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René Char y nosotros

René Char.

(Gallimard editó, en 2014, la correspondencia, hasta ese momento secreta, que el poeta francés René Char y el poeta argentino Raúl Gustavo Aguirre mantuvieron durante treinta años. Fue prologada por el poeta argentino Rodolfo Alonso y se presentó en el Salón del Libro de París en 2014, dedicado a la Argentina. Publicamos la siguiente nota en homenaje a ese hecho tan importante para nuestra cultura y en homenaje a Rodolfo Alonso, quien fuera colaborador de nuestra revista).

 

“¡Gallimard aceptó editarlo!”, me telefoneó Marie-Claude Char alborozada. Y yo, tan exaltado como ella, sentí que me había tocado participar en una cadena de prodigios.

No era para menos. La célebre editorial publicaba, en París, toda la correspondencia, hasta ese momento desconocida, que el gran poeta francés René Char (1907-1988) mantuvo, durante treinta años -a partir de 1952-, con el argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983), fundador y director de la legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires, que, entre 1950 y 1960, lanzó 30 números y 33 libros y de la que me tocó ser el miembro más joven.

A comienzos de octubre de 2013, Marie-Claude vino a rememorar, en Buenos Aires, ese nº 11-12, de 1953, seleccionado y traducido por Aguirre y cuyas 32 páginas, totalmente dedicadas a Char, constituyen la primera versión al castellano de su obra. Marie-Claude tenía todas las cartas de Raúl. Me preguntó por las de Char y comencé la búsqueda. Fue arduo, parecía imposible reencontrarlas. Pero no cejé y, finalmente, se produjo. Como por milagro, primero de a una y, luego, en grupos, fui descubriendo copias digitales.

A medida que se hallaban, las enviaba a Marie-Claude. Que, pronto, estuvo tan conmovida como yo. Gracias a su fidelidad y devoción, Gallimard preparó la primera edición de esa correspondencia invalorable, para la cual me pidió un prólogo, que se presentó en el Salón del Libro de París, del 21 al 24 de marzo, dedicado, en 2014, a la Argentina.

En 1968, también, Raúl publicó el primer libro individual dedicado al poeta francés en castellano. Pero, aquel nº 11-12 de Poesía Buenos Aires continúa siendo uno de los panoramas más completos y eficaces para acercarse, en nuestra lengua, a René Char. Por debajo, evidente y secreta, alentaba una honda adhesión: la de Aguirre y, también, la mía y de otros. La intensidad y el rigor, la lucidez y el coraje, la conciencia ejemplar de la poesía encarnada y, por consiguiente, de la resplandeciente condición humana que la obra y la vida de Char invisten, relumbraban en las sombras y contra las sombras.

Los íntimos sabíamos cuánto unía Aguirre a Char. Pero, nada de tan intensa correspondencia. Ya en su primera carta, el 6 de octubre de 1952, (nos) deja una línea imborrable: “He terminado por no creer sino en usted.” Char responde y se inicia un prolongado intercambio de cartas y libros, que perdurará hasta la muerte de Aguirre. Y que, una y otra vez, nos prueba el temple, la índole de Char, sí, pero, también, de ambos.

Una característica fundamental de Poesía Buenos Aires fue la absoluta carencia de astucia o complacencia, la nula participación en la mal llamada vida literaria. Si esas convicciones no hubieran sido íntegras, ¿cómo explicar que, a diferencia de tantos, Aguirre ni pensó en obtener el más mínimo provecho, exhibiendo semejante contacto?, ¿cómo no admirar que lo mantuvo celosamente oculto, incluso, para nosotros, sus más próximos?

Raúl Gustavo Aguirre.

En su misiva del 1º de julio de 1953, con sublime delicadeza, dice a Char: “Seguro de su amistad, no necesito tener respuesta suya a todas mis cartas”. Y, en otra, del 1º de noviembre de 1954, agradece a Char la lectura de sus poemas, cosa que tampoco reveló.

Es la misma humildad digna donde René Char se sentía naturalmente en sus dominios. Como cuando, en el introito a uno de sus libros más tocantes: Hojas de Hipnos (anotado mientras comandaba el maquis de Cereste y que sólo Camus logró convencerle de editar), deja caer, casi de paso, estas palabras ejemplares: “Un fuego de hierbas secas también pudo haber sido su editor”.

Esta correspondencia que, recién en 2014 dejó de ser privada, sin duda, los honra a ambos. Al gran poeta, porque lo confirma en su altura despojada, en su esencial fraternidad. Al joven, porque lo desnuda en su fervor y discreción. Y, un poco a todos, si somos dignos de advertirlo. Y a la joven revista austral, tan libre y rebelde como ellos, que los albergó. Y a la misma poesía, que los unió y nos une.

Ya bien lo dejó dicho René Char: “¿Quién llama aún para un derroche sin freno? El tesoro entreabierto de las nubes que acompañaron nuestra vida.”


Rodolfo Alonso fue un gran poeta, traductor y ensayista argentino.

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