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Poemas para leer en cuarentena (Tercera entrega)

Franz Marc, Caballo en el paisaje.

Nuevamente, la revista cultural Con Fervor nos acompaña, en esta cuarentena, con textos poéticos elegidos por tres poetas argentinos. En esta tercera entrega, los encargados de seleccionar poesía son Jorge Boccanera, Fernando Bogado y Carlos J. Aldazábal. Con Fervor nos propone transitar los caminos del lenguaje poético y abrir nuestros sentidos y nuestras mentes a las voces de las/os poetas del mundo.

Fernando Bogado (Buenos Aires, 1984) es escritor, docente y periodista. Escribió, entre otros, Jazmín paraguayo. Poesía reunida 2014-2006 (Nulú Bonsai, 2014) y la novela Tierra ganada al río (Letras del Sur, 2018). Colabora regularmente en el suplemento Radar de Página 12.

A la hora de elegir tres poemas para el segmento, pensé en tres poetas que me gustan mucho, con poemas no tan citados. La obra de Vicente Luy está comenzando a ser reconocida en varios ámbitos y a pasar por ese innecesario proceso de romantización de su muerte y figura que, espero, tenga su costado crítico. Lo cual no quita que, muchos de sus poemas, me sigan conmoviendo profundamente. Héctor Viel Temperley es y será uno de mis poetas de absoluta referencia: conseguí su obra completa cuando comencé la carrera de Letras, allá por el 2003. Leer su poesía, realmente, me cambió la vida (¿para bien? El tiempo dirá). De Marcela Giacobbo no tengo sino este libro, que conseguí de saldo hace muchísimo tiempo. Me he pasado años tratando de buscarla por las redes, porque su libro, Azul de nunca, fue una de mis primeras ¡uy! más profundas lecturas de poesía. Y está muy bien que no la haya encontrado. De ella sólo me queda lo que escribió. En este momento, parece que es más importante el poeta que el poema. Osvaldo Vigna tiene un poema que sintetiza todo esto muy bien, y parafraseo: lo que cansa no es la poesía. Lo que cansa, a veces, son los poetas. Por eso, nunca me voy a cansar de Azul de nunca. El nombre propio de quien lo escribió es apenas un detalle. Con todas las contradicciones que eso implica.

 

Sin título (Vicente Luy)

 

Escuchaba AM en el auto:

“Mataron a Lennon”.

Me acuerdo el lugar exacto donde paré.

Un chico de clase acomodada

que se llevó por delante la época.

Soñó con ser héroe de la clase trabajadora.

Llegó mucho más lejos.

Inspirador, por donde se lo vea.

Nos hacemos los boludos.

Igual, siempre viene alguien

y nos demuestra que el hombre puede ser mejor.

Sé que cuesta aceptarlo.

A mí, no.

Apostad por la excelencia, camaradas.

Ya se viene el grito

pronto la sed será salvada.

Fusilaremos a varios.

Digo; no para engolosinarse.

Sólo para que sirva de ejemplo.

Los muy cobardes huirán.

Pedirán asilo.

Se asilarán.

Sabremos de ellos por cartas

amargas y mal escritas.

Serán días felices.

Claro que sí.-

 

Las paralelas (Héctor Viel Temperley)

 

— Y antes de El Escorial?— me pregunta

 

— Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

 

Las dos estaban en la misma playa

y no se hablaban pero se miraban

y a mí me parecía que no se separaban

todo lo que podían separarse esos días

 

Me alejaba del mar y dibujaba

Casas viejas entre árboles

Lo más enmarañado que encontraba

Hasta que las sombras de pronto eran muy cortas

Y mis hombros ardían demasiado

 

Entonces descendía a un lugar de otra costa

Donde nunca había nadie

Porque la gente allá no se detiene

Donde nunca ve a nadie

Y menos todavía se detiene

Donde ve a un hombre solo sin camisa

Dejaba los dibujos sobre la arena y estiraba

Los dedos nadando hasta que se olvidaban

De que podían flexionales

Y después regresaba con mis dibujos enmarañados

A almorzar con mis hijos a tomar un respiro

 

Hasta que una mañana

Llevé conmigo hasta esa costa a una mujer

Y entré con ella un metro en ese mar

Donde nadaba siempre solo

Y a la nueva mañana

Llevé de nuevo hasta esa costa a una mujer

Y entré con ella un metro en ese mar

Donde nadaba sólo los días que estaba solo

 

