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Soledad y desamparo

Síntoma y producción en Houellebecq y Hopper, dos militantes de la individualidad

Cuando Michel Houellebecq publicó Serotonina (2019), ¿se habrá inspirado en las obras de Edward Hopper?

Un escritor y un pintor atravesados por la soledad. La hacen propia, la visibilizan, la interpelan de manera inquietante. Uno, a través de la medicalización. El otro, desde el color y la composición.

Esta nota aborda algunas características emocionales significativas y preocupantes de la existencia humana en dos contextos específicos. Intenta dar cuenta, a través de manifestaciones culturales como el arte y la literatura, de “ciertos estados de ánimo” leídos como “síntomas” que hacen del hombre el centro del universo. Amo y esclavo de una misma moneda.

Un americano, Edward Hopper (1882-1967), y un francés, Michel Houellebecq (1958), distópicamente coinciden en la descripción de una sociedad occidental y capitalista que glorifica el individualismo, la materialidad y el éxito. El fin, ¿justifica los medios?

¿Desengañados? ¿Nihilistas? ¿Marketineros? ¿Oportunistas? ¿Visionarios? ¿Deprimidos? ¿O, simplemente, dos ciudadanos de clase media sensibles que registran, padecen y dan forma a un presente esquivo que se las trae?

Florent Claude Labrouste -el personaje de 46 años de Serotonina– recurre al aparente salvataje de “un comprimido pequeño, blanco, ovalado, divisible” sin demasiadas expectativas para sobreponerse y encontrar algún sentido a su existencia.

¿Goce? ¿Deseo? ¿Proyectos? ¿Amor? ¿Qué es eso para el querido Florent, que tiene todas las necesidades básicas resueltas y más? Decide transar, negociar “el sentir la vida” por “el estar en el mundo”. No es lo mismo, él lo sabe, nos lo dice, es lúcido, sagaz, irónico y descaradamente sincero y directo. La mala noticia: lo buen “paciente” que es, porque nunca abandona la medicación.

Hopper, en cambio, registra, a través de su obra, la sociedad americana de la segunda mitad del siglo XX, en decadencia, y hace visible la creciente angustia y soledad de sus habitantes en las grandes ciudades. Desesperación que se percibe, también, cuando pinta la inmensidad de los paisajes naturales. Su estilo fue el Realismo Americano. Su pintura: novedosa.

Sus obras son descriptivas y muy pensadas en cada detalle: personajes, iluminación, entorno, psicología. “La respuesta a todo está en el lienzo y en la existencia moderna”, respondió cuando le preguntaron sobre su arte. En sus composiciones es común encontrar un elemento horizontal divisorio, que separa bruscamente al observador de la pintura. De esta forma, consigue que la obra sea impenetrable. Logra, así, que la melancolía y la soledad la potencien aún más.  Como en House by the railroad (1925) y Domingo por la mañana, entre muchas otras.

Sus personajes dan forma al universo interior y son historias que cuentan otras historias. Transmiten un estado emocional de desasosiego, como si se tratara de paisajes fantasmales. Las cosas inanimadas cobran vida. Pinta auténticos íconos de la modernidad: héroes humanizados que no creen en nada, que están perdidos en la ciudad. En sus pinturas no hay sol ni rayos, sólo el efecto envolvente de ambos. Hopper es el especialista moderno en conferir intensidad y complejidad psicológica a los momentos más ordinarios. Muestra el lado más oscuro del sueño americano.

Houellebecq, ¿lo habrá considerado un referente? ¿Fue un facilitador para, a través de la escritura, socializar sus miedos, detallar sus registros y advertirnos de lo que vendrá? ¿Es un moralista? ¿Un consejero?

¿Conoció la obra Nightawks (Noctámbulos) de1942, que registra a tres personajes en un bar? Se habrá parado frente al hombre que está de espaldas al/la espectador/a reconociéndose en ese aislamiento y soledad que transmite la pintura como relato? Seres noctámbulos y vacíos que, iluminados por luces fluorescentes, se encuentran atrapados y sin salida.

