aniversario, el ciento treinta y tres, del nacimiento, en Lisboa, de Fernando António Nogueira Pessoa (1888-1935). Nadie podía imaginar entonces y, tampoco, incluso, muchas décadas después de su muerte, que su poesía alcanzaría, al mismo tiempo, la canonización universal y la intimidad de tantos que lo siguen viviendo como un secreto personal.

Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo descubierto. O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara a hablarse de él, cuando, hasta en Portugal, era casi desconocido, en 1961, Fabril Editora publica, en Buenos Aires, la primera traducción de Fernando Pessoa en América Latina. Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó, incluso, a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que, en 1963, dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta”.

Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973), siendo yo tan joven, me ofreció seleccionar y traducir una amplia antología de Pessoa, recuerdo que no sólo fue arduo conseguir sus libros, sino, también, convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.

Pero, lo relevante de esa primicia argentina no se limita a su carácter pionero, sino, también, a la intensidad con que fue recibida. La aceptación fue tan inmediata que, en contado plazo, sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo, ahora, evidente: Pessoa conquista sus admiradores de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate, en absoluto, de un éxito programado, superficial y de forma tan indeleble que, todavía -me consta-, aquella edición se conserva como un entrañable compañero, de huella perdurable.

Rodolfo Alonso, junto a la estatua de Fernando Pessoa del café A Brasileira, en Lisboa.

Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, que ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será, siempre, el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio”.

Pero, aún ahora, es del legendario baúl que en Lisboa conserva, en hojas sueltas, su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa haciendo surgir nuevos libros de quien sólo publicó uno en vida: Mensaje. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido, sino, aquellos que, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.

Pessoa no sólo concretó lo que el genial adolescente Rimbaud (1854-1891) había intuido: “Porque YO es otro”. También, nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido signifique, al mismo tiempo, Persona y Hombre, en portugués, ya sería premonitorio, pero, además, su etimología nace en Máscara; mientras que, en francés, se aplica también a Nadie. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando, a la vez, de él y de nosotros. Porque, el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino, apuesta desmedida. Como él mismo sostuvo: “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.

Susan Sontag afirmó que “El gusto es el contexto, y el contexto ha cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr al ser descubierta y valorada. Pero, hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad del espectáculo destruye, con bárbara inocencia, el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura,

No creo que sea posible con Pessoa. A pesar de encontrarse traducido, casi, en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado. Algo secreto seguirá, siempre, vigente en el Pessoa público. Algo intransferible ¿Qué puede hacer la sociedad de consumo con alguien capaz de expresarse con la ferocidad que sigue? “Si escribir -en el sentido de escribir para decir algo- es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa”.

Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo, no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?”. Lo cual prueba que, ambos, fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca, apenas, meros literatos.

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