La luz del agua la hora no sabían qué día era

Y de las dos mañanas se hacía un mediodía

Donde las mujeres mirando hacia adelante

Me flanqueaban en paz al mismo tiempo

 

Y entonces con el mar hasta el pecho un segundo

Yo pensé que el amor podía ser de paralelas

Y pensé que entre esas paralelas

Podría sostenerme en el mar muchos años

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

— Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

Ahora yo soy más joven que ellas o lo parezco

Pero en ese verano

En esos días azules

Teníamos los tres la misma edad y éramos jóvenes

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

— Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

Yo era mucho más joven y amaba el mar —le digo

 

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

Eran dos solamente y parecían de madera:

Podían sostenerme en el mar con mis hijos

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

— Ahora quiero escribir un poema —le digo.

 

Sin título (Marcela Giacobbo)

 

Mi integridad

será estar esparcida

y lloverte desde el cielo.

Franz Marc, Grandes caballos azules.

Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974) es poeta y coordinador del Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. En España, publicó Piedra al pecho (Valparaíso, 2013), Camerata carioca (Valparaíso, 2017) y Mauritania es un país con nieve (Algaida, 2019).

 

Es infinita esta riqueza abandonada (Edgar Bayley)

 

Es infinita esta riqueza abandonada

esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría

al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo

tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas

nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada

nunca supongas que la espuma del alba se ha extinguido

después del rostro hay otro rostro

tras la marcha de tu amante hay otra marcha

tras el canto un nuevo roce se prolonga

y las madrugadas esconden abecedarios inauditos islas remotas

siempre será así

algunas veces tu sueño cree haberlo dicho todo

pero otro sueño se levanta y no es el mismo

entonces tú vuelves a las manos al corazón de todos

de cualquiera

no eres el mismo no son los mismos

otros saben la palabra tú la ignoras

otros saben olvidar los hechos innecesarios

y levantan su pulgar han olvidado

tú has de volver no impota tu fracaso

nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada

y cada gesto cada forma de amor o de reproche

entre las últimas risas el dolor y los comienzos

encontrará el agrio viento y las estrellas vencidas

una máscara de abedul presagia la visión

has querido ver

en el fondo del día lo has conseguido algunas veces

el río llega a los dioses

suben murmullos lejanos a la claridad del sol

amenazas

resplandor en frío

no esperas nada

sino la ruta del sol y de la pena

nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada.

 

Sobre la poesía (Juan Gelman)

 

Habría un par de cosas que decir/
que nadie la lee mucho/
que esos nadie son pocos/
que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial/ y

con el asunto de comer cada día/ se trata
de un asunto importante/ recuerdo
cuando murió de hambre el tío juan/
decía que ni se acordaba de comer y que no había problema/

pero el problema fue después/
no había plata para el cajón/
y cuando finalmente pasó el camión municipal a llevárselo
el tío juan parecía un pajarito/

los de la municipalidad lo miraron con desprecio o desdén/murmuraban
que siempre los están molestando/
que ellos eran hombres y enterraban hombres/y no
pajaritos como el tío juan/especialmente

porque el tío estuvo cantando pío-pío todo el viaje hasta el crematorio municipal/
y a ellos les pareció un irrespeto y estaban muy ofendidos/
y cuando le daban un palmetazo para que se callara la boca/
el pío-pío volaba por la cabina del camión y ellos sentían que les hacía pío-pío en la cabeza/el

tío juan era así/le gustaba cantar/
y no veía por qué la muerte era motivo para no cantar/
entró al horno cantando pío-pío/ salieron sus cenizas y piaron un rato/
y los compañeros municipales se miraron los zapatos grises de vergüenza/pero

volviendo a la poesía/
los poetas ahora la pasan bastante mal/
nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más difícil

conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/

y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las muchachas/ los almaceneros/ los guerreros/ los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/

lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias/
tío juan después de muerto/ yo ahora
para que me quierás.

 

Escrito sobre una mesa de Montparnasse (Raúl González Tuñón)

 

Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
–cada ventana paga su pedazo de sol con una canción,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.

Y entonces, pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.

Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita
de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera dos veces a la semana.

Algunas mujeres me han detenido en Montmartre
pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y hablarles de mi país sin que ellas me comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.

Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
–la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes–
yo vi cómo en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.

Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces más grande que París
y tres veces más pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla
sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.

Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!

¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden conejillos y libros de Maurice Dekobra.

