Icono del sitio Con Fervor

¿Vengar la muerte del teatro?

Foto: Sara Llopis.

Dirá Hamlet, en la décima escena de la célebre obra escrita por William Shakespeare: “¡Defiéndanme, ángeles, enviados del cielo! Seas un buen espíritu o un demonio condenado, traigas aires del cielo o pestes del infierno, sean tus intenciones buenas o malvadas, tu aspecto invita a las presuntas: voy a hablarte: te llamaré Hamlet, rey, padre. Soberano de Dinamarca. Oh, háblame. No me dejes solo en esta angustiosa ignorancia. Dime por qué tus huesos, encerrados en tu féretro, enterrados en sagrado, se han sacudido su mortaja; por qué se han abierto las fauces de su solemne sepulcro de mármol, expulsándote ¿Qué haces, cadáver acorazado, paseándote bajo los rayos de la luna, desfigurando la noche y sacudiendo espantosamente nuestra cordura con conjeturas que exceden la capacidad de nuestras almas? Dime, ¿por qué pasa esto? ¿Qué debemos hacer?”

Todos y todas los trabajadores escénicos nos sentimos un poco Hamlet, nos vemos perseguidos por la sombra del rey que nos dicta, al oído, cómo actuar ante semejante tragedia. Pero, nuestro rey, en este caso, es el mismísimo teatro, su espectro material y simbólico deambula buscando alguna salida.

¿Seremos nosotres los vengadores o tomaremos la decisión de tomar el puñal con nuestras propias manos y propiciarle la muerte a nuestro padre? Pero, ¿qué hacemos ante las salas vacías? ¿Qué hacer con la angustia de la inacción? ¿Cómo serán los cuerpos post cuarentena? ¿Cómo serán las obras y sus contenidos? Y, aun más, ¿seremos capaces de resignificar la experiencia estética de asistir a una obra teatral?

Hace un par de años que mantengo un vínculo de  profunda reflexión y pelea, quizá, con lo que se concibe, hegemónicamente, como teatro y con el concepto de actor/actriz. El quehacer teatral y, en particular, el del teatro independiente, antes de la cuarentena, estaba transcurriendo una crisis de identidad que nadie se animaba a develar, estaba perdiendo terreno de disputa, convirtiéndose en una especie de monstruo que no se autoexaminaba, que no producía pensamiento sobre su propio campo epistemológico ni sobre sus medios de producción o su concepción ideológico, su importancia política como contrapartida neoliberal, incluso. Sino que, de manera compulsiva, se ha transformado en  una pantalla, una vidriera para exponer el narcisismo y la autoreferencialidad, en su gran mayoría, con el fin de posicionarse en el podio del entretenimiento superficial, que toca los temas sociales afluentes con una postura políticamente correcta.

Por otro lado, junto al avance de las nuevas tecnologías y las diversas redes sociales, los jóvenes actores rehúsan de una formación académica para trocar pensamiento exhaustivo por apariencia de bienestar publicitaria. Vender el cuerpo, exponerlo hasta el cansancio para  hacer carrera, como una especie de futbolista sin tener una ética del trabajo es moneda corriente, en parte, también, porque el mercado es muy hábil, confunde y tiende trampas fáciles de pisar. Utilizo la metáfora del fútbol, ese deporte que tanto maestro teatral patriarcal lo sabe conjugar mejor que yo, porque su indiscriminada competencia es lo que aleja al actor/actriz de ser un sujeto sensible y empático ¿Qué quiero decir con todo esto? Que la cuarentena no es un momento especial en mí, en relación a mi sistema de razonamiento.

Intento no desesperar en la falta. Ante este espacio vacío intento que el fantasma teatral, cual fantasma del rey Hamlet, no me sofoque y hostigue, no me oprima y obligue a vengar su muerte, porque, es su ausencia LA POSIBILIDAD de otra concepción, de un nuevo nacimiento. No sabemos si mejor o peor, si más o menos original. Si distinto a lo que ya existía. Sin embargo, lo que sí pienso, en este momento, es que el teatro es una herramienta que debe servir para incomodar e interrogar y que, aunque creamos en su inconmensurable importancia, no es como nosotros los artistas creemos, no somos tan importantes, aunque, juguemos a que sí. Nuestras vidas podrán pasar por dicha actividad y, quizá, hasta sea nuestro motor de existencia el teatro. Pero, creo que, fácilmente, caemos en el contrato ficcional de la irreal realidad, como al que accede un espectador cuando este servidor o servidora le representará una mentira más, más grande que la peste actual.


Frida Jazmín Vigliecca es actriz, directora, docente y licenciada en Actuación (Universidad Nacional de las Artes).

Salir de la versión móvil
Ir a la barra de herramientas