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Actualidad del teatro y el pensamiento de Eduardo Tato Pavlovsky

Pavlovsky ha sido y no ha dejo de ser un grandote imprescindible. No sólo por su aporte al psicodrama en Latinoamérica y su compromiso político, sino, también, como actor y, sobre todo, como dramaturgo. Trabajar con los textos de Tato es un gran desafío, tanto para el director como para los actores. Sobre todo aquellos textos con la clara influencia de  Samuel Beckett y de Harold Pinter. El absurdo y el clima opresivo atraviesan parte de sus obras. La experiencia previa como director, no sirve de nada con sus obras. Salvo que se fuerce hacia otra estética y se lo encasille, lo que puedo decir que sucede a menudo. No hay una receta, no hay algo previo, no hay mapa, sólo hay que dejarse afectar. Y eso era, justamente, lo que contestaba él, cuando algún elenco o director, le preguntaba por cómo debía encarar una obra suya. “El texto es tuyo, el grupo es tuyo, el social histórico es el tuyo, inventá cómo haces esa letra en este momento”. Tarea nada sencilla, porque sus personajes están, siempre, atravesados por múltiples afecciones y devenires. No hay una construcción stanislavskiana en el abordaje del personaje. El teatro de Tato es un «teatro de estados».

Siempre dijo Pavlovsky que, cuando escribía, lo hacía pensando en el cuerpo del actor. Fue un autor que escribía con el cuerpo. Sus textos, por lo menos en una época, fueron trabajados, en gran parte, por improvisaciones, antes de llevarlo al papel. Valga como ejemplo, una de las obras más emblemáticas: Potestad. Según el propio Pavlovsky, la obra la escribió en una tarde y duraba unos 30 minutos. Pero, un día, cuando se estaba por terminar el texto, en una función, empezó a improvisar y la obra terminó durando 50 minutos. El que, luego, fue publicado era el texto original, más la transcripción de la  improvisación. Sin embargo, nunca dejó del todo de improvisar sobre su propia obra escrita e, inclusive, una vez estrenada. Teatro “del borrador”. En sus monólogos podía incorporar nuevos devenires del personaje, sin que  por eso afectara la obra.

Alguien le dijo, alguna vez, que él era el Darío Fo del subdesarrollo. Y es verdad que, además de tener de cierto parecido con el italiano, Tato manejaba, sobre todo en sus monólogos, registros de comicidad y dramáticos, cercanos a la comedia del arte.

Muchos de sus textos echan luz o alertan sobre los microfascismos y la colaboración civil durante una dictadura. Su teatro más político, aunque se podría decir que todo teatro es político, nunca es directo ni panfletario. Tanto en el Señor Galíndez como en Potestad, podríamos decir que fueron escritas bajo la influencia del concepto de la banalidad del mal de Hanna Arendt. La filósofa afirmaba que se pueden cometer atrocidades y grandes daños sin dejar de ser una  persona «normal». Y, sobre todo, dichas personas “normales”, no sientían responsabilidad personal, ya que se escudaban en que recibían órdenes. Pavlovsky pone el foco, por primera vez, en la tortura como institución y no necesariamente como un acto perverso individual. En Potestad, el protagonista, médico colaborador de la dictadura militar argentina, se queda con un bebé de padres fusilados en un allanamiento. Esto no le impide tomar a la criatura y criarla y  amarla  como si fuera su propia hija. No hay contradicción.

En una entrevista dijo que respetaba el teatro de Bertolt Brecht, pero, que le parecía muy didáctico, en el sentido de que estaba demasiado clara la dicotomía entre el bien y el mal: quiénes eran los enemigos y quiénes los amigos. Para Pavlovsky, en cambio, la cuestión es mucho más compleja. Por eso, las Madres de Plaza de Mayo nunca  aceptaron que al personaje de Potestad se lo mostrara como un tipo cariñoso y buen padre de familia. El filósofo Darío Sztajnszraijber, siempre, dice algo que es interesante:  «yo nunca escuché que alguien cometa atrocidades en nombre del mal. Siempre, es en nombre del bien»

Para mí, los dos grandes temas que aborda la dramaturgia de Pavlovsky, y con el riesgo de caer en reduccionismo, están siempre ligados a  sus intereses personales. Por un lado, lo político, traducido un poco al hecho de mostrar el poder, la tortura, la dictadura y los microfascismos, como parte, se podría decir, dramática. Y, por otro lado, sus inquietudes existenciales. El amor, las mujeres, el suicidio y la muerte tomadas con humor, pero, no por eso, sin dejar de tener mucha profundidad. Todo mezclado en mayor o menor medida.

Mi experiencia con los textos de Tato empieza en el 2013, con  la dirección de Potestad. Una versión que hice en homenaje a Tato en vida. Luego vinieron Cámara lenta, La muerte de Marguerite Duras y, actualmente, Rojos Globos Rojos.  En el 2016 y para conmemorar un año del fallecimiento del autor, organicé, junto a Jorge Dubatti, un homenaje donde subieron en escena, durante octubre del 2016, varias obras del autor,  en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y en salas asociadas al homenaje (en Mar del Plata, Puerto Madryn, Río Negro y CABA).

En Rojos Globos Rojos, que dirijo y está en cartel en éste momento en el CCC, realicé un trabajo de investigación y adaptación para incorporar textos de otras obras de Tato. Tiene mucha actualidad, teniendo en cuenta que se estrenó en los noventa. El tema principal es el posible cierre del espacio teatral de los protagonistas, por no poder pagar la luz, el gas y el alquiler. Esta situación límite juega a favor en el hecho de despertar en ellos ciertas inquietudes y cuestionamientos existenciales. Que, si bien en el texto original ya estaban, fueron reforzadas y multiplicadas con escenas de otras obras del autor. Rojos Globos Rojos es una metáfora de la resistencia y la resiliencia al embate contra la cultura popular.

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