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Violeta, Alfredo y Chavero

Voces de la poesía y la canción latinoamericana

Se ataca, se conspira, se adversa a los [1] que generan y a toda realización que requiera continuidad. Se invocan cambios, disparos fugaces que no renuevan los vientos, como lo hicieron Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa y Atahualpa Yupanqui, al fraguar sentidos en palabras por los desheredados y sin voz.

¿Qué oímos, hoy? ¿Por boca de qué y de quiénes hablamos? ¿Qué construimos? ¿Qué espacio? Parafraseando lo expuesto hace décadas por Rodolfo Kusch, en uno de sus brillantes escritos, y que lleva por nombre Un maestro a orillas del río Titicaca[i], nos preguntamos: ¿qué posible inscripción de nuestra propia vida en el paisaje; a qué aspectos de nuestra vida corresponden los signos, técnicas y ciencias que aprendemos?

Qué música, que no sea sólo esa…que no anime nada, que no transporte nada, que sólo comunique el bombazo concreto del sonido…”, como escribió Roberto Cignoni en el poema la rosa y la peste, de su libro La tempestad[ii]. Con el vigor de aquellas dos últimas preguntas y la profundidad de la citada frase poética, tratamos de cuestionar, en relación a los tiempos que corren, las consecuencias de una apreciación ilusoria, no exenta de complicidad, del acontecer de la cultura, que lleva a concebir y percibir lo que vivimos, en cuanto a hábitos de escucha y producción musical, únicamente, como efectos de una progresiva actualización histórica. Y no, y por sobre todo, como productos de la alienación política y económica provocada en nuestro país, sin advertir la instancia crítica, que se atraviesa socialmente, de ruptura entre impulso emocional y su posible simbólica presentación y representación. Enajenación, respecto a las propias necesidades en lo que hace a desarrollo cultural; usufructuada en beneficio de pocos ricos que concentran, en altos estratos sociales, mayor poder a cada instante; siendo, a la vez, motor de sin sentido y carencia para la gran mayoría de la población, estancada en situación de pobre y rasa igualdad.

Otro era el cantar, otro era el decir, lo construido, lo forjado en palabras y acciones, otro el espacio habitado, tomado por Violeta Parra, por esa Viola volcánica –nombrada así por su hermano Nicanor [iii]-, la que atacaba con relámpagos –según Pablo Neruda-[iv]; que sostuvo el interés contrario al de aquellas personas que, habiendo trabajado mucho tiempo en cosas “antichilenas”, continuaban con el propósito de seguir haciéndolo. Porque, como decía José María Arguedas –en una charla sobre nuestra querida Violeta, ofrecida en la Universidad Católica de Chile en 1968, al cumplirse un año de su muerte: “…ella era lo más chileno que yo tengo la posibilidad de sentir, sin embargo, es lo más universal que he conocido en Chile… lo más genialmente individual y lo más genuinamente popular… cargada de una conciencia sumamente lúcida de su propio valer, y a través de este, del valer, de la calidad de todo lo que ella había buscado y encontrado en las clases populares… El arte que crean los negros, los indios, los mestizos, es considerado como un arte inferior. Por lo tanto, ese arte sirve para diferenciar a estos grupos, para segregarlos e, incluso, para menospreciarlos… sin embargo, algunos artistas, grandes creadores, han logrado convertir estos elementos diferenciantes en elementos unificantes…”[v]

De esa mencionada conciliación de diferencias, que implica un reconocimiento y jerarquización de lo descartado y confinado al olvido por el poder capitalista, burgués y financiero, en la que se consuma, finalmente, una identidad del mestizaje, dan cuenta las palabras de la propia Violeta, antes del inminente estreno de su ballet El gavilán –originalísima metáfora trágica de la relación entre opresores y oprimidos, personificados, respectivamente, por los dos protagonistas del drama, el gavilán, hombre poderoso y cruel, y la gallina, la mujer sufrida y resistente ante los embates de su predador y un entorno misógino y hostil. Explicando el contenido de su composición, en una entrevista radial del año 1960, Violeta se refirió al empleo de los instrumentos musicales y las voces humanas “…las guitarras, las arpas, los tambores y las trutucas –es una mezcla-, sumada la orquesta sinfónica. Van a haber voces; este canto tiene que ser cantado, incluso, por mí misma, porque el dolor no puede estar cantado por una voz académica, de conservatorio, tiene que ser una voz sufrida como la mía, que lleva cuarenta años sufriendo, entonces, hay que hacerlo lo más real posible, voy a tener que cantar yo este ballet –esperar que mi voz esté en condiciones-, pero secundada, afirmada por coros masculinos y femeninos…”[vi]

