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El teatro y la peste

El teatro teatra. Te retrata. Te trata.

¿De qué trata el teatro en pandemia? ¿Nos  trata? ¿Nos mal trata? ¿Que nos cuenta el teatro donde no hay convivio? El teatro mediatizado por la tecnología, no lo reemplaza: nos consuela.

Somos testigos del nuevo lugar que ocupa la tecnología que como un pulpo avanza y abarca, nos interpela, desafía, enseña, angustia. A los que hacemos teatro, las herramientas virtuales nos posibilitan acceder a mostrar, a compartir masivamente y ganar alguna moneda para sobrevivir.

¿El tecnovivio nos permite alcanzar la famosa catarsis? ¿Las poéticas teatrales virtuales nos conmueven como las vivenciales? ¿El espectador teatral es, también, el tecnológico? Aunque, también, es cierto que la herramienta de la web posibilita una masificación globalizada, ampliando lo territorial, en contrapunto al acceso limitado que tiene el espectáculo teatral, que es sólo para una elite.

Ahora bien, ¿cómo se ubican los cuerpos protagonistas en este nuevo paradigma? El cuerpo del actor o actriz nos narra una metáfora a través de la pantalla, quizás, un cuerpo contado en otro momento, grabado y en diferido. Nace como documento histórico, deja de ser efímero. En el streaming (en vivo), donde hay un aquí y ahora, ese aquí y ahora se transforma en una mentira, ya fue, no es, es en otro tiempo y allá. La pantalla geométrica envasa el cuerpo y la transforma en una imagen transmitida  por la fibra óptica, la empaqueta en formato virtual, la entrega con un delivery en tu casa con moño y todo.

Empero, lo más llamativo es lo que acontece en el cuerpo del espectador: sentado, quizás, en su hogar, recibiendo una información y una poética “pantallasmagórica”, que le indica qué debe sentir y pensar, un cuerpo pasivo y dolorido de bombardeos virtuales, que existen, pero no existen.

Ilustración de Maggi Persíncola.

El teatro, antes de la pandemia, estaba en una crisis simulada, escondida y agazapada, coherente con las políticas que vienen aplicando los estados neoliberales. Un teatro estresado que, en algunos casos, recita como un aedo cuentos light, superfluos, sin metáfora, ni interpelación. Hasta el teatro independiente había caído en esa trampa.

El teatro puede ser también un recurso pedagógico y de regulación, buena herramienta para los gobiernos enseñadores de lo que se debe hacer y cómo hacerlo, entonces lo hegemónico se disfraza de medusa con mil cabezas, sin contenido.

El teatro en el convivio, en cambio, es la esencia del acontecimiento teatral. Se consolida en un triángulo amoroso donde juega la metáfora para mostrar y crear una expectación a un público hambriento de poéticas que le recuerden y reformulen las cuestiones humanas.

Nada es casual. La inocencia de los gobiernos es un buen acting. El teatro no se queda afuera de estos tejes y manejes. El sopapo del coronavirus nos hizo dar un giro de 180 grados haciéndonos cuestionar nuestra fragilidad humana, en algunos casos sacando lo peor de nosotros mismos, colocándonos como equilibristas sobre la soga de la incertidumbre.

Somos  protagonistas de novedosas conductas en tiempos de pandemia. Vemos cómo crece un estado policial, se cierran las fronteras, usamos barbijos y permisos para circular, las manos resecas por el gel en alcohol, aumenta el consumo de la cibernética: chusmeamos por guasap, trabajamos por gluglemit, el zumcumpleaños, el sexting. La aislación social. El otro o la otra como enemigo potencial de contagio. Estamos rodeados y encerrados.

El teatro actúa de Barrabás en esta obra representada en carne viva. Ergo, no puede salir incólume. El pueblo, en el Gólgota, grita: ¡Crucifixión! Vemos que la herida sangra y desangra. Por ende, Mister Teatro, siendo aprendiz del Covid- 19, busca mutarse. Como Antonin Artaud vaticinó: “Ante todo importa admitir que, al igual que la peste, el teatro es un delirio, y es contagioso”. Se inflaman los ánimos. Los humores enloquecidos atraviesan las carnes. Los ojos rubí salen eyectados. El cuerpo y el alma se colapsan. Un grito desgarrador implora: ¡Transformación!

Reconomemos en el teatro el genoma de la supervivencia. Hace más de 5 mil años que sobrevive a guerras, pandemias, inquisiciones y demás yerbas malas. Hoy, hacer teatro es la ilegalidad misma, condenable y peligrosa, quizás, como siempre lo fue. Eso demuestra su esencia, un lugar de resistencia e interpelación  personal y social. El teatro como síntoma del anti-sistema.

¿Qué hacemos? ¿Cómo nos organizamos en este barco en medio de la tormenta? A babor, la tecnología, a estribor, la inercia, en popa, el convivio y, en proa, Tiresias anuncia, allá en el amanecer, el revoloteo de las doradas estrategias y metas.

Sabemos los teatreros y teatreras que nos debemos encontrar y comulgar, unificar objetivos, diagnosticar, conversar y planificar derroteros que nos hagan descubrir nuevas posibilidades, contenidos y compromisos.

Mejor pongámonos la corona, no el virus.

Nadie se salva solo, menos que menos: el teatro.


Maggi Persíncola es actriz, dramaturga, directora, fotógrafa y gestora cultural.

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