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La quinta, de Silvina Schnicer: revisitando lo siniestro

La película de la codirectora de Tigre (2017) y Carajita (2021), presentada en la Competencia Internacional del último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, hace foco en un espacio consagrado al ocio que, lejos de cumplir con su objetivo, se vuelve nodal para la exploración de los miedos y las zonas grises de una familia.

 

El matrimonio compuesto por Rudi (Sebastián Arzeno) y Silvia (Cecilia Raneiro) viaja con sus dos hijos y su hija a una casaquinta; espacio nodal para el ocio de la clase media. Sin embargo, ya desde el comienzo nada sale como se pretendía; alguien ocupó la casa y las culpas se dirigen casi unívocamente hacia quien ejercía el rol de cuidador. Este hecho sirve para revisar si, acaso, se hace necesario contar con un personal más apto (“precarizado”, probablemente también). Hacia este aspecto, la película deconstruye el ámbito progresista y retrata de forma crítica cuánto hay de postura y cuánto de pensamiento genuino.

Schnicer se interesa por ese aspecto más “social” del relato, pero no margina la intimidad de este grupo en donde, de a poco, la distancia entre la adultez y la niñez comienza a revelarse más tajante e inquietante. Se trata de aquella idea de lo siniestro, con la que Sigmund Freud arrojó luz –precisamente- sobre lo que no debe ser revelado y, sin embargo, se revela. Lo pulsional/familiar que emerge y desestabiliza el orden de las cosas. Dentro de esta perspectiva, la realizadora contó con un trabajo de fotografía y de composición sonora sobresalientes (a cargo de Iván Gierasinchuk y Nahuel Palenque), que profundizan la idea de amenaza latente. En cuanto a los sonidos, se percibe un adecuado juego de contraposiciones entre los graves y los agudos, la naturaleza y lo cotidiano, potenciado por un interesante fuera de campo que promueve una tensión in crescendo.

En una tercera línea que se hilvana con la dinámica entre adultos y chicos y la problemática de la seguridad (si bien no estamos en un country, hay algo de su hermetismo que se marca durante todo el filme), se instala la permanencia de la crueldad entre los propios infantes, zona trabajada con sutileza y que propone una torsión del realismo hacia un fantástico solapado. Es claro, entonces, que La quinta demanda un tipo de espectador atento a los detalles, a las sugerencias más que a lo explícito, capaz de revisar su propia historia familiar para ingresar a esta familia, tal vez apenas antes de empezar a resquebrajarse.


Ezequiel Obregón es docente en el área de Lengua y literatura y periodista cultural. Es estudiante de la Carrera de Artes Audiovisuales, con orientación en Realización (UNLP). Integra el Área en Investigación de Ciencias del Artes del Centro Cultural de la Cooperación. Vive en San José, Temperley, provincia de Buenos Aires.

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