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La Sombra de la hoja, Daniel Viola (el suri porfiado)

En los últimos diez años, la obra de Daniel Viola irrumpió en el panorama de la poesía argentina, con una fuerza y una belleza singular. Cuando recurro a la palabra obra, no creo cometer una utilización equívoca del término. En ese período, Daniel Viola publicó cuatro libros (La memoria de las sombras, en el 2009; El lenguaje de los días, en el 2012; Tal solo cruzar la calle, en el 2015; y El nacimiento de los ecos, en el 2017), que no dudo en calificar de extraordinarios. No sólo por su calidad, sino, porque encierran una verdadera cosmovisión poética coherente.

Hago referencia a una irrupción para destacar la originalidad de su poesía y, también, para advertir que, en el momento actual, no abundan libros que puedan ser leídos, desde la emoción, como un solo texto y, a su vez, como poemas aislados, que fraguan en sí mismos y nos permiten evocar instantes pasados, que hubiésemos querido retener en una suerte de epifanía.

La sombra de la hoja, que acaba de salir con el sello editorial el suri porfiado, es, tal vez, el punto más alto de la producción poética de Daniel Viola y resume, con perfección, una estética que podría definirse como el punto de encuentro sublime entre lo sagrado y lo cotidiano, el pasado y el presente, la luz y la sombra.

Daniel Viola ha logrado, en este libro, algo único: hacer que el lector protagonice varias vidas, transforme su memoria, atraviese la experiencia única de recordar aquello que jamás ha vivido. Al terminar de leer algunos poemas, creemos haber sido otros, no sólo aquéllos que somos. Es esa alquimia el secreto de su poesía ¿Fuimos nosotros los que llevamos la mesa a las sierras, los que sentimos el olor de la escuela, los que volvemos a la penumbra, los que evocamos a Leónidas Escudero, a Jorge Marziali y a tantos que no están?

Daniel Viola ha buscado lo absoluto en distintas formas del arte y, en particular, en el teatro. En sus poemas se percibe que es, también, un gran actor. Sus versos fueron escritos para ser leídos en voz alta. Hay algo, en su poesía, que desplaza al silencio y convoca a la música de las palabras ¿Quién puede leer en silencio la frase “…era otra la altura de su fiesta…”?  ¿Quién puede prescindir de la voz cuando sus ojos recorren “…la herida de la ausencia”?

Al leer este libro, siento que alguien me habla sobre lo que ha vivido, pero, lo hace con mi propia voz. Tal vez, la poesía sea esa identificación secreta. Daniel Viola hace que nos detengamos a contemplar la sombra de una hoja y nos lleva, con las palabras, a un paraíso del cual jamás podrán expulsarnos.

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