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Los grandes escritores olvidados de nuestra América
Descolonizando la Literatura Latinoamericana (Primera entrega)
Los diferentes procesos de colonización que ha venido sufriendo nuestra América, desde las invasiones de algunas monarquías imperialistas europeas -como España, Francia e Inglaterra-, han producido que las culturas de estos invasores intenten imponerse sobre las propias, de diferentes maneras y con distintos objetivos, muy concretos y perjudiciales para el desarrollo cabal de nuestras propias culturas. Esto no significa que el contacto pacífico y el intercambio enriquecedor entre culturas sea, siempre, algo negativo, no planteamos aquí culturas puras, ya que estas no existen y son, sólo, una invención de fanáticos puritanos que poco tienen que ver con la realidad humana. Lo importante y saludable para las diversas culturas es que, dicho contacto, intercambio y mestizaje, no debe producirse de modo colonialista e imperialista y con objetivos de ocupación y dominación de una cultura por otra.
Todas las culturas humanas son el producto de distintos mestizajes, no hay cultura pura, ni la más antigua lo es. Las culturas americanas anteriores a las invasiones europeas, también, habían producido mestizajes entre sí, a veces, de modo pacífico y, otras, de modo violento y colonialista, también. Pero, los efectos que ha producido el capitalismo europeo en nuestra América han sido devastadores y sus venenos han calado bien hondo en nuestras culturas colonizadas. Grandes procesos de liberación nacional y popular han intentado revertir esos mecanismos colonizadores. Y, en la época contemporánea, en varios países, sobre todo de Sudamérica, se produjeron -en algunos siguen produciendo- fenómenos muy importantes de liberación política, social y económica y, claro está, cultural. Quizá, los ejemplos más importantes hayan sido los de Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Evo Morales Mayta en Bolivia, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina y Rafael Correa en Ecuador, entre otros y otras.
Si hablamos de Literatura Latinoamericana, indudablemente, debemos empezar por los, hoy, llamados pueblos originarios; siquiera por una cuestión de cronología nomás. Estos pueblos agrupan un sinnúmero de culturas muy disímiles, pero, que la historia ha unido, en los últimos tiempos, en sus luchas contra los invasores capitalistas, imperialistas y colonizadores que se han venido sucediendo a lo largo del tiempo, masacrando poblaciones enteras en nombre de la civilización y la razón científica y tecnológica que, hoy, arrasa nuestro planeta. Desde las invasiones de españoles y portugueses iniciadas en 1492; pasando por la esclavización sin límite en las minas, yerbatales, zafras, frutales, etc. de los ya nombrados, más los ingleses, franceses, holandeses, alemanes y, nuestros vecinos, los estadounidenses, si es que no me olvido de nadie en esta lista tan prestigiosa de defensores de la libertad, la cultura, las bellas artes, la civilización, la religión cristiana y demás valores occidentales tan manoseados e incumplidos por sus mismos creadores; hasta los mismos terratenientes y empresarios nacionales de Latinoamérica que, siguiendo el atroz ejemplo de sus antepasados europeos, masacraron, esclavizaron y explotaron hasta el hartazgo a los pueblos que tuvieron la mala suerte de habitar en su mismo territorio.
Entonces, por los motivos ya señalados, me referiré a dos grandes poetas pertenecientes a dos pueblos originarios. En primer lugar, el príncipe azteca y tlamatini (el que sabe algo) Nezahualcóyotl (Tezcoco, 1402-1472), cuya vida fue narrada con precisión por José Martínez, en su magnífico libro Nezahualcóyotl. Vida y obra. En sus cantos, escritos en náhuatl, se unifican la poesía y la filosofía, cuyas corrientes emergen de un mismo cauce, al igual que en los textos de los inmortales filósofos griegos presocráticos, como Heráclito de Éfeso. Los grandes problemas metafísicos: el ser, la muerte, la nada, el sentido de la vida, el destino y el tiempo, forman una comunión con las flores, los pájaros, la danza y el canto, en sus poemas. Por los relatos del historiador Chimalpain, sabemos que, a los 16 años, vio morir a su papá, Ixtlilxóchitl, en manos de los hombres de Tezozómoc, lo cual produjo la ruina de su ciudad, Tezcoco, ocupada por los tecpanecas. Se dice que su reinado fue una época de gran esplendor cultural y artístico y, además, se lo menciona como un gobernante revolucionario que se opuso, en cierta medida, a la religión oficial y a los sacrificios humanos. Como ejemplo, transcribo a continuación un breve texto suyo, que nos llegara en versión náhuatl y en caracteres latinos, a través de la obra Cantares mexicanos y que fue traducido, por Miguel León-Portilla, al castellano:
Estoy embriagado, lloro, me aflijo,
pienso, digo,
en mi interior lo encuentro:
si yo nunca muriera,
si nunca desapareciera.
