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Lo que se hereda no se roba: Tango Sur

San Juan y Boedo antigua y todo el cielo…
Pompeya y más allá la inundación…

 

¿Por qué San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo? Cuando se tienen recuerdos del amor, de aquella novia, de aquel barrio en el que hemos sido felices, imposible olvidar los detalles de los sitios por los que pasamos. Ese recorrido sensible tiene peso en sus materiales, se vuelve patrimonio y va uno otorgando sentido, creando imágenes, configurando mapas: geografías personales.

“Siento el roce de las piedras mezcladas con el mistol plantado en un terreno que mi abuelo compró y en el que tuvo varios hijos. La única herencia familiar es el pueblo en el que todos nacieron. La mujer de mayor emblema que ha circulado en una fotografía familiar es la de una mujer india, la abuela de mi padre; rodeada de caballos y parientes. Y venían a mi encuentro unas imágenes que había visto en un museo del sur: la princesa mapuche entre caballos. Nunca supe por qué los animales de estas fotos me resultaban cercanas, pero recordé que las monturas estaban hechas de la misma lona que el catre de mi abuelo”.

El imaginario cotidiano de la arquitectura histórica tiene una semblanza estoica, de estructuras macizas y puertas talladas con sus espejos reflejando la opulencia. Raramente alguien recuerde con precisión el marco desvencijado a punto de descolgarse en una calle de Almagro. Menos si de esa ventana asoma el fantasma de un rostro sudado por el trabajo diario o el canto de algún gol un domingo de siesta en el mes de junio. El olor a mate cocido, a la fritura de un par de milanesas, el ruido de bandejas enchapadas con flores y pájaros de colores puros: negro enlosado, amarillo enlosado, ramilletes variados haciendo de cuna de una casa que resiste en nuestra memoria. Todos heredamos. Ya lo dijo Derrida: la herencia nunca es algo dado, es siempre una tarea.

Somos poseedores de un patrimonio común, pero antes que eso debe haber un patrimonio familiar hecho del tejido de la vida cotidiana que nos recuerda de dónde viene uno, quién forjó la casa que habitamos, por qué calles la infancia hizo suelo. Debemos forjar un arte ordinario, ahondar las prácticas heredadas, hacer bandera del mate cocido, hacer un libro de costumbres nuestras.

El valor de los objetos diarios ha cambiado hacia un culto por la imagen virtual. Miramos a través de las pantallas lo que se ha mudado de las ventanillas de un colectivo: ventanas clausuradas que no fugan hacia ninguna calle. No es un culto a la nostalgia, es una denuncia al abandono de la experiencia viva de nuestro cuerpo sobre el territorio que habitamos ¿Qué cosas nos recuerdan que tenemos un barrio o una ciudad en desuso? Ninguna sociedad olvida sin razón, ninguna comunidad está obligada a olvidar. Busquemos las razones del olvido. “Sur, paredón y después…”. Ese después es el espacio entre aquello que resguardamos y lo que elegimos olvidar.

Porque primero se pierde la esencia poética del patrimonio, luego las cosas que le son propias, primero la poética del tango, luego el tango. No es tanto aquello que debemos conservar, sino aquello que verdaderamente no queremos perder ¿Qué no estamos dispuestos a perder? Lo mismo ocurre con la primacía de la poesía: primero perdemos las palabras, luego la poesía, y finalmente el poema. Perdemos poetas.

 

Tu melena de novia en el recuerdo,
y tu nombre florando en el adiós…
La esquina del herrero, barro y pampa;
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón…

 

Imagino a Buenos Aires como un espiral, donde sus cafés son el anillo central. En los bordes, como ejemplo añejo, están sus talleres de oficios con aroma a cuero en el barrio de Mataderos; algunas calesitas centenarias hacia la periferia y, en sus orillas, el arte y sus artistas. Resulta imposible pensar la herencia de una comunidad sin sus artistas. La diferencia entre un herrero, un músico o un joyero está en los materiales que usan. Y los materiales de Buenos Aires son las casonas, sus vidrieras, los adoquines y el río. ¿Y sus sonidos? La radio, la lluvia, el tango y su literatura.

Tita Merello.