¿Y Tucumán? En Tucumán solo puede buscarse
la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas parecen patios.

¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar
porque han nacido al borde de las acequias.

¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano
y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca,
absorto, como Buster Keaton.

¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.

Nosotros tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.

Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura,
el corazón verdaderamente libre.

Y no se hable de mi corazón.
Yo quisiera
anunciar la función de los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.

Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo
para que rabien los millonarios.

Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.

Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos amigas del
cristal, de la luz, de la caricia
–destruir todas la tiendas de los burgueses
y todas la academias del mundo–
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.

 

Estos tres poemas hablan de las infinitas posibilidades de la poesía, incluso, en las circunstancias más adversas, como podría ser una cuarentena o alguna otra catástrofe. De algún modo, los tres invocan una poética, razones de escritura, modos de poesía. Y, al mismo tiempo, son desolados poemas de amor, palabras que conjuran la realidad, que evocan una pérdida para encantar el mundo o para dejar que el mundo nos encante. Y, como no podía ser de otro modo, con estos tres grandes poetas argentinos estamos frente a prodigios verbales, poemas que conmueven por la fuerza de su ritmo y su musicalidad.

Franz Marc, Caballo azul y rojo.

Jorge Boccanera (Bahía Blanca, Argentina, 1952) publicó, entre otros libros de poesía: Contraseña, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Palma Real y Monólogo del necio. Su obra recibió premios en la Argentina, México, Italia, Cuba y España.

Es difícil espigar, de las muchas lecturas al paso de los años, tres poemas solamente de los muchos que me han conmovido. En esta ocasión, elijo los que siguen sin ningún orden de prioridad.

 

El viejo payaso a su hijo (Eliseo Diego)

 

1
Avanza ya, hijo mío, desde el vano
donde los pliegues de la recia púrpura
ocultan la impudicia de las máquinas
—tan útiles, es cierto—, el abandono
de los grandes telones que han colgado
como pájaros muertos en el polvo; avanza
desde la sombra y haz tu reverencia
como si nunca fueses a volver.

2
Estás en medio de la luz: enfrente
se abre el enorme golfo de tinieblas
donde hay alguien sin duda que te acecha
con sus mil ojos ávidos. A veces
lo irás toser, reír como a hurtadillas,
estornudar quizás, estremecerse; nunca
lo vas realmente a ver. Inclínate,
pues, como caña al viento; pero cuida
bien el dibujo de la curva: todo
es arte al fin.

3
Y ahora,
¿qué vas a hacer? Te has escapado
definitivamente a mis desvelos, y casi
como si fuese yo también el leviatán sombrío,
te miro ir y venir entre las tablas, pero
con una irrestañable aprensión.
¿Estás seguro
del peso de las bolas
que libraste a los aires?
Y los peces,
quizás juzgaste mal su humor extraño
y cambien luego de color.
Desastres,
minúsculas catástrofes, quién sabe
qué mas.
(El invisible
no tuvo ayer piedad.)

4
Pero mañana,
cuando las viejas barran a conciencia
el poco de hoy que queda en las colillas
por todo el ancho espacio desolado
donde no hay nadie nunca: ¿importará
el trueno de la gloria o el silencio
del papel arrugado en una esquina
bajo el polvo de ayer? Nadie lo sabe.
Y sin embargo,
es necesario hacerlo todo bien.

 

Porque la obra de Diego se caracteriza por quitar todos los artificios, para darnos una visión despojada del hombre y su entorno, para centrarse en el sentido de una existencia precaria, efímera. Todo con la belleza deslumbrante de sus imágenes rescatadas de la cotidianeidad; aquello que puja, entre lo sagrado y lo profano, la luz (uno de sus núcleos principales) y la penumbra.

 

Tú, la más imposible (Olga Orozco)

A Yola

Como garra de puma es esta pena,
como sangre que cae a sobresaltos de un adiós a otro adiós, como arena de vidrio entre los dientes.
Es la cuota definitiva de la soledad, el saldo de la herencia. Voy a mirar atrás la parte que me dejas.
Voy a partir en dos nuestras hogueras,
el palomar, los soles, las tormentas, las quintas y los médanos.
Quiero partir en dos lo indivisible.
Pero entonces se desmorona el mundo, se me desteje todo
[el universo.
Porque sólo eran míos y nada más que míos
los rincones del miedo y las lentas ortigas de la penitencia,
y apenas, ni siquiera.
Mío sólo es el luto.
Ahora soy yo sola para toda la pena.
y la casa se va, la casa insomne
que se levanta y anda entre las ruinas se va yendo contigo.
El carruaje encantado, el carruaje de risas, el carruaje
[ de fiesta,
se bambolea, oscila,
cruje bajo la luna con sus preciosos huesos:
se ha vestido esta vez de blanco carromato de la muerte.
Tú estás diciendo adiós desde lo alto;
saludas alejándote, como desde la pista de algún circo