La escritura de Houellebecq, como las temáticas de Hopper, deambularon por bares, restaurantes, ciudades, estaciones de servicio.

90 años después de esos registros pictóricos, el personaje de Houellebecq nos advierte, descarada y cínicamente, que responder a todo lo que una sociedad globalizada pide (trabajo, ahorros, vivienda, cobertura médica, reconocimiento social, vacaciones, éxitos, vida sexual) no alcanza y tiene consecuencias ¿No alcanza para qué? ¿No alcanza para quién?

Entonces, recurre a la Serotonina (aún, sabiendo de los efectos secundarios, como náuseas, desaparición de la libido e impotencia) y, antes de contar cómo planea y cuándo suicidarse, escribe: “el mundo se había transformado en una superficie neutra, sin relieve ni atractivo” (p. 277).

El miedo a la muerte, el sentido de la existencia, la angustia, la soledad son temas que atraviesan la humanidad y que nos preocupan desde siempre. No son novedosos. Tal vez, lo novedoso es destacar cómo estas temáticas nos toman. Tal vez, lo novedoso es ver cómo nos transforman, casi, sin darnos cuenta. Premoniciones o denuncias donde las pulsiones vitales de las personas quedan nada más que a la espera de los efectos de saciedad material del mercado, como si se negara toda posibilidad de trascendencia. Ya que en Sumisión (2015) y en obras anteriores Houellebecq describe un personaje misántropo que se aleja del mundo al comprender que el deseo, el placer y el amor están regulados por la lógica del mercado.

Roberto Jakobi sostiene que el deseo, también, nace del derrumbe. Parece no ser este el caso.

Hopper y Houellebecq dan que hablar.

Ver la obra de Hopper para sentir y leer a Houellebecq para reflexionar. En el Foro Económico y Mundial de Davos, 2022, la Salud Mental ocupó el sexto lugar de riesgo global. La soledad, el aislamiento social, la ansiedad, la depresión, el stress o la demencia llevados a la vida real son síntomas de preocupación para la Organización Mundial de la Salud y debería serlo, también, para cada una/o de nosotras/os.

Ficción, arte, vida cotidiana y salud mental se entrecruzan para esbozar (¿denunciar?) un estado de situación generalizada y desestructurante ¿Es posible vivir sin otorgarle sentido a la existencia, adormeciendo los sentidos, replegándolos y medicalizándolos?

Los dos nos evidencian los síntomas occidentales de cuerpos sociales enfermos y en riesgo. Mientras Hopper es más sutil y propone que el/la espectador/a continúe el relato y lo complete fuera de campo, Houellebecq nos anoticia que vamos hacia el abismo: “que no escuchamos, que nos adaptamos y que después padecemos, que nos falta voluntad”. Sus personajes son como cirujanos que, con bisturí en mano, diseccionan la conciencia desgarrada del ensueño promovido por los medios, las tecnologías, las ciencias y el mercado.

Y Florent-Claude, para despedirse de sus lectoras/es, dice: “Y ahora entiendo el punto de vista de Cristo, su reiterada desesperación ante los corazones que se endurecen; que tienen todas las señales y no las tenemos en cuenta”.

“¿Es que de verdad hace falta, además, que dé mi vida por esos miserables? ¿Es que de verdad hay que ser tan explícito? (…) Se diría que sí”.

¿Será una reivindicación solapada y tímida de eso que los mortales llamamos amor?


Silvia Dasso es docente, Lic. en Sociología (UBA), Master en Gestión de Instituciones Educativas, Universidad de San Andrés (Udesa). Fundadora y directora del Colegio Bilingüe Jardín-Primaria-Secundaria en CABA. Consultora y selectora de personal en el ámbito educativo. Escritora y artista plástica. Vive en Palermo, Comuna 14, CABA.

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