 

Sur, paredón y después…
Sur,
una luz de almacén,
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera,
esperándote…
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya…
Las calles y la luna suburbana
y mi amor en tu ventana…
Todo a muerto, ya lo sé…

 

No creo en la muerte de las cosas. Si las cosas no tuvieran alma jamás Antonio Berni hubiese pintado a sus barcos animales o sus hombres de carbón. El alma de las cosas anida en la memoria, pero ir en busca de lo que ha sido no garantiza más que la pena, nadie es feliz en los lugares en que fue feliz. La nostalgia acaba con las cosas. En cambio, la memoria iluminada, que indaga y protesta, es quien barre con la melancolía y garantiza lo por(venir). Las cosas son enemigas de ese pulso volátil que hace chirridos en el reducto de un espacio virtual. Ni la casa chorizo, ni las rejas de antiguas casas coloniales, ni los patios traseros con sus verduras, todo un patrimonio cotidiano que se recorta sobre un álbum sin poros en una red-vidriera.

Recuerdo con exactitud a una prima de siete años, sentada en el fondo del patio de una casona en el barrio de Constitución. En esa casa, aprendí a caminar de la mano de mi abuelo, que tironeaba mis brazos. Recuerdo mi cumpleaños de cuatro años; recuerdo la casa: un extenso pasillo, dos patios y enormes plantas de gomeros. En la esquina, un almacén con piso de madera encerada. De esos recuerdos hice un libro que evoca mi intuitiva noción de una ciudad que tiene pliegos y, en sus intersticios, historias como las mías.

¿Qué es el tiempo? —se pregunta Ricoeur—. El tiempo es narración; el tiempo es hacer pasar el tiempo. El tiempo es vivir. Por eso, necesitamos más narradores, más vivencias; necesitamos obreros del tiempo, artesanos del tiempo. No necesitamos espectadores; hace falta gente que quiera vivir.

Bernardo de Irigoyen al 3000. Foto: Horacio Coppola.

 

San Juan y Boedo antigua, cielo perdido…
Pompeya, y al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé…
Nostalgia de las cosas que han pasado…
arena que la vida se llevó…
Pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.

 

Desde pequeña, algunos rostros desconocidos me han resultado muy familiares. A mis siete años, podía pasar toda una tarde mirando las películas de Tita Merello. Una quiromancia del rostro. Miraba a Tita a través de su voz, y rodeada de tías provincianas que encendían el televisor —ninguna era porteña—, quedábamos hermanadas en una época clave de nuestra historia argentina. El cine era el teatro, el teatro era la pintura, y la pintura era el país. Entonces, cuando Tita recogía agua en un balde en “Los isleros”, yo veía a mi padre sacar agua de su aljibe en un pueblo cordobés. Me fascinaban los labios rojos, y veía a mi abuela pintarse los suyos. Paseaba por el río Paraná con Tita en un bote desarmado, y lograba intuir el amor a nuestro río poetizado por Juan L. Ortiz. Y todo eso tenía Tita en su rostro. Los rostros que el arte recoge son aquellos que nacen antes de su representación. Están en la calle.

Todos nuestros artistas, locales y por adopción, aquellos que no tuvieron más remedio que sembrar sus casas aquí, dejando sus provincias, sus costumbres, quienes adoptaron a Buenos Aires a través de su cine, sus orillas, sus plazas y sus crisis, perduran en alguna calle como las que evocó Horacio Coppola en sus fotografías. Los olores matutinos de la neblina y el humo de los colectivos, el brillo del agua sobre los empedrados húmedos por la lluvia de invierno, la herencia en el olfato y en los cielos recortados por el humo del café con leche, atravesaron cada una de las puertas de nuestras casas ¿Dónde habita el tango? En el agujero de una media de algodón que uno nunca llega a coser por falta de tiempo. El patrimonio es siempre una ardua tarea. Pero, en el mientras tanto de ese sueño no malgastemos nuestra herencia en baratijas.


Gabriela Oyola es lic. en Artes (UBA) y gestora cultural. Es autora de Cientos de pájaros volando, Arte en Acción, 2021. Vive en Liniers, Comuna 9, CABA.

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