[perverso.
Tu prueba fue rodar magistralmente por el tejado hasta la
[ canaleta,
como en aquellas siestas, como en ésta.
y si saltaras desde ayer hasta hoy,
si estuvieras cayendo todavía del árbol al estanque
y surgieras de pronto coronada de dueña del verdín para
[esta hora,
así como demora siglos en llegar la luz de las estrellas? Vertiginoso y lento también fue tu esplendor
y así fue tu plumaje
-la tibia cabellera de la selva desplegada en la ola-.
Nadie tuvo en los ojos tanto fulgor de antorchas,
tantas chispas de luciérnagas ebrias en la noche cerrada,
ni en la boca una risa tan semejante a un vuelo en
[pleno mediodía.
Nadie tendrá después ese perfume de ámbar y canela,
ese vaho que asciende al levantar las piedras de nuestra
[propia tribu,
ese aliento de espuma que nos llega de remotísimas orillas. Bajo las mismas alas
el viento susurró en nuestros oídos distintas melodías:
a ti te dictó el canto seductor de la dicha en un jardín cautivo
y bordaste tu casa para una larga fiesta, contra humaredas
[y tormentas,
porque tuyo era el hijo y tuya era la trama del tapiz.
Tu ciencia fue trocar en prodigio cada error
y convertir las culpas y las furias en un grano de sal,
la inconstancia en un soplo y los remordimientos en
[escombros.
Pintaste de colores brillantes los fracasos
y pudiste cubrir tus retiradas con huesos para perros y
jirones dorados.
¡Ah tu alquimia secreta para lograr el filtro del olvido!
Conseguiste borrar la capitales de la oscuridad, los ríos
[del abismos.
Apenas si retenías un puñado de perlas ganadas al destino.
tu museo cabía en la memoria de un pájaro feliz.
No sé si recordabas el chirrido de la roldana del aljibe
cuando el balde subía cargado de regalos en las
[celebraciones infantiles.

 

Porque condensa, en un gran texto, las obsesiones de esta voz poderosa de la poesía hispanoamericana y da una muestra de sus herramientas expresivas: el verso de amplio período a caballo de una respiración propia, el símil inesperado, la potencia de sus imágenes visuales, la textura surrealizante de un lenguaje de gran amplitud y la escena onírica. Todo ello, a disposición de un eje: dibujar la línea quebrada de un destino en el aire de jardines enmarañados, laberínticos, cenagosos.

 

Aniversario (John Donne)

 

Todos los reyes, todos sus privados,
famas, ingenios, glorias, hermosuras,
y el sol que marca el paso mientras pasan,
son un año más viejos que hace un año
cuando nos vimos por la vez primera.
Todas las cosas van hacia su muerte
y sólo nuestro amor no se doblega.
No tuvo ayer y no tendrá mañana;
inmóvil, gira; corre y no se mueve;
ni acaba ni principia, fijo día.

La muerte es muerte porque nos separa:
dos tumbas nos esperan. Ay, nosotros
—uno del otro rey y de sí mismo—
como los otros reyes estos ojos
tenemos que dejar y estos oídos:
con ellos nos oímos y nos vimos.
Pero las almas que el amor inspira
—son huéspedes de paso otros desvelos—
han de probar, por la altura inspiradas,
que las tumbas del cuerpo rompe el alma.

Allá seremos bienaventurados,
allá seremos —aunque no seamos:
aquí, sobre la tierra, mientras somos,
de nosotros los reyes y los súbditos
somos. ¿Hay reino más seguro? Nadie,
si no es nosotros, puede conquistarlo.
detén tu llanto, falso o verdadero:
amémonos, vivamos y sumemos
año tras año al año de los años.
Dicho en el año dos de nuestro reino.

 

Porque es un poeta descomunal y porque este texto tiene un verso contundente, que, en apenas unas cuantas palabras, sintetiza el amor y el final de la existencia: “la muerte es muerte porque nos separa”.

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