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Las maldiciones, acertada transposición de la novela de Claudia Piñeiro en Netflix

Con una interesante reescritura del material original, Las maldiciones acaba de ser estrenada en Netflix. Se trata de una miniserie de tres capítulos que puede verse como un largometraje (el visionado completo suma dos horas).

 

Edha (2018) fue aquella serie que significó el puntapié para el acceso de las producciones nacionales a las plataformas. Siete años más tarde, su mismo creador regresa a Netflix con Las maldiciones, un trabajo mucho más interesante y convincente como relato. Se trata de Daniel Burman, director de Esperando al Mesías, Derecho de familia, Dos hermanos y Transmitzvah, entre otras, además de la serie Iosi, el espía arrepentido. Burman, además, oficia como showrunner y comparte la dirección con Martín Hodara.

Para quien haya leído la novela de Claudia Piñeiro, lo primero que se advierte es una apreciable modificación de algunos elementos nucleares de la historia. Ya no transcurre en Buenos Aires, sino en una provincia del norte argentino; cambió el género de uno de los personajes principales y se atenuó el componente esotérico sobre el que reposaba la idea del texto de base, que señala –con razón- que ningún gobernador de la Provincia de Buenos Aires llegó a electo ser presidente (lo consiguió Eduardo Duhalde, pero por decisión parlamentaria). Queda, entonces, la relación entre lo íntimo y el poder (vínculo afín a la literatura de la autora de Betibú y Las grietas de Jara), solamente que recontextualizado.

Lo que aquí se narra es el vínculo entre el joven Romás Sabaté (Gustavo Bassani), con el poderoso Fernando Rovira, compuesto por Leonardo Sbaraglia, un gobernador otrora juez que llegó al poder gracias a un partido emergente fundado por él mismo llamado PRAGMA (claras conexiones con el PRO de Mauricio Macri, aunque en ningún momento de la serie ni de la novela se mencionan personas de la vida real). Lo que inicialmente se presentaba como una relación laboral, se revelará como un acercamiento interesado de Rovira hacia Sabaté, el “pedido de un favor” en el que también está implicada Lucrecia (Monna Antonópulos), su esposa.

La serie comienza cuando Román secuestra a Zoe (notable debut de Francesca Varela), la hija de su jefe que, además, es una niña. Todo ocurre en medio de la eventual promulgación de una Ley de Aguas, que definirá en buena medida el futuro de la carrera de Rovira y se vincula al origen de su poder, con su fría, bestial y manipuladora madre (brillante Alejandra Flechner), operando entre las sombras y guardando más de un secreto.

Acerca de por qué Zoe fue secuestrada y qué motivaciones tienen los personajes principales orbita la trama, que –sin lugar a dudas- encuentra en el segundo capítulo su forma más acabada en términos cinematográficos, con algunas secuencias de escasas palabras, pero con un gran potencial en términos de drama. Esto gustará a muchas/os, pero posiblemente excluirá a otras/os, acostumbradas/os a un tempo más frenético, menos reposado sobre la gestualidad y los silencios.

El último episodio, retorna al tiempo inicial del relato, cuando los personajes ya han adquirido una dimensión más profunda. Y, aunque Las maldiciones manifieste en su tramo final la necesidad de cerrar todas las líneas argumentales un poco a las apuradas, llega a convertirse en un producto de excelente factura técnica, con un soundtrack exquisito (en el primer capítulo se destaca un cover de Qué será, será) y todo el oficio que la dupla Burman/Hodara le pueden aportar desde la realización.


Ezequiel Obregón es docente en el área de Lengua y literatura y periodista cultural. Es estudiante de la Carrera de Artes Audiovisuales, con orientación en Realización (UNLP). Integra el Área en Investigación de Ciencias del Artes del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en San José, Temperley, provincia de Buenos Aires.

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