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Anora, obra maestra en tiempo presente

La película de Sean Baker se consagró en la última entrega de los Oscar con cinco premios: Montaje, Guión original, Actriz protagónica, Dirección y Película. Un triunfo del cine de autor norteamericano.

 

Responsable de Take out (2004), Prince of Broadway (2008), Starlet (2012), Tangerine (2015), El Proyecto Florida (2017) y Red Rocket (2021), Sean Baker acaba de consagrarse con cinco de los seis Oscar a los que aspiraba su más reciente filme (solamente perdió Yura Borisov, dueño de una sensible actuación, frente a Kieran Culkin, por Un dolor real). Señalarlo como un outsider no sería justo, a juzgar por la presencia en grandes festivales de, al menos, sus tres últimas películas; pero, claro está, su nombre comenzó a sonar más fuerte en el mundo tras lo que ocurrió el pasado domingo 2 de abril.

Si hay algo que consolida el premio más codiciado por la industria cinematográfica es la capacidad de Baker de ser un “hombre orquesta”; pocas veces una sola figura pasó al escenario del Kodak Theatre tantas veces. Es, de alguna forma, una marca de su “cine total”, con una coherencia que se hizo evidente desde sus primeros opus. Lo que se recorta en su filmografía es una indisoluble concepción del mundo que define a sus criaturas como descentradas; un mundo en tensión entre lo normativo y hegemónico, incluso, entre lo mainstream (recordar la imponente entrada del parque temático en El Proyecto Florida) y los márgenes. Esa misma tensión de la que se nutre Anora, suerte de reversión impiadosa de Mujer bonita, es la base mítica para que Baker se introduzca en el universo de la prostitución (lo que podría ser una Cenicienta para un público infantil que, curiosamente, reclama a gritos realismo).

Además de esa concepción de mundo afianzada en una propia narrativa, Baker tiene una aspiración profundamente contemporánea (lo que deviene en una mirada política). Sus películas manifiestan cierta cualidad de transponer del mundo a la pantalla a la subjetividad de sus personajes protagónicos; cualidad que se enfatiza en el uso del nombre propio en algunos títulos (antes, Starlet; ahora, Anora). Asimismo, resulta igualmente importante el modo en el que se da cuenta de ese universo. Para Tangerine, recurrió al uso de teléfonos celulares como una manera de indagar en la urgencia que tiñe la vida de un grupo de trabajadoras sexuales trans; en Anora, hay una deliberada intención de saturar la pantalla de colores que son el reflejo de las imágenes que circulan por aplicaciones, clubes nocturnos y juegos en línea. Telón de fondo de la vida de su personaje central.

Esta aspiración a dar cuenta de un estado de las cosas afianzado en el tiempo presente, hace especialmente de Anora un relato contemporáneo que se niega a cerrarse en una idea o una corriente ideológica ¿Es una película “feminista”? No; pero tampoco es lo contrario. Se dirá que dialoga con las problemáticas y enfoques sobre el cuerpo de la mujer y lo que la mujer hace con su cuerpo. No está de más recordar que la trama gira en torno a la Anora del título -o Ani, compuesta magistralmente por Mikey Madison-, una bailarina erótica y prostituta que vive su efímero sueño tras casarse en Las Vegas con el hijo de un magnate ruso.

Con todas estas premisas, habrá que reconocerle a la Academia que -más que un gesto de audacia premiando a Anora- lo que en verdad asumió fue la tarea de consagrar a una película que habla con total franqueza sobre ese deseo de amor eterno y bienestar que tan caro (nos) cuesta. Construcción amorosa que se encargó de celebrar gran parte de la cinematografía que, durante su historia, premió en incontables oportunidades. No está mal que tras décadas de premios a filmes de “temas importantes” (la más de las veces, transposiciones literarias de relatos de época) por fin le haya tocado a una película que reelabora la estética grasa -o trash– para interpelar a su platea e, incluso, dejarla noqueada.


Ezequiel Obregón es docente en el área de Lengua y literatura y periodista cultural. Es estudiante de la Carrera de Artes Audiovisuales, con orientación en Realización (UNLP). Integra el Área en Investigación de Ciencias del Artes del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en San José, Temperley, provincia de Buenos Aires.

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