La voz de Violeta, la que alumbra, así preferimos llamarla, tal vez como lo hubiera hecho don Ata, ya que él hablaba de “los que alumbran”, a diferencia de “esos que deslumbran”, y Violeta fue, sin duda, una alumbradora del tiempo, una vaticinadora en su tierra, una profeta para el mundo. Escuchemos su voz, que se agiganta con los años, como el manar de una fuente inagotable: Si escribo esta poesía / no es sólo por darme el gusto, / más bien por meterle un susto/ al mal con alevosía; / quiero marcar la partía, / por eso prendo centella, / que me ayuden las estrellas / con su inmensa claridad / p´a publicar la verdad / que and´a a la sombra en la tierra.” [vii]

También, en el extremo sur, pero del lado oriental del Río de la Plata y de nuestro continente, Alfredo Zitarrosa sintetizó, desde su país, como lo hiciera Violeta en Chile, los soplos ancestrales del aborigen, del africano y del europeo, dando reflejo, por medio de su obra, a un perfil claramente uruguayo, al intensificar, a partir de tal condición, el vínculo entre todos los pueblos que viven, comprometidamente, el camino de la lucha por su liberación “… mi pueblo no es argentino/ ni paraguayo, ni austral, / se llama pueblo oriental / por razón de su destino. / Pero recorre el camino / de sus hermanos amados / el de tantos humillados / el de América morena / la sangre de cuyas venas / también late en su costado…”[viii]

Alfredo, como Parra, concilió diferencias al relacionar distintas tradiciones populares, haciendo más integral y concreto a su canto “… Así pues no habrá camino / que no recorramos juntos. / Tratamos el mismo asunto / orientales y argentinos, / ecuatorianos, fueguinos, / venezolanos, cuzqueños, / blancos, negros y trigueños / forjados en el trabajo, / nacimos de un mismo gajo / del árbol de nuestros sueños…”[ix]

Acusó las distancias entre soberbios y humildes, denunciando los engranajes perversos del poder abyecto, en un cantar que, con su energético vigor poético y político, cobra absoluta actualidad en la Argentina de hoy: “… los que decimos que miente / al ver que nos ha mentido / somos unos malnacidos / para el señor presidente, / el que no sea consecuente / con el poder reaccionario, / tiene que hacerse el otario / o hacerse cómplice de él, / porque firmando un papel / él puede cerrar los diarios…”[x]

Unido al destino de un pueblo y un río, llamado Pájaros pintados, que diera nombre, en guaraní, a su país –Uruguay-, el sentido del arte de Alfredo Zitarrosa palpita en los desplazados y marginados de su propia tierra, lazo profundo con el paisaje madre, que es fuego que no se apaga, brasa latente, que la vida de los que siembran con su sangre y su trabajo alientan en un continuo retorno: “…Y es que desde el pasado viene un hilo de sangre / sube desde el otoño al puño del verano. / En el miedo y la ira, en la muerte y el hambre / la vida está sembrando nuestro triunfo cercano / ¡Volveremos los idos y los recién llegados, / uruguayos nacidos en otras primaveras, / que traen en los ojos sus pájaros pintados, / la certeza de luz, puntual, que nos espera! [xi]

“Nunca se sabe dónde terminan los caminos y dónde comienzan las bagualas. Porque son caminos también, esos rumbos del canto montañés que el hombre busca, o halla, y sigue por ellos, noche adentro y sueño arriba…”[xii] Héctor Roberto Chavero, más conocido como Atahualpa Yupanqui, recorrió los caminos de la Argentina, su país, el nuestro, con la voz y la guitarra; cruzó y ladeó los ríos, resonando a su paso y en su canto, los sentidos más profundos del hombre y el paisaje. Llanura, pampa, selva y montaña, oficios y tradiciones, fueron sustancia y motivo de su poético narrar, transmitiendo el canto de los días con sus sonidos de ríos y pajonales, de pájaros y aire limpio, y de las coplas, nacidas “cuando la noche le ha robado el paisaje de afuera…” al hombre “… y se anima a abrir la ventana de su otro mundo” [xiii]

“… Si la vida cambiara / si floreciera el alma como florece el árbol…/ Si la voz que nos nombrara fuera música. / Si las mulas que arreamos fueran nuestras. // Entonces sí que vengan mensajes de la luna. / Y guiños de la estrella. / Y se embriague la vida de la luz de las calandrias. / Y el verde de las hierbas…”[xiv] Testigos del andar del hombre con sus penas y alegrías, viviendo logros y carencias, cuando la noche nos cubre, ríos y caminos alientan el trovar en coplas, oraciones que le hablan a la oscuridad infinita. “El río es puro paisaje / lejos sus aguas se van / pero mis campos se queman / sin acequias ni canal” [xv].

