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La Burla es patriarcal
“La mayor parte de los dolores de nuestra existencia son culturales. Pregúntese donde le duela la vida y verá que no es en su cuerpo y verá que la vida le duele en los espacios donde no es visto, en donde está siendo negado, en sus espacios de desamor, duele no contar con el respeto de sus compañeros de trabajo o de sus vecinos, de su familia y amigos. Verá que en el fondo lo que nos mueve a los humanos es esa necesidad ancestral de ser reconocidos, que significa que nos valoren, que consideren nuestra aportación al grupo y que nos lo demuestren en su trato con nosotros”.
Humberto Maturana
Un antropólogo visitó un poblado africano y para conocer su cultura se le ocurrió un juego para las/os niñas/os. Puso una cesta llena de frutas a una cierta distancia. Y les dijo que el/la primero/a que llegase se podría quedar con todo el contenido. Cuando dio la señal para que empezara la carrera, las/os niñas/os se tomaron de la mano y comenzaron a correr. Como llegaron todas/os juntas/os, se sentaron y se repartieron las frutas. El antropólogo les preguntó por qué habían hecho eso, porque bien podía un/a solo/a disfrutar de todo el premio. Un niño respondió: ¿Cómo va a estar uno/a de nosotros/a feliz si el resto está triste? Ubuntu es una antigua palabra africana que significa: yo soy porque nosotras/os somos.
El pensador chileno Humberto Maturana tiene la hipótesis de que, en tiempos lejanos, la cultura era matríztica y, luego, se convirtió en cultura patriarcal.
Los miembros de las distintas culturas actúan, viven y sienten a partir de las configuraciones en su emocionar. Esto va a determinar los modos de ver y no ver, los distintos significados de lo que hacen y no hacen. Y también podríamos pensar de qué nos reímos y de qué no. Por eso, entender los fundamentos emocionales de una cultura, ayuda a comprender mejor lo que hacemos y lo que no hacemos.
Los aspectos puramente patriarcales constituyen una red cerrada de conversaciones para coordinar acciones y emociones. Y tiene como resultado el modo particular de coexistencia de la vida cotidiana. Esto es: valorar la guerra, la autoridad, las jerarquías, el poder, la lucha, la competencia, la agresión y la dominación de las/os otras/os.
En la cultura patriarcal se afirma que para la coexistencia ordenada se necesita autoridad y subordinación, de superioridad e inferioridad, poder y sumisión. Y el tratar a todas las relaciones en estos términos, sean humanas o animales.
De la cultura matríztica -digamos pre-patrialcal-, a juzgar por los restos arqueológicos encontrados en la zona del Danubio, se puede tener, de manera indirecta, algunos datos interesantes.
Los aspectos puramente patriarcales de la manera de vivir de la cultura patriarcal europea a la cual pertenece gran parte de la humanidad moderna, y que de aquí en adelante llamaré cultura patriarcal, constituyen una red cerrada de conversaciones caracterizada por las coordinaciones de acciones y emociones que hacen de nuestra vida cotidiana un modo de coexistencia que valora la guerra, la competencia, la lucha, las jerarquías, la autoridad, el poder, la procreación, el crecimiento, la apropiación de los recursos, y la justificación racional del control y de la dominación de las/os otras/os.
En nuestra cultura patriarcal vivimos en la jerarquía que exige obediencia, afirmando que una coexistencia ordenada requiere de autoridad y subordinación, de superioridad e inferioridad, de poder y debilidad o sumisión, y estamos siempre listos para tratar todas las relaciones, humanas o no, en esos términos.
No fortificaban sus poblados, no tenían diferencias jerárquicas entre las tumbas de los hombres y las mujeres. Esos pueblos no usaban armas como adornos. Y en lo que se supone que eran lugares de culto o ceremoniales se depositaban, principalmente, figuras femeninas.
A diferencia de la cultura patriarcal, en el vivir cotidiano de esos pueblos matrízticos se privilegiaba el respeto mutuo y la tolerancia. El compartir en la armonía de la coexistencia a través de la igualdad, sin importar las diferencias individuales. Sin operaciones de control ni de obediencia. El sexo y el cuerpo eran naturales y no vividos con vergüenza o como un aspecto obsceno.
Entonces, Maturana se pregunta si la cultura matríztica estaba centrada en la armonía, en el amor, ¿cómo surge una cultura patriarcal centrada en la apropiación, la lucha, la obediencia y el control?
Como pueblo patriarcal tenemos la exigencia del éxito, de la competencia, de la eficacia. Hay que diferenciarse, crear desigualad. Dos personas que están en desacuerdo se convierten automáticamente en enemigas/os. Y la lucha por el status puede generar comicidad. Sobre todo, por el fracaso y la posibilidad de la burla. Presenciar e, incluso, buscar el fracaso del/la otro/a, el error y la impericia pueden dar lugar a la burla, ya que, tiene un papel significativo para desprestigiar al/la otro/a.
Si se piensa que una cultura es una red cerrada de conversaciones conservadas, hay que ver las circunstancias que pueden haber dado origen a un cambio en la red de conversaciones. Y sin cambio en el emocionar no hay cambio posible. El fundamento de una nueva red de conversaciones en una comunidad particular que antes no la tenía.
Entonces, se produce un cambio en una comunidad cuando una manera de vivir comienza a conservarse de manera transgeneracional. Cuando una manera de emocionar y de actuar comienza a ser parte en la manera de vivir en la comunidad.
Lo que pudo haber sido una burla ocasional, por ejemplo, hacia las mujeres, a las minorías, comenzó a conservarse y ser la manera típica del vivir en la comunidad.
Con el tiempo, fue cambiando esa red del emocionar (pensemos la risa como una emoción) y el actuar (la burla). Ya hoy no tiene la fuerza de tópico el tomar como objeto de burla a las mujeres. El feminismo, como una red nueva de conversaciones, se fue conservando hasta cambiar la forma de vivir en la sociedad.
Hoy, ver publicidades de antaño en donde se sugiere cómo recibir al hombre de la casa, como Guía de la buena esposa, 11 reglas para mantener a tu marido feliz (1953), producen gracia. Se convierten en un absurdo, aún más los comentarios de la regla. Van algunas: “Ten lista la cena (planea con tiempo una deliciosa cena para su llegada). Luce hermosa (descansa cinco minutos antes de su llegada. Para que te encuentre fresca y reluciente.). Sé dulce e interesante (una de tus obligaciones es distraerlo). Minimiza el ruido (a la hora de su llegada apaga la lavadora, secadora y aspiradora e intenta que los niños estén callados). Ponte en sus zapatos (no te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de compromisos). No te quejes (no lo satures con problemas insignificantes)”.
Aunque, ahora, nos parezca mentira esta era, sin duda, una red de conversaciones que se transmitía de manera transgeneracional. En el emocionar y el actuar. Y es muy probable que el hombre que no fuese tratado de esta manera sufriera por eso. Y a la mujer que se resistía o se negaba a obedecer esas reglas, seguro que era juzgada en forma negativa. Pero, hubo un momento en que empezó a cambiar, de a poco, esa red de conversaciones hasta llegar a la convivencia actual.
Christian Forteza es docente, investigador y director de teatro. Integrante de la Dirección Artística del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en Balvanera, Comuna 3, CABA.
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