Allá donde no hay muerte,
allá donde ella es conquistada,
que allá vaya yo.
Si yo nunca muriera,
si yo nunca desapareciera.
Pasaré, ahora, al segundo autor. Luego de una enorme cantidad de textos poéticos anónimos en quechua, que se remontan a épocas inmemoriales y que se salvaron de la destrucción cultural producida por los colonizadores españoles, aparece, durante la guerra de la independencia, el poeta y guerrillero quechua Juan Wallparrimachi Mayta (1793-1814). Quien luchara contra los realistas españoles para lograr la liberación de los pueblos americanos y muriera en la batalla de las Carretas, bajo el mando de Manuel Asencio Padilla, esposo de Juana Azurduy, el 2 de agosto de 1814. Su mamá, María Saguaraura, nacida en el Cuzco, era descendiente directa de los incas. Juan Wallparrimachi Mayta es, sobre todo, el cantor del desamor y el dolor por el abandono de la mujer amada. Aunque, es mucho más que eso, ya que posee un enorme lirismo y una gran capacidad para hacer de la naturaleza que lo circunda y lo conmueve una expresión de sus más hondos sentimientos. Transcribo a continuación un texto de este poeta, en quechua y en su traducción al castellano, realizada por el gran quechuista boliviano Jesús Lara. Es un fragmento de su poema Kacharpari, es decir, Despedida:
¿Chiqachu, urpi,
ripusajj ninki,
karu llajtaman
mana kutimujj?
¿Pitan saqinki
qanpa tupupi,
sinchi llakiypi
asuykunaypajj?
Rinayki ñanta
qawarichiway.
Ñawpa risuspa
waqaynillaywan
ch’ajchumusqasajj
sarunaykita.
¿Cierto es, paloma mía,
que te has de ir
a un país muy lejano
para no retornar?
¿A quién has de dejar
en tu nidal
y en mi tristeza a quién
he de acudir?
Enséñame el camino
que has de tomar.
Partiré antes que tú
y con mis lágrimas
he de regar la tierra
que has de pisar.
No me parece superfluo resaltar que, a muchos de nosotros, latinoamericanos no pertenecientes a un pueblo originario de este continente, nos suele producir una suerte de sensación, casi inconsciente, de estar ante algo absolutamente desconocido y exótico leer un texto escrito en uno de los idiomas de estos pueblos. No nos olvidemos de que una de las primeras cosas que ataca el colonizador es la cultura y, dentro de esta, la lengua de aquél a quien busca colonizar. Por ese motivo, los colonizadores españoles escribieron tantas gramáticas de lenguas de los pueblos originarios y, por eso mismo, el autor de la primera gramática castellana, Antonio de Nebrija, publicada en Salamanca el mismo año de la llegada de Colón a América, 1492, escribió, en el prólogo a dicho texto fundacional: “que siempre la lengua fue compañera del imperio”. Sin un pensamiento crítico sobre nuestro pasado histórico y sin una reflexión profunda sobre los sistemas de colonización que nos impusieron y, en muchos sentidos, nos siguen imponiendo, no nos será posible llevar al acto, de forma integral, el proceso de descolonización de nuestra América.
Santiago J. Alonso es artista plástico, escritor, licenciado y profesor en Letras (UBA) y periodista.
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