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Francisco Tete Romero, entre la Feria Internacional del Libro de Antofagasta, Chile, y el jeroglífico en el desierto de Atacama

El sábado 5 de julio, Francisco Tete Romero presentó su novela Fantasmas del Paraná en la XIV Feria Internacional del Libro Zicosur, FILZIC Antofagasta,  en un conversatorio con el poeta chileno Patricio Rojas Figueroa, creador y Director Ejecutivo de esa feria del libro.

Su libro integra la colección Iberletras, coedición argentino-española, entre la editorial Contexto, de Chaco, y la Asociación Cultural Iberoamericana de Huelva, en la cual figuran escritores y escritoras de América Latina y España.

 

 

Sobre Fantasmas del Paraná

 

Un día de 2022, una mujer se interna en las aguas bajas del Paraná, desde la orilla correntina. Detrás de ella parten, en los días siguientes, más y más mujeres. Van en busca, dicen, de lo que el río, alguna vez, les arrebató. La bajante saca a relucir fantasmas y cierta precariedad -restos de algún navío, mugre y residuos-, pero, también, saca a flote el compendio de historias que un pueblo, una ciudad, un paraje y un mundo cargan sobre el lomo. Una novela como un registro de cuanto puede haber bajo las aguas.

Cronista y juglar en el desierto verde, Tete Romero aglutina, en Fantasmas del Paraná, las urgencias de ahora y las urgencias de siempre -a no ser que, con sus traducciones correspondientes, las urgencias sean, siempre, las mismas. Desde las peripecias de la conquista de nuestro territorio provincial, a los ecos y cimbronazos de las dictaduras. Desde las agachadas neoliberales -valga la redundancia- y la explotación de mujeres y niños, hasta la pandemia que, ahora mismo, nos aturde. Pero, en Fantasmas del Paraná, también, resplandece la épica que se alza, la conciencia mala y de la buena, la alegría con que se puede contrarrestar la alienación. Eso escribe el escritor Mariano Quirós en el prólogo de dicha novela.

 

 

En pleno desierto, un testimonio político del poder del arte en clave emancipatoria

 

Francisco Tete Romero visitó, además, el jeroglífico del poeta chileno Raúl Zurita en el desierto de Atacama.

Junto al poeta paraguayo Fernando Pistilli Miranda, al escritor chileno Patricio Rojas Figueroa y Fernanda Hamberg, artista visual, curadora, gestora cultural y docente de la Universidad Nacional de La Plata, estuvieron en el desierto de Atacama, para contemplar el inmenso jeroglífico de 3 kilómetros del enorme poeta chileno Raúl Zurita: Ni pena mi miedo, escrito en 1993, como testimonio de su resignificación del horror vivido en la dictadura de Pinochet, porque estuvo en el campo de concentración de la isla Dawson. Porque allí vivió con pena y con miedo. Por eso, precisamente, ya en democracia, quiso testimoniar, desde el arte de su potencia poética, lo que ahora sentía, como legado a las nuevas generaciones de para qué y cómo sirve la memoria histórica, con un inmenso jeroglífico: Sin pena ni miedo.

En el silencio milenario del desierto de Atacama, la región más seca del mundo yace para nosotros las palabras cargadas de poesía y futuro del poeta Raúl Zurita.

Compartimos, a continuación, parte del primer capítulo de Fantasmas de Paraná:

“Nadie supo por qué Mamá se largó a cruzar a pie el Paraná. Sola Marta, su vecina, la escuchó decir ahora que el río nos deja voy a buscarla. Y se largó sin mirar a nadie, como poseída, enfilando derechito hacia la zona de la nueva costanera, hacia la playa, caminando cada vez más agachada en la arena, no escuchando lo que dos hombres le decían señora que hace señora le va a hacer mal y entró a las aguas del Paraná y ahí si levantó la cabeza y miró al cielo o lo que sea que está arriba de nosotros.

Atardecía en Corrientes, comenzaba el otoño y Mamá iniciaba su camino por el río, la búsqueda imposible de mi hermana Marité.

Ella fue la primera que caminó por las aguas entonces mínimas del Paraná. Después se largó a pie o a caballo una legión de desquiciadas, así comenzaron a llamarlas, que luego de los primeros días de total desconcierto, cuando estuvo expresamente prohibido hacerlo y las costas de ambos lados del puente Belgrano estuvieron rigurosamente custodiadas, seguían brotando de quién sabe dónde desafiando las guardias de las prefecturas de las dos orillas, sobre todo en sus cambios de turno.

Hasta ese momento yo la visitaba una vez por semana. Seguía viviendo en Resistencia, pero ahora en su casa, en la casa de Mamá que nunca aprendió a sentir como propia, o al menos eso me decía y creo que eso sentía, porque su segundo marido le duró poco, cuatro o cinco años nomás y cuando se mudaron al barrio Central Norte Mamá ya empezaba a confundir los lugares y los tiempos y a meter de sorpresa en cualquier conversación a mi hermana Marité que hacía demasiado tiempo que ya no estaba. Por eso digo que no se halló en esta casa donde ahora estoy, mitad porque me había quedado sin lugar donde vivir, mitad porque Mamá me dijo Beto quedáte acá por favor porque yo tengo que estar cerca de tu tía Angelita, su hermana mayor, porque estaba muy enferma y tenía que acompañarla en sus últimos meses. Para que me cuides la casa agregó. Por eso se fue a Corrientes o eso creía al menos hasta que empecé a entender, ya tarde, por qué había cruzado la otra orilla”.

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