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Despertar Fleabag: de lo voluptuoso y lo inmanente

Por Frida Jazmín Vigliecca y Sofía Guggiari

 

Armamos alianzas para producir y escribir en el abismo, la intemperie y, también, en el encierro. Aquí, nuestro mapa, a modo de cartografía afectiva, y nuestro despertar sobre la serie británica producida por AMAZON: Fleabag, escrita y protagonizada por Phoebe Waller-Bridge.

 

Lo voluptuoso (por Frida Jazmín Vigliecca)        

                               

Nunca tan culpable por estar con el hombre equivocado compitiendo con tu perfecta hermana, mientras odiás a la futura esposa de tu padre, cuando te enamorás de un sacerdote gustándole a tu cuñado, teniendo sexo con el novio de tu mejor amiga, siendo tan parecida a tu madre muerta, queriendo tener el cuerpo de una modelo, mientras recitás de memoria los mandamientos feministas al grito de un orgasmo infinito producto de incansables, repetitivas y epicúreas masturbaciones.

¡Aaah! (grito).

Fleabag es desborde, es la muestra ferviente de una existencia caóticamente vital.

Ingobernable es el deseo, desobediente es el cuerpo que se infringe soledad entre tanto la amistad parece esfumarse en un recuerdo. Una unión por sangre hermana a alguien muy diferente a una pero que sin dudarlo sería el sujeto por el cual se daría la vida. Lo inexplicable del lazo que conforma una red ancestral, que teje gen con gen, puntada tras puntada, inconexa el devenir karmático de amor – odio que sabe alejarse permaneciendo. Todo en un mismo ovillo.

¿Cuánto tiempo podemos estar mal? ¿Quién pone los límites de mis afectos y efectos? ¿Es mi placer un compañero inefable? En un mundo tan mediatizado y sobreestimulado, ¿encontrar el silencio de la soledad es, por un instante, una forma de autoconocimiento?

El cuerpo pulgoso (fleabag) es un cuerpo dando tumbos, vibrando turbado y conturbado sin horizonte claro y en soledad, sin significar esto algo malo en sí mismo sino que, por el contrario, se presenta como la búsqueda inquietante e impredecible de encontrarse a sí mismx para luego poder “ser con otrxs”, pero primero “ser en una”.

Es la belleza estremecedora de Fleabag, con su tragedia y comedia ácida, la que nos conmueve y atraviesa. Y es su gran acierto estético el presentarse tan atinadamente, ágil, rítmicamente, con escenas breves, diálogos brillantes y profundos, que deslizan una crítica a la sociedad posmoderna, con ingenio, pero manteniendo al espectador siempre atento ante el aterrizaje de algún suceso inesperado sumamente grotesco, sin dejar de ser verosímil, como una explosión reluciente de oscuridad y barroquismo que no tiene miedo de reflejarnos frágiles, porque allí reside la fuerza.

La serie, además, es una oda al feminismo constructivo, multiforme y reflexivo, pero sin la necesidad de que su protagonista actúe como la heroína que adoctrina con parábolas o slogans que vienen a alumbrarnos el camino, sino que, en todo caso, se inmiscuye por el sendero más pedregoso: el incorrecto.

Episodio tras episodio, la culpa por el placer femenino, por el deseo sexual sin tapujos o por sentimientos como el odio, los celos, la ira, la angustia y hasta la autodestrucción, o el amor desenfrenado, se instala dentro de un pecado femenino atávico, sin la necesidad de recurrir a una bajada de línea teórica, rebuscada. De este modo, la popularidad y empatía revientan, más bien, por la singular historia de una mujer que ha tocado fondo por percibirse contemporánea de un mundo lleno de desigualdades, una mujer que aparentemente no para de tomar decisiones erróneas y que tiene miedo a elegir sin sentirse absolutamente observada, juzgada y catalogada como anormal.

Es por ello que no hay en Fleabag una mirada moral en relación con nada, hay, sí, una vida sensible, una sujeto que se funde en las profundidades de su dolor para habitarlo, sin hipocresía, y mirar frente a frente a los fantasmas con la valentía de vivir en un mundo preciosamente horrible, con drama, ironía y amor.

Lo inmanente (por Sofía Guggiari) 

 

“Lo único que tenemos es la gente”… (…) “Tengo miedo de olvidar a la gente”.

Uxe retorna siempre. Retorna a aquel lugar que alguna vez, por más terrible, fue un lugar. Retorna porque la idea de que no haya un lugar a donde volver se vuelve insoportable.

La serie, en principio, habla, y eso ya produce temblor – puedo dar fe como psicoanalista y paciente de que hablar no es fácil-. Excéntrica, directa, errática, incorrecta y contradictoria, ¡como la vida misma! Hay un afecto extraño, una incomodidad permanente, que rodea, insiste, un cosquilleo entre el espanto y el goce. Aquello tan imperceptible que se escabulle siempre en el relato, pero se presenta contundente: la transgresión. Imposible escaparle a la idea de que la muerte y la vida están juntas.

Fleabag, queriendo y sin quererlo, habla y hablan, también, las ficciones familiares, el dolor y el espanto, lo que nos hace reír con ganas, lo que nos excita, la amistad, la culpa, el reproche, la ironía, la complicidad, la sexualidad, la feminidad, la insumisión y, también, y como lo más singular, habla la soledad. Y no como un estado indeseado, sino la soledad como un territorio o como un encuentro. O mejor dicho: la búsqueda de eso mismo y su peligro. La búsqueda, justamente, de un lugar posible (¿a donde volver?), para que exista, o se despliegue, la ternura o lo horroroso, el frío o el calor, donde se extienden las mil formas de lo íntimo, del sexo, de la locura y del riesgo. 

Fleabag habla desde su imposibilidad, desde la equivocación, desde la incomodidad. Pero también desde su audacia: su fuera de borde la vuelve irreverente, ese es su agite.

Habla la potencia insurgente, lo obsceno de lo erótico, de lo ilegítimo e indebido, que irrumpe y que pone en contraste y denuncia su contrario: el sometimiento de los cuerpos.

Creamos un mundo y lo vivimos, y también inventamos con furia y entusiasmo los modos para desestabilizarlo. Tratamos de ser valientes, pero no sabemos bien cómo hacerlo. No entendemos porque la insumisión se nos escapa todo el tiempo, y se nos revela en los momentos menos esperados. Esa soledad, no individual si no singular, esa fragilidad de la existencia como una brújula para destrozarlo todo, aunque sea un instante. Ese gesto de ternura que a veces, sin saberlo ni proponérselo, se convierte en el acto más subversivo.

Fleabag habla, muestra una existencia, una vida, ese momento que hace temblar la tierra, y que luego se desvanece, para volverlo todo otra vez a esa ficción insoportable, o tolerable en los mejores casos.  Habla sobre la inmanencia y su poder.

Y habla esa potencia tan sutil, hermosa y monstruosa -que nos enseñó el feminismo- de la desobediencia.


Sofia Guggiari es psicoanalista, actriz y escritora.

Frida Jazmín Vigliecca es licenciada en Actuación, actriz, directora y arteterapeuta.

 

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