Lanzando un grito sin respuesta ante lo desconcertante, sin cobijo ante la inclemencia, el destino del montañés va río arriba, camino de las mulas: “Se levanta en el cerro / la voz doliente de la baguala / y el camino se lamenta / ser el culpable de la distancia” [xvi]

“¡Que mientras adentro duela lo inútil, lo inseguro, latigazos del hambre, desamparos y olvidos… andarán cuesta arriba las mulas con su ritmo, rumbo de la noche oscura! // ¡Y el hombre de los cerros guardará su baguala/ con un grito sin eco; extranjero de la vida, perdido en la distancia/ enardeciendo angustias/ y degollando sombras…! // Con un destino igual al de los ríos: / Cantar, llorar, y andar por los caminos.” [xvii]

El sentido del silencio, que otorgaban las pausas de su decir, como nombrando lo impensado “… El color del silencio es de un hondo tono pardo en el que flotan vibraciones de una campana por un infinito anhelo…”[xviii]

Recordando, además, las desigualdades pretendidas e impuestas por los dueños de la tierra y sus aduladores, en desmedro de quienes la trabajan: “El estanciero presume / de gauchismo y arrogancia. / El cree que es extravagancia / que su peón viva mejor / más no sabe ese señor / que por su peón tiene estancia.” [xix]

Consciente de su raíz y de que de allí procede todo sustento de renovación, para transformar al hombre solitario en multitud y a la realidad compartida con los otros, a través del canto poético y el trabajo “Pobre nací y pobre vivo. / por eso soy delicado. / Estoy con los de mi lao / cinchando tuitos parejos / pa´hacer nuevo lo que es viejo / y verlo al mundo cambiao” [xx]

Han transcurrido varias décadas desde los años 60, del pasado siglo XX, en los que Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa y Atahualpa Yupanqui, coincidieron en el ejercicio de su arte, con toda la potencia y plenitud de sus acciones, dando cuenta de lo frágil y resistente de la condición humana, y del mayor peligro que acecha al hombre, que es siempre la codicia y la ambición, al amparo de un sistema que reduce toda importancia sensible a la posesión y concentración de poder, en perjuicio de los más débiles y vulnerables, en perjuicio del pueblo.

¿Qué oímos, hoy? ¿Por boca de qué y de quiénes, hablamos? ¿Qué construimos? ¿Qué espacio? Violeta, Alfredo y Chavero –nuestro Atahualpa- fueron tejiendo las tramas de sus guitarras y sus cantos, de su música y su poesía, de su andar pensante por el mundo, con el convencimiento, indeclinable, de aquellos que con su obra son parte de un destino, a realizarse, el de la comunidad y el paisaje, el de los pueblos que cumplen, en su devenir histórico, con el curso imparable y siempre generador del trabajo, el crecimiento y la liberación.


[1] En este trabajo el uso genérico del masculino y/o femenino no implica la adhesión a un lenguaje sexista. Su utilización sólo pretende facilitar la lectura del texto.

[i] Un maestro a orillas del río Titicaca, de Indios, porteños y dioses  (1966) por Rodolfo Kusch (Editorial Tierra del Sur, 2018, pág. 40).

[ii]  La rosa y su peste, de La tempestad, por Roberto Cignoni (Editorial Descierto, 2012, pág. 33).

[iii] Cita de Defensa de Violeta Parra,  por Nicanor Parra, de Décimas-Autobiografía en verso, por Violeta Parra (Editorial Sudamericana de Chile, 1998).

[iv] Cita de Elegía para cantar, por Pablo Neruda -ídem nota anterior-.

[v] Palabras del escritor peruano José María Arguedas (1911-1969), en una mesa redonda en torno a Violeta Parra -Universidad Católica de Chile, año 1968.

[vi] Fragmentos de una entrevista radial a Violeta Parra, realizada por el locutor Mario Céspedes –Radio Universidad de Concepción, Chile, año 1960.

[vii] Décima, de Décimas-Autobiografía en verso, por Violeta Parra (Editorial Sudamericana de Chile, 1998, pág. 158).

[viii] Diez décimas al pueblo argentino -fragmento-, de Textos políticos, por Alfredo Zitarrosa (Página 12, 2004).

[ix] Ídem nota anterior.

[x] Milonga de contrapunto -fragmento-, de Textos políticos, por Alfredo Zitarrosa (Página 12, 2004).

[xi] Desde el exilio -fragmento-, de Textos políticos, por Alfredo Zitarrosa (Página 12).

[xii] Bagualas y caminos -fragmento-, de Aires indios (1943), por Héctor Roberto Chavero (Editorial Tierra Firme, 2017, pág. 24).

[xiii] Ídem nota anterior.

[xiv] Baguala -fragmento-, ídem nota anterior (pág. 26).

[xv] Trabajo, quiero trabajo -fragmento-, de Atahualpa Yupanqui -íntegro- vol. 1, por Atahualpa Yupanqui (Página 12, 2000).

[xvi] Camino del indio -fragmento-, de Atahualpa Yupanqui -íntegro- vol. 4, por Atahualpa Yupanqui (Página 12, 2000).

[xvii] Baguala -fragmento-, de Aires indios (1943), por Héctor Roberto Chavero (Editorial Tierra Firme, 2017, págs. 27/28).

[xviii] El salitral -fragmento-, ídem nota anterior (pág. 32).

[xix] El payador perseguido -fragmento-, de Atahualpa Yupanqui –íntegro– vol. 5, por Atahualpa Yupanqui (Página 12, 2000).

[xx] Ídem nota anterior.

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